ABC-IGNACIO CAMACHO

«Más dolor del necesario»: ¿Qué dosis de horror, qué grado de daño merecería la disculpa de un hombre de paz?

LO sacaron en la tele para blanquearlo, sal y trata de parecer presentable, pero se le caía el maquillaje moral como si se lo derritiesen los focos. Daba igual porque el mensaje de la entrevista a Otegi no eran sus respuestas sino su presencia, es decir, la decisión del Gobierno de darles a los herederos etarras carta de naturaleza en una política rebajada de sus estándares mínimos de dignidad y de vergüenza. Pero esta gente es rebelde a su pretendida normalización, como esos chicos montaraces que por más esfuerzo que haga su familia se niegan a aprender buenos modales. En el caso de los batasunos, no habrá en el mundo agua ni detergente político bastantes para desinfectar su alma por mucho que se bañen. No condenan la violencia ni piden perdón porque no creen que tengan que hacerlo, porque no se arrepienten de nada, porque no les sale. El problema no es tanto de ellos como de quienes por su propia conveniencia se empeñan en adoptarlos como decentes compañeros de viaje.

Otegi se retrató cuando, como una concesión extrema, balbució que «lamentaba» si «podía haber causado más dolor del necesario o del que teníamos derecho a hacer». Nótese la semántica: lamentar, podía, necesario y, sobre todo, derecho. ¡¡Derecho!! La hipótesis del modo potencial ya es repugnante: sugería un exceso de susceptibilidad de las víctimas. Pero, por el amor de Dios, qué clase de agresión considerará este tipo una necesidad o un derecho de su delirio totalitario. Qué dosis de sufrimiento provocado estimará justa y razonable en su siniestra escala de permisividad criminal. ¿«Un poquito» de extorsión? ¿Una bomba sin muertos? ¿Un tiroteo con heridos? ¿Acaso un secuestro de diez días como el que le costó seis años de condena? ¿De un mes, como el de Rupérez? ¿De año y medio, como el de Ortega Lara? ¿A quién era procedente o legítimo asesinar y a quién no? ¿Qué grado de daño hay que recibir para merecer la disculpa, siquiera a título póstumo, de un hombre de paz? Qué pena que la conversación no profundizase en esta casuística tan interesante. No para saber hasta dónde llega su abyección, sino cuál es el umbral de tolerancia pragmática a la infamia de los que contemplan su apoyo como una posibilidad aceptable.

Porque de eso se trata, de ignorar la inevitable cosquilla de remordimiento que esta suerte de amnistía moral suscita en cualquier conciencia. De autojustificar en la política el olvido deliberado del horror que expresa esa brutal frase del PSOE navarro: «ya está bien de vivir de las rentas de ETA». De acomodarse en la procacidad de «el muerto al hoyo y el vivo al bollo» en versión posmoderna. De consagrar un nuevo relato selectivo según el cual la memoria de la guerra civil es una exigencia histórica y la del holocausto terrorista tan sólo un rencor más de la derecha.

La petición de perdón, en cualquier caso, se la puede ahorrar Otegi. No lo tiene.