MARTÍN ALONSO / Doctor en Ciencias Políticas y miembro de BAKEAZ, EL CORREO 11/04/13
· El pillaje semántico es recurrente en el radicalismo abertzale. La transfusión de contenido de ‘preso de conciencia’, tomado del léxico de los derechos humanos, es un ejemplo del abuso.
Los significados se construyen en trayectos de ida y vuelta entre los procesos lingüísticos y los datos de la realidad; atender a uno sólo de los polos induce a confusión cuando se trata de asuntos socialmente sensibles. La referencia de EH Bildu a los ‘presos políticos’ y a las víctimas gratuitas –que ya provocó un conjunto de clarificadores artículos en estas páginas– ilustra un fenómeno en modo alguno novedoso: la colonización del significado conceptual (denotativo, cognitivo) por un significado asociativo (connotativo), fabricado estratégi-camente en la batalla por el relato, expresión ella misma de los avatares y el balance histórico del nacionalismo radical.
En 1970 el Frente de Liberación de Quebec (FLQ) secuestró a un diplomático británico. La organización presentó el secuestro como una «acción puramente militar» contra el «Gobierno colonial británico en Quebec». El comunicado de reivindicación incluía, entre otras exigencias para acabar con el secuestro, la liberación de 23 «presos políticos». Este episodio –que precedió al secuestro del viceprimer ministro de Trabajo de Quebec, Pierre Laporte, cuyo asesinato acarreó la caída libre de los apoyos al programa independentista por medios violentos– sirve precisamente a G. Leech (‘Semantics’, 1974) para explicar el fenómeno de la ‘ingeniería conceptual’. Señala que los ‘presos políticos’ eran en realidad miembros del FLQ encarcelados por extorsión y atentados con bombas, y que la expresión vehicula un conjunto de asociaciones poderosas –detenciones sin juicio, condenas por meros delitos de opinión, Amnistía Internacional…–, que distorsiona el sentido normal del término. Añade Leech que los miembros del FLQ detenidos eran ciertamente ‘presos políticos’ en el sentido de que habían sido políticas las motivaciones de sus actos, pero que tales actos eran al mismo tiempo inequívocamente ‘criminales’ desde el punto de vista legal, con independencia de las convicciones políticas. El FLQ trataba de imponer una definición alternativa por la vía de la connotación.
Las reflexiones publicadas por EL CORREO subrayan dos aspectos: el abuso del lenguaje y el trazado de una geometría política de conveniencia. En cuanto al lenguaje, los términos abstractos, como ocurre con la mayoría de los políticos, tienen un contorno indefinido que permite interpretaciones diversas. Para Arzuaga-Mintegi, ‘preso político’ encubre una textura doble derivada de la retórica del conflicto: la apropiación de las connotaciones positivas que adscribe a la expresión ‘preso político’ los rasgos que Amnistía Internacional atribuye a los ‘presos de conciencia’, por un lado, y la externalización de las connotaciones negativas en la contraparte de la que proceden las víctimas, culpabilizada (por resistirse a dialogar). Hay, como se ve, dos operaciones de ingeniería superpuestas: neutralización y blanqueo del sentido, música de Mandela para letra de Videla.
El pillaje y la extorsión semántica son prácticas recurrentes en el radicalismo abertzale. La transfusión del contenido de ‘preso de conciencia’, importado del léxico de los derechos humanos, a la caracterización de los presos etarras es sólo un ejemplo más del abuso de las definiciones persuasivas, las que estipulan un uso interesadamente deformado. Al respecto, dos observaciones: preferir ‘presos etarras’ o ‘presos terroristas’ a ‘presos políticos’, por un lado; y señalar, con pesar, la abdicación de las instancias que han acuñado significantes valiosos en la defensa de su acervo simbólico frente al uso tacticista del nacionalismo radical, apuntalado por los intelectuales orgánicos del autodenominado ‘tercer espacio’. No por mero prurito de propiedad intelectual sino porque, como constató con su habitual lucidez Primo Levi, «es obvia la observación de que donde se violenta al hombre se violenta también el lenguaje».
El blanqueo conceptual se complementa con la confusión de la geometría política. Al terminar el debate sobre pacificación, Laura Mintegi insistió en dos aspectos esenciales del credo abertzale: el carácter fundacional y legitimador del ‘conflicto’ y una visión de la política según la cual «la democracia consiste en escuchar lo que te gusta y lo que no». Dos palabras sobre lo último: Mintegi parece ignorar que existen dos geometrías de lo político: una que opone la democracia a lo no democrático –un espacio en el que se inscribe la trayectoria de ‘presos políticos’ como los de ETA o el FLQ en cuanto exponentes del etnofunda-mentalismo–; este espacio tiene sólo dos posiciones y la prueba inequívoca de su vigencia es la existencia de víctimas políticas. Así lo entendió el Gobierno canadiense al apelar a la ley sobre medidas de guerra –un estado de excepción– tras los secuestros de 1970.
En cambio, cuando hay una aceptación general de las reglas de juego, el interior del espacio democrático alberga una geometría pluralista. EH Bildu debe saber que mientras no desautorice su pasado victimario será poco creíble su reclamación de un tratamiento especial para las trayectorias de sus protagonistas: las dos geometrías políticas no pueden operar a la vez. La extorsión hermenéutica forma parte de la misma caja de herramientas que la confusión de la geometría política: ambos recursos persiguen un reetiquetado ‘pro domo sua’ de la realidad encaminado a blanquear el pasado y enseñorearse del presente. Lo que está en juego no es la cuestión de la verdad –la denotación de ‘presos políticos’–, sino la de la eficacia psicológica y política del marco interpretativo subyacente.
MARTÍN ALONSO / Doctor en Ciencias Políticas y miembro de BAKEAZ, EL CORREO 11/04/13