El Correo- ALBERTO AYALA

La complejísima salida al conflicto catalán pasa por reconocer lo que se ha hecho mal y arriesgar, no solo sentarse y esperar

El secesionismo catalán llevará a cabo esta tarde otra exhibición de su contrastada capacidad de movilización en Barcelona con motivo de la Diada. Una más. Lo que, lejos de restarle trascendencia, la acrecienta.

La pacífica toma de la Diagonal permitirá al independentismo mostrar una falsa imagen de unidad. Ocultar por unas horas sus relevantes discrepancias internas.

Pero, además, reflejará cómo el soberanismo ha arrebatado a los catalanes su fiesta nacional unitaria para degradarla y convertirla en una movilización identitaria. Importante, sí. Pero bastante menos que tener una celebración que aglutinaba al pueblo catalán en su diversidad.

De eso sabemos bastante en Euskadi. El afán patrimonialista del nacionalismo vasco, cuya voracidad no se detuvo ni aun cuando el resto de los grupos aceptó sus símbolos para toda la comunidad en la Transición, ha impedido que hoy tengamos una fiesta común en Euskadi.

El PNV y la izquierda abertzale han preferido, prefieren, festejar la diferencia, el Aberri Eguna, antes que unirse con quienes discrepan de su concepto de patria en una celebración conjunta. Todo ello con la inestimable ayuda del desdén mostrado por conservadores y socialistas.

La Diada de hoy no debe servir únicamente para constatar la magnitud del problema que tenemos sobre la mesa. Un problema que jamás hallará una salida si pretendemos seguir olvidando lo que se ha hecho mal, y sin asumir algunos riesgos.

No se puede olvidar cómo el PP usó Cataluña en su pugna política nacional con el PSOE. El PP de Rajoy y de la otrora todopoderosa exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, quien ayer comunicó su decisión de dejar la política tras ser derrotada por Pablo Casado. Derrota en la que sin duda influyó el incomprensible desapego que tantas veces mostró Santamaría hacia su propio partido.

Tampoco se deben olvidar las tropelías de CiU. Cómo aprovechó décadas de enorme poder para montar un gigantesco chiringuito corrupto que el socialismo se atrevió a denunciar (Maragall), pero jamás a desmontar.

Ni que el nacionalismo, ya transformado en movimiento soberanista, en lugar de esperar a contar con una sólida mayoría en las urnas para dar nuevos pasos, decidiera hace un año tirar por la calle de en medio. Así llegaron los acuerdos parlamentarios del 6 y 7 de septiembre de 2017, la consulta ilegal del 1 de octubre y una Declaración Unilateral de Independencia (DUI) de quita y pon.

Hoy el secesionismo pretende que se ignore que entonces vulneró gravísimamente la legalidad constitucional y estatutaria. No sólo. Exige que todo aquello salga gratis para negociar un eventual nuevo tiempo.

La generosidad siempre es posible. Incluso necesaria. Pero sólo previo reconocimiento de lo que se ha hecho mal. Jamás de otra forma.

No sé qué salida tiene el problema catalán. Decir simplemente ‘no’ no parece que baste. Estoy convencido de que la normalidad difícilmente llegará sin asumir riesgos y sin amplitud de miras. Si siguen dominando el escenario quienes sólo piensan en votos. O si nos limitamos a sentarnos a esperar que alguien o algo arregle esto como por arte de birlibirloque.

Cataluña suma y sigue. Como las dudas sobre otro máster, el de la ministra Montón. El asunto no huele bien.