Hoy, 29 de abril, día de San Pedro Mártir, a una hora todavía indeterminada, Pedro Sánchez bajará de la montaña de su desasosiego y comunicará el resultado de su reflexión a los ciudadanos españoles.
Mejor dicho, comunicará el resultado de la decisión de Begoña Gómez.
Ni Pegasus, ni Israel, ni Mosad, ni Marruecos, ni el móvil, ni Venezuela, ni «golpismo judicial y mediático», ni «operación de acoso y derribo», ni «coalición de intereses derechistas y ultraderechistas», ni ninguna de esas fabulaciones infantiles.
Lisa y llanamente, un conflicto familiar.
Un conflicto familiar nacido, sí, de otro conflicto. El de intereses generado por las actividades privadas de Begoña Gómez.
Pero conflicto familiar, al fin y al cabo.
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Por fin un rasgo de humanidad tras seis años en el gobierno. Por fin algo con lo que el español medio e intelectualmente funcional puede sentirse identificado.
¿No me digan que no sería irónico que Sánchez dimitiera por algo tan humano, tan común, tan comprensible, tras seis años de gelidez tacticista, calculadora e implacable?
De ese conflicto de intereses ya alertaba por cierto el diario El País en fecha tan temprana como el 8 de julio de 2018, sólo un mes después de que Sánchez llegara a la presidencia del Gobierno tras la moción de censura a Mariano Rajoy.
«En estos días, Begoña Gómez se aclimata a su nuevo hogar –donde se ha instalado con sus hijas de 13 y 11 años la pasada semana después de pintar, como única reforma– y reflexiona sobre su actividad profesional, que probablemente abandone para evitar cualquier tipo de conflicto de intereses, según informan fuentes socialistas».
Eso decía El País en julio de 2018.
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Pero Begoña no abandonó su actividad profesional. Un elemental conocimiento de la naturaleza humana sugiere que su actividad profesional podría incluso haberse visto potenciada dada su condición de mujer del presidente del Gobierno.
Y eso no implica la existencia de delito alguno, añado. Pero sí un claro problema de imagen, de credibilidad y, sí, de intereses cruzados.
Porque es literalmente imposible que esos intereses, los de los empresarios cercanos a Begoña, los de Begoña, los del Gobierno y los de Pedro Sánchez no hayan coincidido en algún cruce de caminos en algún momento.
Lo repito, sin que eso implique necesariamente delito alguno.
Aunque, en sentido contrario, también sin que lo descarte.
Pero el cruce ha existido (ha habido cartas de recomendación firmadas) y no resulta difícil pensar en países en los que la mera existencia de ese cruce habría provocado la renuncia del presidente del Gobierno. Alemania o Portugal, sin ir más lejos, donde se han dado casos similares que han acabado con la dimisión del implicado.
Hoy, la mera constatación de que la actividad de Begoña Gómez implica un evidente conflicto de intereses es calificado de «persecución mediática ultraderechista» por El País y por docenas de periodistas monclovitas que consideran que Pedro Sánchez ha sido el presidente del Gobierno que ha sufrido mayor presión en el cargo.
¿Perdón?
¿Han borrado de su memoria lo vivido en este país desde 1978? ¿El atentado de ETA contra José María Aznar? ¿El acoso de la verdadera extrema derecha, la que asesinaba, a Adolfo Suárez? ¿La caída de Mariano Rajoy por una falsedad escrita por un juez en una sentencia colateral y que posteriormente anuló y desmintió el Tribunal Supremo?
Eso sí era «persecución». De la que mata. Política y físicamente.
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No es que haya habido otros presidentes «tan» acosados como Pedro Sánchez. Es que niego la mayor: Pedro Sánchez es el presidente menos presionado por los medios, los jueces y la oposición desde 1978.
Ningún otro presidente, incluido el Felipe González que gobernó cuando toda España, incluida la de derechas, era socialista, ha gozado de la apabullante maquinaria de propaganda y agit-prop puesta a su servicio. Ninguno ha controlado mayores resortes del poder y, lo que es más útil incluso, del contrapoder. Ninguno ha gozado de menor contestación interna en su propio partido que él.
Sánchez ha sufrido presión, claro, como es previsible en cualquier persona que ocupa el cargo de presidente del Gobierno.
Pero nada comparable a lo que sufrieron cualquiera de sus antecesores.
Así que las quejas, al maestro armero.
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Me da vergüenza ver a periodistas que ya peinan canas decir que Sánchez ha sido vapuleado. Si esta es la generación de oro del periodismo español, que llegue rápido la de plata, porque no se han enterado de nada.
Menudo ejército de viudas dolientes va a crear Pedro Sánchez en el sector del periodismo como diga que se larga.
¿Cuál es el vapuleo? ¿Una columna de Lorena G. Maldonado? ¿Un editorial de Vicente Vallés o de Carlos Alsina? ¿Un sarcasmo de Feijóo? ¿Un eslogan ingenioso de Ayuso? ¿Una denuncia mal redactada y peor argumentada de una organización ultraderechista marginal? ¿The Economist llamando «rey del drama» a Sánchez?
¿Dos hormigas de peluche haciendo chistes sobre «Perro Sanxe»?
¿Tuiteros anónimos diciendo sobre Sánchez lo mismo que otros miles de tuiteros anónimos dicen a diario sobre los periodistas que no pertenecemos a la «sanchosfera»?
¿De verdad?
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Todavía ayer, cuando toda España conocía ya los verdaderos motivos de la «reflexión» de Sánchez, los firmantes del manifiesto de periodistas en el que se pide que el periodismo calle y no informe de los escándalos que afectan a la izquierda continuaban insistiendo en el bulo del «golpismo judicial y mediático».
Hombre, golpismo, golpismo, lo que se dice golpismo mediático, será más bien el de esos periodistas que firman manifiestos de apoyo a Pedro Sánchez y exigen que nos convirtamos todos en megáfonos con dientes del poder.
Siempre y cuando ese poder lo ocupen ellos, claro.
Además, ¿qué esperaban esos periodistas del sanchismo? Como dijo Golda Meir (les recomiendo por cierto que vean Golda, en Prime Video), ninguna carrera política acaba bien. ¿Por qué iba a ser la de Pedro Sánchez la excepción?
En cualquier caso, el remedio para sus angustias tenía fácil solución.
Si esos periodistas querían que Pedro Sánchez se quedara no deberían haber gritado «Pedro quédate» sino «Begoña perdónale».