Diálogo, amenaza, tentación y sacrificio

EL MUNDO 27/10/16
LUCÍA MÉNDEZ

Cuando Mariano Rajoy bajó de la tribuna y empezaba la digestión de su discurso de investidura, un veterano diputado con mucha vida parlamentaria a sus espaldas me resumió los 17 folios con un símil doméstico. «Me ha recordado a ese momento en el que mi mujer, después de un debate doméstico, acaba diciéndome: ‘Tú verás’. No hay más que hablar, ya sé que estoy perdido». Mariano Rajoy no se ajustó ayer al canon tedioso y aburrido de un discurso de investidura al uso. Seguramente porque hace dos meses ya lo pronunció y no le sirvió para ser investido presidente. El propio candidato señaló que le daba pereza repetir el programa de su futuro Gobierno y remitió a sus señorías al Diario de Sesiones. El líder del PP se dirigió ayer a la Cámara que el sábado le elegirá presidente con un discurso político. Sí señor. Político. Como lo oyen. Toda una lección para los que piensan que a Rajoy la política pura se le da mal.

Los estudiosos del maquiavelismo y los teóricos de las distintas formas en las que se puede encarnar la astucia política podrán analizar el discurso de investidura de Rajoy para sacar conclusiones. A simple vista, la intervención que leyó el candidato ante la Cámara fue una delicada combinación de mano tendida al diálogo y amenaza. Una amenaza fina y sutil. Casi exquisita. Un aviso parecido a esa lluvia que parece que no moja y te acaba calando hasta los huesos. Hasta tres veces repitió la advertencia con lenguaje elíptico para no echar más sal de la necesaria en las heridas del PSOE. Rajoy acudió a la segunda investidura evitando una tentación muy jugosa para él y su partido. «Quizás algunos pudieron pensar que las dificultades para gobernar y el horizonte de poder mejorar nuestra posición en unas nuevas elecciones nos podrían llevar a eludir nuestra responsabilidad. Pero no lo vamos a hacer».

«No sé si es lo que más nos conviene como grupo o lo que más nos perjudica. No sé si nos convendría más aguardar mejores coyunturas. No me interesan esas consideraciones». «Si hemos de pagar un precio y aceptar un sacrificio, por ninguna otra cosa lo haremos con mayor orgullo que por el bien de España».

Diálogo, amenaza, tentación y sacrificio. Palabras que resumen el mensaje del candidato, junto con otro también muy de las discusiones domésticas entre padres e hijos. «Ya os lo decía yo. El PP era la única alternativa de gobierno. Era cuestión de tiempo que me dierais la razón. Hemos perdido unos meses preciosos por vuestra mala cabeza». Rajoy tampoco renunció a recordar sus resultados electorales. Aunque empezó diciendo que no quería «blasonar» los citados resultados de las urnas.

Hubo aún otra palabra clave en su intervención. Circunstancias. Así se refirió al cambio de posición del PSOE después de la decapitación del secretario general del «no es no». «Estamos –dijo Rajoy– en unas circunstancias nuevas que alientan la esperanza de que España pueda disponer en breve plazo de un Gobierno en plenitud de funciones».

Las circunstancias nuevas de Rajoy estaban sentadas en el Hemiciclo a la izquierda del orador. En la bancada socialista que hoy se levantará para votar no al candidato y dentro de dos días le abrirá la puerta para un segundo mandato como presidente del Gobierno. Las circunstancias no tenían ayer muy buena cara. El rostro grave de Antonio Hernando, el portavoz del PSOE, reflejaba de forma dramática el giro socialista, y el diputado Pedro Sánchez, sentado en la cuarta fila de la izquierda, completaba el paisaje de las circunstancias. El saludo gélido entre ambos da para un tratado sobre traiciones y otras cosas.

Las apuestas del primer día de la tercera y definitiva ceremonia de investidura en un año se centraban en la duración de la legislatura. Si bien el candidato se esforzó mucho en subrayar las dificultades para gobernar en solitario si los demás partidos de la Cámara no asumen su responsabilidad, la mayoría del PP apuesta claramente por una legislatura completa y por su orden. Avalan esta apuesta la capacidad de Rajoy para el milagro de la supervivencia y las graves heridas del PSOE, que necesitan tiempo para curarse. Los más animosos centristas del PP subrayan que esta vez es verdad. Después de cuatro años sin hablar con nadie, el PP ha vuelto al consenso y al pacto. Porque la necesidad aprieta.