ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • Sánchez se abrazaba ayer a su vicepresidenta y hoy la considera un lastre en su lucha cuerpo a cuerpo contra Feijóo

Produce vergüenza ajena asistir al combate que libran Yolanda Díaz e Irene Montero por un puñado de escaños. Una que peina ya canas recuerda bien a Julio Anguita repitiendo aquello de «programa, programa, programa», versión mucho más honorable del actual «puesto en la lista, puesto en la lista, puesto en la lista» constituido en punto nuclear de una batalla entablada sin otro afán que el de hacerse con las poltronas. A eso ha quedado reducido el movimiento presuntamente regenerador creado para traer una «nueva política» capaz de garantizar la «democracia real». ¿Y aún hay quien se pregunta el porqué de su debacle? De cuantas estafas electorales hemos conocido los españoles, la protagonizada por Podemos se lleva la palma. Tan burdos han sido sus métodos, tan gruesas sus incoherencias, tan nefastos los resultados de su labor legislativa, que no han superado siquiera el primer asalto en las urnas. Y tras el revolcón sufrido el 28M andan a la greña, lanzándose navajazos en el barro, a ver quién logra un acomodo donde salvarse del naufragio. ¡Qué diferencia con Ciudadanos! Ante resultados similares, los comunistas autoproclamados «la fuerza que transforma» emulan las peores tradiciones patrias y se dividen en facciones cuyos aparatos tratan de someter o destruir al contrario. Los liberales, en cambio, aceptan el veredicto y renuncian a concurrir a las próximas elecciones, en aras de facilitar el desalojo de Pedro Sánchez; un presidente que ayer se abrazaba a su vicepresidenta y hoy la considera un lastre en su lucha cuerpo a cuerpo contra Feijóo, a quien reta con la chulería de un perdedor desesperado.

La estirpe de Iglesias reproduce sus conductas. Él consiguió mudarse de Vallecas a Galapagar gracias a la ayuda de leales como Errejón o Bescansa, a quienes después purgó sin la menor consideración. Ahora sus herederas imitan ese proceder con el vano empeño de sobrevivir al hundimiento de una nave que no por cambiar de nombre va a mantenerse a flote. Irene, abanderada de Podemos, parte con desventaja, porque sus hechos y sus formas la han convertido en un personaje odioso hasta para los suyos, excepción hecha de Pam, su fiel escudera. Yolanda, a la cabeza de Sumar, tiene a su favor una sonrisa perenne que esconde una vaciedad absoluta. Yolanda es la nada, un bluf, una maestra en el arte de resistir temporales a base de traicionar a cuantos la han apoyado y proferir obviedades sin asumir compromisos concretos. Irene es la pantalla tras la cual se esconde Pablo, que fingió abandonar la escena pero aspira a seguir imponiendo sus decisiones. Dos caras de una misma moneda. Dos caminos hacia la ruina. Tengo para mí que al final acabarán entendiéndose, aunque solo sea para mitigar la magnitud del desastre y poder apesebrar a unos cuantos compañeros más a la izquierda de un PSOE que también se asoma al abismo.