ABC-IGNACIO CAMACHO

Ningún Gobierno soberano puede conceder la extraterritorialidad de facto a la segunda ciudad del Estado

EXISTE en la arrinconada Cataluña constitucionalista cierta corriente de opinión desfavorable a la reunión del Consejo de Ministros en Barcelona. Piensan los detractores de la idea que dicha sesión, además de provocar un colapso de la ciudad por las protestas del separatismo borroka, va a proporcionar a los nacionalistas más agresivos la coartada que busca Quim Torra para convertir la visita del Gabinete en una verdadera encerrona. Que los Mozos de Escuadra carecen de cohesión y autoridad para enfrentarse al clima violento de los CDR y sus diversas plataformas, y que la operación de propaganda sobre la actitud «invasora» de Sánchez va a anular su ya de por sí escasa efectividad simbólica. Y todo ello es cierto, o puede serlo, como lo es también la evidencia de que a estas alturas ya no queda margen político para ninguna misión conciliadora. Pero por encima de cualquier consideración táctica existe una lógica que adquiere carácter de axioma en circunstancias de presión intimidatoria: y es que el Gobierno de España tiene perfecto derecho a reunirse en cualquier ciudad española.

Renunciar a ese derecho cuestionado bajo amenaza equivale a conceder a la Cataluña soberanista una suerte de independencia de facto. A admitir en la práctica la extraterritorialidad de la segunda capital más poblada del Estado. Ya resulta bastante triste que el ejecutivo de la nación haya elegido para reunirse la sede de un colectivo de empresarios porque, salvo el Palacete Albéniz –residencia oficial del Rey–, la Administración central no parece disponer de un edificio del nivel representativo adecuado. Esa decisión logística es todo un retrato de cómo España ha cedido al autogobierno catalán la competencia alegórica de la ocupación completa de los espacios; ya durante la crisis del referéndum hubo que alojar a los policías en barcos. Y esta misma semana, la Corona ha aceptado que la entrega de los premios Princesa de Gerona cambie de escenario porque la ciudad anfitriona considera al monarca no grato. Ni siquiera un presidente como éste, por mucho que deba a los nacionalistas su cargo, puede ceder más sin caer en un absoluto fracaso.

Sánchez practica el constitucionalismo en días alternos y el resto los dedica a tratar de amigarse con los sediciosos a base de coba y embelecos. Por eso es conveniente no darle pretextos para desdecirse en las contadas ocasiones en que decide seguir el camino correcto. Una vez más ha naufragado su búsqueda de acercamiento a través de ocurrencias oportunistas en busca del golpe de efecto. Sin embargo, y aunque de nuevo haya elegido mal el momento, le asiste la razón fundamental y debe hacerla valer por encima de cualquier contratiempo. Y como es muy probable que necesite de la fuerza para eludir el presumible asedio, va a ser una estupenda ocasión de comprobar si es capaz de ejercer la autoridad sin remordimientos.