Conformémonos con lo real y lo posible, con el racionalismo y la libertad. Me consuelo con que dos chavales como Patxi y Antonio, sin llamadas surrealistas al paraíso, nos permiten vivir el día a día tranquilos, pues no hay ningún pueblo en marcha bíblica, aunque digan que tiene siete mil años de historia. Sensatez, divino tesoro.
Una de las pocas maneras para que descubramos lo que es sensato es que antes nos hayamos hartado de soportar disparates. Rubalcaba hoy nos parece un ministro sensato porque antes en su campo se cometieron muchos errores. Y qué mejor que la sensatez para que sea ministro. Ya nos conformamos tan sólo, incluso, con la sensatez sobrevenida.
Esta capacidad para conformarnos con poco es después de que hayan ensayado embaucarnos con el surrealismo, esa huida de la realidad, pero no total, que nos acaba seduciendo. Salimos de lo real y nos dejamos llevar por cualquier cosa por sorprendente que fuere. Como lo de cambiar los apellidos, y por qué no de nombre, como en algunas tribus indias y asiáticas, que cuando por razones de edad dejan de llamarte Caballo Veloz te llaman Caballo Cojo. Si yo les contara hasta dónde se puede llegar con un nombre que no es el tuyo… La cosa no es tan complicada; a veces te preguntan por el otro y resulta hasta divertido.
Lo curioso del caso es que fue el Estado, entonces llamado Corona, el que siguiendo pautas ilustradas nos puso unos apellidos que inscribían unos escribanos en un registro con el fin de controlarnos y dar seguridad en contratos, herencias, impuestos, etcétera. Hasta entonces, nos apellidábamos como nos diera la gana; si nos perseguía la justicia nos íbamos a las Indias con el apellido cambiado. Total, que los que antes nos obligaron a apellidarnos de una manera ahora nos dicen que nos podemos apellidar de otra. ¿Se dan ustedes cuenta de que la cuestión es mandar? Pero ahora es por la igualdad.
El hombre del Renacimiento, o la mujer, y el hombre, o la mujer, de la Revolución francesa, hasta el revolucionario, o hasta la revolucionaria, de la rusa, sabían, por muy innovadores que fuesen, que muchas limitaciones les venían dadas, además de por la naturaleza por la época anterior, pues la religión seguía, la soberanía cambiaba de sujeto, pero era la misma, las ideas se sustentaban en las de la revolución anterior… Ahora nos hacen creer que todo es posible sin límite. Debajo de los adoquines la playa, ¡qué estupidez! Lo que estaba debajo era el poder. Y al poco de haber creído en imposibles, un golpe de realismo nos obliga a amar la sensatez escamoteada por sueños milagrosos que superan con creces los consuelos que nos ofrecen las religiones.
Conformémonos con lo real y lo posible, con el racionalismo y la libertad. Odiemos a mesías y embaucadores, asumamos la modestia y la normalidad. Por eso me consuelo con que dos chavales como Patxi y Antonio sean tan sensatos. Que son los que sin llamadas surrealistas al paraíso, astracanadas para despistar, nos permiten vivir el día a día tranquilos, sin tener que madrugar para levantar la jaima cada mañana, pues no hay ningún pueblo en marcha bíblica aunque digan que tiene siete mil años de historia. Sensatez, divino tesoro.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 9/11/2010