Pero no es la única razón. Está en la lógica que ha impuesto el nacionalismo vasco que las elecciones autonómicas vayan perdiendo su valor y significado según va pasando el tiempo. Especialmente desde que el nacionalismo llamado democrático o moderado diera la espantada firmando el acuerdo de Estella/Lizarra y desde los planes de Ibarretxe, sobre la elecciones autonómicas vascas pesa la sensación de que no son de verdad, que no son lo que los vascos realmente quieren, o debieran querer según los nacionalistas, que son de pega, un mal sustituto de lo que realmente debieran votar: un referéndum de autodeterminación, elecciones a un gobierno nacional en un Estado propio.
Por esta razón, en la elecciones vascas siempre hay algo que se interpone en el significado real de unas autonómicas. ¿Cuál está siendo el debate en los prolegómenos de estos comicios? Si Otegi puede presentarse como candidato a ocupar el puesto de lehendakari, si su inhabilitación para sufragio pasivo sigue en vigor, si la Democracia anula el Estado de Derecho, si son los ciudadanos quienes con su voto deciden si Otegi puede, si hubiera podido, presentarse al cargo de presidente del Gobierno vasco… Y, junto a ello, si va a haber algún adelantamiento entre partidos políticos vascos, si Podemos superará o no al PNV, si Podemos dejará atrás, y por cuánto, a EH Bildu. A falta de valor en sí de las elecciones autonómicas, serán estas otras cuestiones las que adquieran relevancia.
Este hecho posee un doble significado: lo que dicen estas cuestiones sobre la situación política de la sociedad vasca, entendiendo por política el sentido de la convivencia en libertad, la definición del bien común, el valor de ciudadanía, la comprensión de la Democracia; y el poco valor que se le concede a la gestión política de las competencias de la autonomía vasca.
Llama poderosamente la atención que precisamente aquéllos que más hincapié hacen en que tras la renuncia obligada de ETA al uso de la violencia terrorista nos hallamos en un tiempo nuevo, que subrayan que todo es distinto, sigan midiendo el valor de la Democracia en que el Estado de Derecho tenga que tragar con que alguien que ha contribuido al mantenimiento de la historia de terror y no se ha desdicho de esa historia pueda pretender presidir a todos los ciudadanos vascos, y sigan sin entender que no es posible ninguna democracia sin respeto a las reglas de juego, sin el sometimiento de la soberanía, de la voluntad del pueblo, al imperio del derecho y de la ley.
Cuando se canta con tanta facilidad y alegría, es decir, de forma tan irreflexiva, pero con toda intencionalidad, la irrupción de un nuevo tiempo, se entierra en lo más profundo del olvido buscado el significado político de las víctimas de ETA y su elevación a rango de ley de forma unánime en el Parlamento vasco. El significado político de las víctimas asesinadas por la banda terrorista no es otro que el hecho de que en cada una de ellas ETA deslegitimó radicalmente su proyecto político, el proyecto por el que necesitó instituir esas víctimas asesinadas. Palabras como la del «tiempo nuevo», la contribución de Batasuna al final de ETA –ellos hablan de traer la paz, y la primavera, ¡qué vergüenza!– el valor del voto de los ciudadanos para inhabilitar o no a Otegi, la «verdadera Democracia»… no son más que paladas sobre la tumba de cada víctima asesinada de ETA, no son más que piedras que construyen el mausoleo en el que se quiere enterrar definitivamente la memoria de la historia de terror de la banda.
Nunca habrá tiempo nuevo mientras no haya condena de la historia de terror de ETA por parte de quienes fueron sus actores, nunca habrá tiempo nuevo mientras no se interiorice que la voluntad popular para ser democrática debe estar sometida al imperio del Derecho y de la ley, nunca habrá tiempo nuevo si ello implica reírse a carcajada limpia del significado político de las víctimas y usar esos términos para enterrar un poco más en el olvido a cada víctima asesinada por ETA. Y es bueno tomar nota de la actitud de los distintos partidos políticos en estas cuestiones, una actitud que es común a partidos viejos y nuevos, siempre que implique estar de acuerdo en los dogmas nacionalistas, o pensar que para aplacar a la bestia, mejor no provocarla –como a lo largo de toda la historia de terror de ETA–.
Si se entiende por política la moral o la ética posible en las circunstancias de pluralismo de las sociedades modernas, lo dicho en el párrafo anterior pone de manifiesto el trasfondo de miseria política, de miseria ética y moral de buena parte de la sociedad vasca, del discurso del oasis vasco, del discurso de la estabilidad institucional vasca, del discurso oficial de la paz y la convivencia vascas.
Pero no es lo único que queda oculto y sepultado por estos discursos. Quedan ocultos y sepultados todos los problemas reales que aquejan a la realidad política y social vasca, los serios problemas educativos, los problemas sindicales, los problemas de falta de emprendedores, los problemas de falta de innovación y creación, los problemas derivados del crecimiento vegetativo negativo, el problema consiguiente de las pensiones y su financiación, los problemas de la realidad de una sobrefinanciación pública por habitante de la autonomía vasca, sobrefinanciación que no puede ocultarse tras el mito del concierto y del cupo, y la consecuencia de esa sobrefinanciación, la creencia de que somos más ricos que los demás porque trabajamos más y mejor y somos más inteligentes, cuando la realidad es bien otra, y ello deriva en falta de ímpetu para la innovación y la creatividad porque vivimos de una paga inmerecida.
POCO se hablará de todo esto en los debates electorales. Estas cuestiones no interesan a nadie, porque a nadie interesa de verdad el futuro de la sociedad vasca. Interesa, a pesar de todos los pesares, la política española, incluso a pesar del espectáculo que está ofreciendo, interesa seguir con la sobrefinanciación, interesa que el nacionalismo mantenga su control sobre la mayor parte de la actividad económica, social y cultural de la sociedad vasca, interesa ver si el nuevo partido Podemos equilibra lo que ha comenzado a perder en el conjunto del Estado como partido nacional por medio de sus marcas periféricas, y a qué precio. Algo es algo, aunque bien mirado es muy poco.
Iba a escribir que es curioso que el nacionalismo que se considera padre del Estatuto y su único intérprete legítimo vaya conduciendo a esta situación de devaluación de lo que él mismo ha creado. Pero no es tan curioso, sino que es comprensible y entra dentro de la lógica: cuando se plantea continuamente, como lo hace el PNV, que en realidad no es esto lo que quiere, que aspira a otra cosa, que esto es pescado de granja y no rodaballo salvaje, cuando se desarrolla un discurso en el que uno mismo no es responsable de nada y toda la responsabilidad queda en manos de «Madrid» como fuente de todos los males, las elecciones autonómicas quedan devaluadas por aquellos mismos que quieren vivir de ellas. Y, además, sin tener posibilidad alguna de avanzar hacia otro escenario –palabra que debiéramos entender en todo su sentido ambiguo: una nueva situación, pero en el teatro, no en la realidad–, pues es precisamente la sobrefinanciación de la que gozamos la que hace impensable que ningún ciudadano en sus cabales esté dispuesto a ponerla en juego por promesas que sabe muy arriesgadas.