Este sábado, 23 de marzo de 2024, se cumplen diez años del fallecimiento de Adolfo Suárez.
El hombre que apareció como un fulgor en julio de 1976 al ser nombrado presidente del Gobierno por S.M. el Rey Juan Carlos I. El hombre que contribuyó en modo máximo a poner fin a la dictadura franquista, que procedía de la guerra civil, y hacer posible la Transición democrática en España. En menos de seis meses (diciembre de 1976), mediante el referéndum sobre la Reforma Política, liquidó las cortes franquistas. Luego abordó la legalización de los partidos políticos, y así hasta llegar a las primeras elecciones democráticas desde 1936, celebradas el 15 de junio de 1977, que ganó Suárez encabezando su partido, UCD.
Después, en octubre de 1977, impulsó la amnistía de la reconciliación entre los españoles, aprobada con la formidable mayoría de 296 votos a favor en el Congreso de los Diputados (y sólo dos votos en contra). Siguió con los pactos de la Moncloa, tan necesarios para sacar a España de la grave crisis económica que sufría en esos momentos. Y, finalmente, culminó su gran obra, la Constitución de 1978, aprobada por consenso por las fuerzas políticas democráticas de aquel Congreso de los Diputados, con el voto favorable de 325 diputados, que establece un estado social y democrático de derecho después de dos siglos desdichados de la historia española, perdidos en golpes de estado, asonadas, guerras civiles y dictaduras infames. Esta Constitución fue aprobada por casi el 90% del pueblo español en votación del Referéndum del 6 de diciembre de 1978. Es la primera y única Constitución votada por el pueblo español en nuestra historia.
“La concordia fue posible”, así figura al pie de su tumba en la Catedral de Ávila, donde está enterrado. Es el tiempo quien agiganta o empobrece a los estadistas a los ojos de la propia historia. Desde la Segunda Guerra Mundial lo hemos visto tanto a izquierda como a derecha. Los cancilleres Olof Palme, de Suecia; Willy Brandt, de la República Federal Alemana; o Bruno Kreisky, de Austria, los tres socialdemócratas, son buenos ejemplos de ello. Como Winston Churchill, el hombre que detuvo al nazismo en Europa, o el Deneral de Gaulle, el hombre de la resistencia frente al mal y luego fundador de la V República francesa, todos ellos imborrables de la memoria humana y política de Europa.
Hay un discurso de Adolfo Suárez (se puede ver en Youtube, son diez minutos mágicos), pronunciado en 1996 al recibir el premio Príncipe de Asturias de la Concordia, que resume la obra que protagonizó. Dice, entre otros extremos: “Con frecuencia se confunde la concordia con el conformismo y con la uniformidad y creo que nada tiene que ver con ellos. Su raíz estriba precisamente en el pluralismo, la libertad y la solidaridad. Sin ellas no es posible la concordia. La concordia jamás se impone, se busca en común y se realiza con el esfuerzo de todos.
La lucha política, la controversia, el debate, el disentimiento, el conflicto no constituyen una patología social. No son acontecimientos negativos. Al contrario, a mi juicio, reflejan la vitalidad de una sociedad.
(…) Y así como la concordia es capaz de hacer crecer las cosas más pequeñas, la discordia es capaz de destruir las cosas más grandes.
Por tanto, también creemos en los derechos humanos. Creemos en la libertad, en la igualdad, en la justicia, en la solidaridad. Creemos en la democracia y en el Estado de derecho.
En la transición nos propusimos todos los españoles la reconciliación definitiva. Y quisimos acabar con el mito de las dos Españas, siempre excluyentes y permanentemente enfrentadas. Pensamos que España o es obra común de todos los españoles, de todos los pueblos que la forman y de todos los ciudadanos que la integran, o simplemente no es España”.
Creo que los españoles puede que sólo tengamos que hacer una cosa: cultivar, día a día, allí donde nos encontremos, la buena semilla de la concordia
Después sigue un párrafo clave para entender la obra colectiva de la Transición: “La transición fue, sobre todo, a mi juicio, un proceso político y social de reconocimiento y compresión del «distinto», del «diferente», «del otro español», que no piensa como yo, que no tiene mis mismas creencias religiosas, que no ha nacido en mi comunidad, que no se mueve por los ideales políticos que a mí me impulsan y que, sin embargo, no es mi enemigo sino mi complementario, el que completa mi propio «yo» como ciudadano y como español, y con el que tengo necesariamente que convivir porque sólo en esa convivencia él y yo podemos defender nuestros ideales, practicar nuestras creencias y realizar nuestras propias ideas”.
Concluyó su intervención con una reivindicación de la concordia: “En el futuro yo creo que España podrá superar cuantas dificultades se le planteen y realizar su decisiva aportación a la concordia de las naciones. Y para ello creo que los españoles puede que sólo tengamos que hacer una cosa: cultivar, día a día, allí donde nos encontremos, la buena semilla de la concordia”.
A los grandes hombres les ennoblece, justamente, la generosidad de quienes fueron sus adversarios políticos. Nadie mejor que Alfonso Guerra para dar testimonio de ello. Lo encontramos en el tercer tomo de sus memorias, Una página difícil de arrancar; subtituladas Memorias de un socialista sin fisuras –y vaya que lo es– (Editorial Planeta, 2013), que reprodujo en parte después, en su libro “La España en la que creo, en defensa de la Constitución” (La Esfera de los libros, 2019 y 2023). Dice Alfonso Guerra en la primera de las obras citadas: “Adolfo Suárez siempre lo ha tenido claro, quería hacer política, y vaya si la hizo. Ha marcado una línea, una raya de separación en la historia de su país, de nuestro país”.
“Adolfo Suárez es un claro paradigma de autorredención. Quiero que se me entienda bien, su ser interno no cambió, su virtud vivía en su alma desde el inicio, pero su proyección en la colectividad organizada, en la vida social y política, atravesó un mar de dificultades hasta encontrar el escenario donde desarrollar la aspiración política con nobleza y fuerza de cohesión. Numerario de un régimen oprobioso, aquel joven desclasado nunca perteneció a ninguna de las familias que se repartían el poder. Laborioso y con encanto de seductor, fue ascendiendo en el edificio que quería derribar. Alcanzó la cima de la representación ideológica del régimen, y justo desde el pináculo del infausto Movimiento dirigió su vida toda al desmontaje de la vieja e injusta estructura”.
Comenta después Alfonso Guerra una comida con Suárez, en diciembre de 1981, ya dimitido de la presidencia del Gobierno (enero, 1981). Y como conclusión, dice: “Estaba contemplando la soledad del corredor de fondo (por Suárez), desclasado del grupo y conductor de éste, venerado y abandonado, líder y nada».
«Fue el momento en que comprendí que la amistad no es otra cosa que una negociación siempre inconclusa de dos soledades. Lo sentí más amigo que nunca”
Nos previene Guerra de una supuesta animadversión entre él y Suárez. Dice: “Habrán leído historias de animadversión entre Adolfo y yo mismo. No hay que hacer caso (…) he tenido la fortuna de mantener una intensa relación con Adolfo. Durante su mandato y especialmente después de su salida del poder, lo que me ha meritado el privilegio de poder visitarlo aún en la enfermedad, lo que agradezco a su hijo Adolfo Suárez Illana”.
Comenta después Alfonso Guerra una comida con Suárez, en diciembre de 1981, ya dimitido de la presidencia del Gobierno (enero, 1981). Y como conclusión, dice: “Estaba contemplando la soledad del corredor de fondo (por Suárez), desclasado del grupo y conductor de éste, venerado y abandonado, líder y nada. Fue el momento en que comprendí que la amistad no es otra cosa que una negociación siempre inconclusa de dos soledades. Le sentí más amigo que nunca”.
Concluye Alfonso Guerra: “Como dijo el poeta Hölderlin: “Algunos hombres se ven obligados a aferrar el relámpago con las manos desnudas. Así fue Adolfo Suárez”.
Sí, el afecto de Alfonso Guerra por su adversario –costará mucho oír a alguien que hable como él con tanto afecto, reconocimiento y ternura hacia Suárez–, ennoblece a la persona e ilumina la Transición como trabajo de concordia.
Y hoy, diez años después de que nos abandonara, perdido él mismo en la niebla del olvido, cuán necesario sería recuperar algunas de las lecciones que hicieron posible la concordia entre españoles. Tal como pretendió, practicó y consiguió, Adolfo Suárez.