EL CORREO 28/08/13
JOSEBA ARREGI
Aunque la cultura del espectáculo nos haga creer que la única realidad es la que aparece, siempre es necesario tratar de ver lo que hay detrás, máxime en época estival y de fiestas. Con más razón cuando se conjugan política y fiestas.
Ha habido lío en torno a la chupinera en Bilbao: las comparsas –¿representando a quién?– habían designado a una persona, designación impugnada por el delegado del Gobierno central en Euskadi, impugnación validada por el juez. Todos los partidos políticos han expresado sus opiniones. El lío ha sido considerable, pero más importante que el lío mismo es lo que a través de él ha quedado de manifiesto, que es mucho más grave que el lío en sí mismo.
Ha habido quien ha pensado que el delegado del Gobierno fue imprudente al impugnar la designación de la chupinera. Pero la lectura de la izquierda nacionalista radical poniéndola en relación con la impugnación del pregonero designado para las fiestas de Llodio pone de manifiesto que no es tan fácil establecer diferencias entre ambos casos, como quisieran hacer algunos, pues para los propulsores ambas designaciones son parte de la misma historia y del mismo proceso. En seguida volveré a ello.
Una de las palabras que más se ha utilizado es la de que lo único que se ha conseguido es la politización de las fiestas, dicho o escrito en un tono de lamentación, como si la politización fuera algo negativo. Es conocido que la política y los políticos no gozan de mucho aprecio actualmente. La política está de capa caída. Algo que es grave y nos debiera preocupar, pues la política es el arte de poder vivir juntos en libertad siendo diferentes. Renunciar a la política es renunciar a la convivencia en libertad, y pienso que pocos estarán a favor de esta renuncia.
Si la política es ese arte de vivir juntos en libertad siendo diferentes no veo qué pudiera haber de reprobable en la denunciada politización de las fiestas. Las fiestas no pueden ser un espacio exento: de educación, de normas, de reglas, de respeto a los derechos, de formas regladas de convivencia, de cumplimiento de las leyes. En ese sentido la política, la buena política, la que impulsa la convivencia en libertad de los distintos que somos, debe tener su sitio, es imprescindible también en las fiestas.
No es lo mismo politizar las fiestas en defensa del derecho y de las leyes, de los fundamentos de la convivencia en libertad, que politizar las fiestas en defensa del terror, de la violencia, en defensa de un relato que ensalce a los verdugos y humille a las víctimas del terror, en defensa de la negación del pluralismo y de la diferencia que nos constituye a los ciudadanos en nuestra libertad. En este caso sería mejor hablar de crispar las fiestas, de hacerlas difíciles y casi imposibles, y no de politizar. Y por esta razón no es de recibo comparar la ‘politización’ causada por Batasuna durante años con motivo de las fiestas veraniegas y la defensa de la política en la aplicación del derecho y de las leyes para garantizar la libertad de los diferentes.
Pero hay más. Más arriba me he referido a que la izquierda nacionalista radical ha ligado en un mismo relato los sucesos de Bilbao, de Llodio y de Ondarroa. Y la izquierda nacionalista radical sabe perfectamente por qué lo hace, pues está empeñada en impedir la construcción de relatos y narrativas de la historia de ETA que pongan de manifiesto quiénes han sido los verdugos y quiénes las víctimas. La izquierda nacionalista radical está empeñada de forma consecuente en fabricar una historia en la que la violencia de ETA ha sido necesaria, ha estado legitimada, tenía sentido hasta el punto de que la decisión de dejar de matar es fruto del terror ejercido durante tantos años. Como lo ha dicho alguno de los dirigentes de esa izquierda nacionalista radical, la sociedad vasca debiera estar agradecida a ETA por haber asumido la responsabilidad de ejecutar violencia y terror.
Las decisiones que toma esa izquierda nacionalista radical en fiestas a través de los organismos que controla van dirigidas a ir construyendo esa narrativa social, para contraponerla a la narrativa oficial que se intenta construir desde las instituciones oficiales. Esta narrativa oficial merece no pocas críticas, entre otras la de tratar de despolitizar la memoria de las víctimas, para que el proyecto en cuyo nombre fueron ejecutadas no manche al nacionalismo.
Pero a las críticas que ya se han expresado ante los intentos de narrativa oficial se le añade ahora una: el partido que ocupa el poder en Euskadi y que impulsa la narrativa oficial nos ha ofrecido a raíz del lío de la chupinera lo que entiende que debe ser el código de interpretación de esa narrativa: la narrativa social que trata de construir la izquierda nacionalista radical. De otra manera no se entienden las manifestaciones de algunos líderes del PNV.
Cito una frase entrecomillada de un medio de comunicación y atribuida a Koldo Mediavilla, del PNV: «…no se puede apelar constantemente a la dignidad de las víctimas del terrorismo para, en su nombre, interferir perniciosamente en la convivencia pacífica de la sociedad vasca». ¿La memoria de las víctimas interfiere perniciosamente en la convivencia pacífica de la sociedad vasca? ¿La aplicación de las leyes, incluida la del parlamento vasco referida a las víctimas, supone algo pernicioso para la convivencia pacífica? ¿En qué se basa la convivencia pacífica de los ciudadanos si no es en el cumplimiento de las leyes y en la memoria de quienes fueron asesinados por ser diferentes?
Parece que la convivencia que pregona el PNV es que la izquierda nacionalista radical pueda construir su relato social de la historia del dolor sufrido por las víctimas tratando a los verdugos como héroes, y que ése sea el código desde el que se interpreta la narrativa oficial que quieren construir las instituciones.