Escuchar, a estas alturas, a muchos de los parlamentarios nacionalistas trazar una división entre abertzales y constitucionalistas para fortalecer el bloque independentista, como si estuviéramos en Québec, libres de amenazas terroristas, suena mucho peor que una trampa. Se trata de un planteamiento perverso, alejado de la más mínima consideración hacia esa parte de la población que está perseguida.
Hace falta como el respirar. El cambio que ha iniciado el nuevo Gobierno vasco de Patxi López tendrá que llegar hasta la base del lenguaje para ordenar este caos cósmico en el que nos hemos movido en los últimos años. Porque en una comunidad como la vasca, en donde las obviedades democráticas suenan a excepción y se consideran una anomalía, hay que decirlas con cierto aire de solemnidad para poder romper con la inercia de los estereotipos, tan arraigados durante los casi treinta años de gobiernos nacionalistas. A saber: la derecha actual es tan democrática como cualquier partido que respeta las normas constitucionales; la izquierda abertzale no es más progresista porque envuelva su cuello en una kufiya palestina; el PNV no se vuelve socialdemócrata de la noche a la mañana porque decida, ahora, apoyar la reforma de la ley del aborto; los socialistas vascos no son unos muertos de hambre que se venden por un plato caliente en la mesa. La ‘p’ con la ‘a’: ‘pa’.
Hay que empezar por lo básico en nuestro país cuando se trata de inculcar los valores democráticos desde los primeros años de la existencia. No sólo hay que recorrer los centros de enseñanza para contar a los niños que mucha gente del país ha vivido perseguida y sigue viviendo amenazada por unos fascistas disfrazados de patriotas ( y ahí sí que estaría bien empleado el término), considerados todavía por una buena parte de la población unos ‘luchadores’, sino que hay que derribar los muros de las falsedades sobre las que se ha ido construyendo nuestra propia historia. La tarea que le espera al Gobierno de Patxi López es tan ardua que no se concibe a largo plazo. La batalla por liberar las calles de las principales ciudades vascas de la propaganda terrorista ha resultado quizá lo más vistoso. El comienzo del diálogo social a pesar del boicot de los sindicatos abertzales, lo más prometedor en tiempos de crisis. La ampliación del pacto presupuestario entre el PSE y PP al PNV, lo más estable. Pero Euskadi necesita una campaña de desintoxicación sobre los valores manipulados, el lenguaje pervertido y la falsificación de los estereotipos.
No es de recibo que en este lugar del planeta existan quienes siguen teniendo comprensión hacia el entorno político de ETA, que no tuvo en su día el coraje que demostró el del irlandés Gerry Adams con el IRA. Como tampoco se sostienen planteamientos tan simplistas, por indocumentados, como los que señalan al PP como la «extrema derecha organizada». Es cierto que algún dirigente socialista que vivió de esa propaganda hace meses, ha tenido que sellar su boca después de comprobar que el partido de Antonio Basagoiti (que no es distinto al de Rajoy) ha posibilitado que Patxi López gobierne en Ajuria Enea. Puede que haya pasado algo desapercibido. Pero el presidente de los socialistas vascos, Jesús Egiguren, ha empezado a desmontar el andamiaje retórico construido laboriosamente por el nacionalismo durante todos estos años. Egiguren no ha podido ser más claro en una entrevista concedida a EL CORREO este fin de semana, al decir que «consideramos a los compañeros del PP tan demócratas como nosotros. Han estado en la misma trinchera. ¿Qué problema hay para pactar con ellos? ¿qué problema hay en trabajar con los que también han sido perseguidos?»
El dirigente socialista vuelve, así, a recuperar el discurso que su partido pronunciaba cuando ETA mató a Fernando Buesa y que abandonó por un tiempo durante la etapa de la fracasada negociación entre el Gobierno de Zapatero y la banda terrorista. Mucha labor de campo es lo que hace falta en este país para no quedarnos con nuestro gran potencial de innovación y trabajo lastrados, sin embargo, por las ideologías tan ancestrales que son incapaces de distinguir entre los que quieren imponer sus planes y los demócratas.
Escuchar, a estas alturas, a muchos de los parlamentarios nacionalistas trazar una división entre abertzales y constitucionalistas para fortalecer el bloque independentista, como si estuviéramos en Québec, libres de amenazas terroristas, suena mucho peor que una trampa. Se trata de un planteamiento perverso, alejado de la más mínima consideración hacia esa parte de la población que está perseguida.
Cuando la presencia del terrorismo se hace tan visible hasta resultar insoportable, es cuando se produce cierto repliegue en el mundo nacionalista. Pero la vida sigue y la falta de conciencia vuelve a aflorar. Y como no se tiene en cuenta esa realidad, algunos son capaces de señalar con el dedo con manifiesta frivolidad. Y hablan de «Prensa del Movimiento» con la misma ligereza que consideran «fachas» a los políticos del PP o «muertos de hambre que no saben llevar corbata» a los socialistas. Es imprescindible lograr un lenguaje consensuado y democrático para la nueva etapa. Eguiguren ha empezado a aportar su cuota a ese diccionario para la ciudadanía en el que todos coincidamos a la hora de definir y describir lo que significa: víctima, verdugo, facha, luchador, conflicto, negociación, violencia. Mientras no lleguemos a hablar de lo mismo, difícilmente saldremos del laberinto.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 9/11/2009