Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli
- Vivimos un ambiente muy parecido al del final del felipismo, solo que peor
Dieciocho años van del nacimiento a la mayoría de edad y el inicio de una vida adulta nueva y joven; y dieciocho son, por lo menos, los años que hemos perdido sin afrontar los vicios que amenazan destruirnos como nación democrática.
Andaba pensando yo el tema de esta columna, dudando entre varios muy apetitosos, cuando la lectura de un tuit me ha devuelto al 2007. El tuit en cuestión se preguntaba, al hilo del diluvio de escándalos, por la razón de que -supuestamente- nadie hubiera explicado hasta hoy la pésima selección española de políticos y gentes con mando. Para rebatirlo he buscado en internet alguno de los artículos que he publicado sobre la selección negativa, o selección de los peores, y he dado con uno, publicado por ABC en mayo de 2007, precisamente titulado “La selección de lo peor”: trata de Conde Pumpido, a la sazón Fiscal General del Estado.
Esto diferencia aquel fin de época del actual: parecía que el PSOE debía irse a la oposición para rehacerse y auto regenerarse; pocos pensaban que el problema fuera la propia organización, su sistema de selección y promoción de los peores
La autocita se considera un acto sin elegancia (sobre todo por quienes tienen poco que autocitar), pero a veces resulta oportuna como las repeticiones volterianas. Rescato la pieza porque demuestra dos conclusiones notables: primera, que hemos desperdiciado 18 años, y segunda, que nuestros males tenían y tienen remedio, a condición de que sean afrontados con voluntad de solucionarlos, asumiendo que la solución requiere de cambios profundos, y que los cambios presentan riesgos, sí, pero que el riesgo más peligroso -al estilo del capitán del Titanic- es decidir no hacer nada o demasiado poco.
Luego iremos a mi pieza de hace dieciocho años (¡ya es mayor de edad!); reparemos ahora en que vivimos un ambiente muy parecido al del final del felipismo, solo que peor. En efecto, con la grave excepción terrorista del GAL -parece que al PSOE le tienta el crimen, incluso con Felipe González-, los cargos socialistas corruptos de entonces se limitaron a robarnos. Hoy están destrozando la estructura misma del Estado, demoliendo las instituciones y acabando con la confianza en la democracia. Y el foco de la podredumbre es el corazón mismo y la cabeza del Gobierno, repitiendo el hábito de que en España la corrupción descienda de la cabeza al organismo. Esto diferencia aquel fin de época del actual: parecía que el PSOE debía irse a la oposición para rehacerse y auto regenerarse; pocos pensaban que el problema fuera la propia organización, su sistema de selección y promoción de los peores. Hoy, excepto empleados y fans, y quizás los Diógenes empeñados en pasear la lámpara de día buscando el socialista bueno, pocos creen que el PSOE tenga remedio.
Zapatero, o la corrupción sonriente
Tras los dos mandatos de Aznar, y con la inesperada ayuda de la masacre islamista del 11M, el PSOE volvió al Gobierno, pero de la mano de un siniestro sujeto cuyo grado de cinismo, falsedad e inmoralidad no se ha revelado por completo hasta su elevación a consigliere de dictadores y valido en la sombra de Pedro Sánchez. Me refiero, es obvio, a José Luis Rodríguez Zapatero.
Zapatero, la corrupción sonriente, dio los pasos decisivos para hacer completamente ilusorio que el PSOE tuviera una dirección política decente. Su heredero es el Sánchez que intentó el cambiazo de urnas en el Comité Federal socialista, al mejor estilo Grupo de Puebla, y cuyo obsceno intento de pucherazo le valió no la expulsión, sino ser elegido en las primarias por los militantes socialistas, certificando que el respeto de las reglas democráticas dejaba de ser un requisito para las bases fanatizadas del partido: todo valía y valdría para que no gobernara la derecha.
Sánchez heredó de Zapatero, como los emperadores romanos heredaban los esclavos y siervos de su predecesor, a Cándido Conde Pumpido, personaje clave en la negociación con ETA, la felonía que inició la demolición constitucional. Pumpido acabó convertido, gracias a su absoluta disposición para la tarea, en clave de bóveda de la corrupción sistémica y del golpismo blando como Presidente del Tribunal Constitucional.
En 2007 no había forma de saber qué depararía exactamente la Fortuna al sujeto en cuestión, pero, tras prometer al Senado que en la negociación con ETA “el vuelo de las togas de los fiscales no eludirá el contacto con el polvo del camino”, quedó clara su disponibilidad para burlar la Constitución. Y aquí va el final de aquella columna mía del ABC de 2007 de lamentable actualidad.
Lamentablemente, la sociedad española no brilla por su alto nivel de exigencia democrática o por su conciencia ciudadana.
“La gran ventaja que ha disfrutado el zapaterismo es, precisamente, la incredulidad que despierta la correcta interpretación de sus intenciones y procedimientos. (…)
La promoción de las peores ideas y de las peores personas ha ido avanzando como una invasión de termitas que ha brotado a la luz con el derrumbe de algunas estructuras carcomidas en la oscuridad. Muchos prefieren consolarse suponiendo que se trata de un problema aislado, menor, que no podrá con nuestro sólido edificio institucional. Peligroso consuelo, desmentido por la sórdida historia del «proceso de paz». Lamentablemente, la sociedad española no brilla por su alto nivel de exigencia democrática o por su conciencia ciudadana.
Muchos piensan que Zapatero y compañía pueden y deben hacer lo que quieran si a cambio consiguen que ETA no les estropee la cena con la imagen de un atentado, o si los islamistas eligen ciudades remotas para poner sus bombas. Esta actitud no es típica de gente de escaso nivel cultural, sino que abunda entre los catedráticos universitarios, los periodistas de peso o los empresarios más boyantes. Sea cómplice o fatalista, la promoción de lo peor es una muy larga tradición de la España plural. (…) el problema de fondo que está agravando el zapaterismo es la inmadurez de la democracia española, la pobreza de nuestra cultura política, la fragilidad de las instituciones que caen en manos de incompetentes e indeseables que parece imposible quitarse de encima. Tolerar a los peores es llamar a gritos al desastre de lo peor. Y es lo que pasará si no hacemos algo al respecto.”
Quienes podían no quisieron hacer ni nos dejaron hacer nada al respecto, con aquella mayoría absoluta de Rajoy tan estéril como una mula. Y este es el resultado: 18 años perdidos. Todo ha ido madurando hasta extender la convicción, quizás pronto judicial, de que el Gobierno del PSOE y sus socios es una organización criminal. Tiene remedio si le damos la vuelta. Pero si se impone el habitual inmovilismo y el pensamiento mágico a la espera de milagros o alienígenas perderemos mucho más que los 18 años siguientes.