José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- El sapo más indigesto se lo han tragado los 17 europarlamentarios socialistas que votaron contra la reprobación de Marruecos al alimón con la ultraderecha europea. Mañana en Rabat, más menú de batracios
Juan Fernando López Aguilar, ahora europarlamentario del PSOE y antes ministro de Justicia en el Gobierno de Rodríguez Zapatero (2004-2007), ha manifestado en el Diario de Avisos del pasado día 24 que, como Marruecos es un socio estratégico, “si hay que tragar sapos, se tragan”. Aunque todavía no sabemos qué tipo de batracios hemos de deglutir procedentes de Rabat, es de agradecer la sinceridad ingenua del socialista canario. O no tan ingenua, porque así el PSOE y el Gobierno nos van preparando para digerir los resultados de la cumbre hispano-marroquí que mañana se celebra en la capital de Marruecos.
Se ha establecido casi dogmáticamente que la política exterior de Pedro Sánchez no solo es correcta sino, incluso, brillante. Para ser ecuánimes, es cierto que algunos logros del Gobierno en la Unión Europea han sido positivos, como el tope ibérico al precio del gas, aunque aún estemos pendientes de quién asume la factura que ha generado. Pero no puede olvidarse en absoluto que en esta legislatura se ha producido el volantazo más brusco y autoritario de la política exterior española.
En marzo del año pasado se conoció la furtiva carta que, por su cuenta y riesgo, envió Pedro Sánchez a Mohamed VI, en la que, alterando sustancialmente la posición española sobre el Sáhara Occidental, le comunicaba que “España considera la propuesta marroquí de autonomía presentada en 2007 como la base más seria, creíble y realista para la resolución de este diferendo”. España abandonaba su compromiso ante la ONU de defender el derecho de autodeterminación del pueblo saharaui, haciéndolo, además, sin debate en el Congreso, sin comunicación previa del Gobierno y de forma clandestina.
La misiva frustró más a la izquierda que a la derecha, pero, después del enfado, fuese y no hubo nada. La cumbre de Rabat será la culminación de una posición subordinada —no equilibrada— ante un vecino hostil al que el Gobierno no le aguantó el pulso de la retirada de su embajadora en Madrid, a pesar de que han quedado lesionadas nuestras relaciones con Argelia, uno de nuestros más importantes suministradores de gas, que ha dejado en suspenso el tratado de amistad entre los dos países y que ahora se relaciona intensamente con Italia. El intercambio comercial con Argelia, además, se ha desplomado y el precio del gas que nos suministra se ha disparado.
Por su cuenta y riesgo, Sánchez envió a Mohamed VI una carta en la que alteraba la posición española sobre el Sáhara Occidental
Transcurridos más de 10 meses de aquella misiva, desconocemos qué contraprestaciones ha conseguido el Gobierno de su homólogo en Rabat, salvo, quizás, el de dejar de alentar la inmigración ilegal hacia España, aunque de forma tan torpe como demostró el asalto a la valla de Melilla en junio pasado que terminó en una tragedia que se cobró más de 25 fallecidos. Grande-Marlaska ha tenido que degustar un alimenticio y proteico plato de sapos y ser llamado por el propio Parlamento Europea para dar unas cumplidas explicaciones sobre la actuación policial española que no han convencido ni a unos ni a otros. Pero si hay que tragar, se traga.
Lo hicieron el pasado día 20 —tragar— los 17 eurodiputados del PSOE al votar en contra de la reprobación del Parlamento de la Unión Europea al Reino de Marruecos por sus infracciones al derecho a la libertad de expresión y el acoso a periodistas, entre ellos a nuestro compañero y colaborador de este periódico, Ignacio Cembrero, que interpreta correctamente la motivación de este gesto de los socialistas: preservar la cumbre de mañana en Rabat, no dificultar la apertura de las aduanas de Ceuta y Melilla y evitar la presión migratoria hacia nuestro país. Al PSOE y al Gobierno no parece importarles que el colega esté siendo víctima de vigilancia digital, intimidación y hostigamiento judicial. Le preocupa mucho más que el Parlamento Europeo haya añadido a la reprobación a Marruecos la decisión de no desplazar al país magrebí ninguna delegación, al tiempo que investiga si el régimen de Rabat se comportó como el de Qatar, con la compra de voluntades.
Marruecos ha sido históricamente una piedra en el zapato de España. En 1921, el desastre de Anual nos condujo a la dictadura militar de Miguel Primo de Rivera, letal para el régimen de la Restauración, que periclitó en 1931, un año después de que Alfonso XIII despidiera al golpista tras aceptarlo en 1923. El 6 de noviembre de 1975, en un momento crucial, Hassan II lanzó la marcha verde en Sáhara Occidental, impidiendo que España descolonizase ordenadamente aquel territorio. Y ahora nos presiona con la migración descontrolada y nos somete a la zozobra de no reconocer a Ceuta y Melilla como territorio nacional, negándose a abrir las prometidas aduanas. Falta saber si la intrusión de Pegasus en los móviles del presidente del Gobierno y de la ministra de Defensa —que condujo a la peor crisis del CNI— concierne o no al Gobierno marroquí.
Sánchez no ha conseguido nada con el arbitrario cambio de la política española sobre la antigua colonia, salvo aminorar la hostilidad de Rabal a costa, eso sí, de perder la amistad con Argelia. Pero debemos atenernos, sumisos y resignados, a tragar todos los sapos que la nomenclatura marroquí tenga por conveniente servirnos, sea cual sea la naturaleza de sus imposiciones. Una política exterior verdaderamente progresista, la de Sánchez —los ministros de Unidas Podemos no estarán mañana en Rabat—, que ha culminado con la votación de los europarlamentarios socialistas, coincidente con la de la ultraderecha en el Parlamento Europeo amparando al régimen autoritario y teocrático de Mohamed VI. Mientras tanto, el Congreso de los Diputados pinta en este asunto lo que un perro en misa. Sapos, desde luego.