EL CORREO 25/02/14
FLORENCIO DOMÍNGUEZ
Es posible que el concepto mismo de verificación, al estilo de la practicada por el equipo de Ram Manikkalingam, haya quedado tocado de gravedad tras conocerse los detalles de la declaración de los verificadores en la Audiencia Nacional. Va a resultar muy difícil justificar la eficacia que tiene para el control de las armas de ETA ver cómo se embalan en una caja y las guardan los mismos terroristas en una casa que los verificadores serían incapaces de encontrar. Es incómodo descubrir que ETA lo único que selló fueron dos folios de papel donde estaba el inventario de las armas.
A pesar de ello conviene tener en cuenta las alegaciones de los miembros de la CIV. Una de las ideas expuestas por los verificadores en su comparecencia de Bilbao del pasado viernes era que resulta muy difícil llevar a cabo el desarme de ETA sin ayuda de los gobiernos de España y Francia. Dicen que la clandestinidad de los terroristas y el riesgo de ser detenidos provoca dificultades para el sellado de zulos y para que se deshagan de cantidades importantes de armas. Por eso reclamaron inmunidad para los miembros de ETA que hicieran esa tarea y «ayuda técnica» de París y Madrid.
Frente a lo que sostienen los verificadores y la izquierda abertzale, lo difícil no es el desarme de ETA. Lo realmente difícil para la banda terrorista fue armarse y eso lo consiguió sin contar con la ayuda de los gobiernos, como es obvio, y burlando la persecución policial. Si creen que dejar las armas es difícil, los verificadores tendrían que ver lo complicado que ha sido conseguirlas.
Dos años, entre 1976 y 1978, estuvo ETA intentando sacar más de dos toneladas de armas que había comprado en la antigua Yugoslavia y que estaban almacenadas en la ciudad de Split. ETA trató de contratar a contrabandistas griegos, pero pedían demasiado dinero por el trabajo. Luego alquiló un yate a otro contrabandista y preparó un complejo plan para sacar las armas en dos barcos y llevarlas a Sete (Francia), donde las desembarcarían con zodiacs. Todo se fue al traste al ser detenido el patrón del yate.
Difícil fue, en 1980, esconder en una autocaravana el arsenal entregado por el Departamento XXI de la Stasi a ETA-pm en un almacén de Berlín, poner a un anarquista francés al volante, hacerlo pasar por el puesto fronterizo de Helmstedt Marienborn, recorrer la antigua RFA, atravesar Francia y llegar a las Landas. O recoger una carga similar en Bucarest en 1982 y transportarla hasta el País Vasco francés.
Muy complicado fue el intento de ‘Mikel Antza’, en 1998, de conseguir un pesquero de Hondarribia para ir a por armas hasta un país africano. O, también en el mismo año, el plan de contratar un camión en Bratislava (Eslovaquia) para ir a Sofía (Bulgaria), llenarlo de armas, atravesar fronteras de cuatro países y llegar a Oloron Sainte Marie para hacer la entrega.
Armarse en el mercado negro no sólo es complicado, sino que, además, te arriesgas a que te estafen, como le pasó a ETA con un traficante suizo que le sacó 40 millones de pesetas por adelantado, no entregó la mercancía y se fue al Caribe a disfrutar de la buena vida con la pasta. Y, encima, cuando ETA intentó matarlo por moroso, el CESID se enteró del plan y avisó al suizo para que pusiera pies en polvorosa.
La dificultad no está en entregar las armas a las autoridades, sino en librarse de ellas sin que las intervenga la Policía francesa o la española, porque esa imagen es interpretada por ETA y su mundo como un reconocimiento de la derrota. El problema está en conseguir una prensa industrial que machaque las pistolas o poder llevarlas a una fundición y que el fuego las haga desaparecer para siempre sin que se enteren los gobiernos de Madrid o París.