Jon Juaristi-ABC

Sobre algunas fórmulas tradicionales (e incluso tradicionalistas) contra la pandemia

Este pasado viernes, habría tenido que hablar de carlistas y literatura en el Museo del Carlismo, de Estella, para clausurar una exposición sobre el tema que ha dirigido Stephen G. Roberts, el gran hispanista de Nottingham. Pero el confinamiento me lo impidió.

Los carlistas de la literatura y los de la Historia llevaban detentes. ¿Qué son los detentes, se preguntarán mis lectores, en el supuesto de que sobreviva alguno? Los detentes son los escapularios del Sagrado Corazón de Jesús. Los empezaron a llevar los insurgentes vendeanos durante su guerra contra la Convención (1793-1796). En los escapularios franceses el corazón iba coronado por una cruz roja con la leyenda «Arretez-vous, balle, le Coeur de Jesus est avec moi!» bordada alrededor. Muy

poco después los ostentarían, traducidos al inglés y al gaélico, los rebeldes irlandeses de Wolfe Tone durante el llamado Año de los Franceses (1798), y los carlistas de las tres guerras civiles del siglo XIX. La versión literal de la orla del escapulario, en España, comenzaba con las palabras «Detente, bala», y de ahí que se le llamase en español «detente». Con este nombre pasó a México, donde los cristeros lo adoptaron en su insurrección contra el gobierno de Plutarco Elías Calles (1926-1929). El Requeté los recuperó durante nuestra Guerra Civil por antonomasia, como lo muestran las magníficas ilustraciones de Carlos Sáinz de Tejada.

En España ya muy pocos saben lo que es un detente, pero en México, el propio presidente de la República, el inefable Andrés Manuel López Obrador, los recomendaba hace una semana como el más eficaz remedio para prevenir el contagio por coronavirus. En medio de una alocución televisiva al pueblo fiel, se sacó del bolsillo un par de detentes que, según decía, le acababan de regalar unos ciudadanos anónimos, y los mostró a la cámara mientras explicaba cómo usarlos. El historiador mexicano Enrique Krauze no tardó en comunicarnos a los amigos españoles su pesimismo tras constatar «la actitud evasiva» de AMLO ante la emergencia.

Bueno, así están las cosas por México, donde es curioso que se esgriman los detentes frente a la plaga, porque ese tipo de escapulario, como su nombre indica, parecía reservarse únicamente para las guerras en sentido literal. Quizá se le ha trasladado inconscientemente el sentido y función de un escapulario mucho más antiguo, el de la Virgen del Carmen, cuyo uso difundió la orden del Carmelo desde la Edad Media. Como se sabe, la Virgen se apareció en 1251 al carmelita San Simón Stock y le prometió que ningún portador de su escapulario en el momento de la muerte sería entregado al fuego eterno (uno de los cuentos más irreverentes de Charles Maurras trata de un estudiante que, angustiado ante la perspectiva de perder fortuitamente su escapulario antes de morir, se suicida ahorcándose con el mismo).

El escapulario del Carmen sí se usó contra la peste negra. En su advocación de Stella Maris, la Virgen rescataba las almas de sus fieles del océano de la pestilencia tirando de ellas hacia arriba con su escapulario (la Virgen del Carmen es la patrona de las gentes del mar, como se sabe). Por ahí corre estos días una antífona latina medieval que invoca la protección de la Estrella del Mar contra la plaga. Detentes y antífonas no parecen estar contemplados entre las medidas recomendadas por el Ministerio de Sanidad, pero, a la vista de la eficacia de las gestiones de dicho ministerio y de alguna consejería autonómica socialista del ramo, yo no desaconsejaría recurrir a los escapularios.