Juan Carlos Girauta-ABC

  • La prosperidad nace en entornos muy distintos al de la España que está diseñando el sanchismo

Allá por los ochenta supo el mundo que las mafias podían comprarse los Estados. Tales eran las cifras de escalofrío que movían el tráfico ilegal de drogas y armas. Es una peligrosa rareza que millardos de dólares corran por decenas, por cientos, en busca de acomodo. Así se corrompe con facilidad a personas que ocupan cargos institucionales en todos los poderes.

Pronto sabrá el mundo que ciertos Estados pueden comprarse las mafias y lo que sea. Tales son las cifras de escalofrío que mueven las políticas monetarias de crédito fácil, casi obligado, y rebatiña. Es una peligrosa rareza que millardos de euros corran por decenas, por cientos, en busca de acomodo. Así se obtiene el respaldo de personas que ocupan cargos ejecutivos en grandes empresas.

O al menos eso es lo que la lógica dice que acabará sucediendo si las morteradas no van acompañadas de un estricto control sobre el Estado. Control que solo puede provenir de la instancia prestamista, Europa. Y Estado que solo es digno de confianza si es un prestatario transparente en el uso de los fondos. Aunque esa es solo la primera condición para que la repentina liquidez sirva a su cometido: ayudar a salvar empresas con criterios políticamente neutrales, no a salvar gobiernos inoperantes con la ayuda de empresas que devienen beneficiarias por razones ajenas a la lógica económica.

Junto a la transparencia del Estado, ‘conditio sine qua non’, hay otros requisitos sin cuya concurrencia hará estragos el riesgo moral, esto es, la extensión, cual mancha de aceite, de decisiones arriesgadas por las que pagan otros. Así que, aunque parezca una buena noticia, es en realidad una onerosa desgracia que el Estado pueda de pronto atar los perros con longanizas sin proceder a hondas reformas. Solo ellas permitirán generar la riqueza suficiente para remontar mientras se va reduciendo la deuda pública y se mantiene el Estado de bienestar.

Dichas reformas no son ningún secreto, las vienen proponiendo los partidarios de la regeneración, que no es un nuevo regeneracionismo, vocablo inutilizado por la historia patria. No se generará la riqueza que España va a necesitar para mantener sus estándares correctos, y para mejorar los incorrectos, sin la puesta al día de las instituciones y el saneamiento de normativas caducas.

Seguimos batiendo tristes récords en desempleo, especialmente en el juvenil. Asimismo, los jóvenes que logran trabajar lo hacen en condiciones de precariedad que les impiden organizar y planificar su vida. Abocados a una provisionalidad que se cronifica, su talento se malogra y su ánimo se envenena. La prosperidad nace en entornos muy distintos al de la España que está diseñando el sanchismo. Lejos de trabajar en las reformas que han de estimular la creación de riqueza, el gobierno especula sobre cómo repartir mejor la casquería. Y encima lo hace mal. El solomillo se lo reserva a los amigos.