Manuel Montero-El Correo
- El rechazo del vandalismo contra la tumba de Buesa debería llevar a la izquierda abertzale a condenar su asesinato y todos los de ETA
La reconversión de la izquierda abertzale en una especie de movimiento de izquierdas sin taras democráticas presenta escenas esperpénticas. De pronto, y sin previo salto evolutivo, ciñe su discurso a preocupaciones sociales que conciernen a toda España, de cuya estabilidad «progresista» se presenta como adalid, apresurándose a ser el primero en apoyar a Sánchez: el que da primero da dos veces, se dirán. La transformación es tal que los presos han dejado de protagonizar su discurso. Hasta condenó, por la boca de Otegi, la profanación de la tumba de Buesa. Lo hizo con indignación, indignándose también con los que consideran limitada esa condena y les parecen pocos sus esfuerzos.
Es que, efectivamente, son pocos. Precisamente, la condena por el vandalismo en el cementerio muestra los límites de esta reconversión política, que apenas llega a cambio de fachada. No le alcanza para condenar el asesinato de Buesa, le basta con que se respete su tumba. ¿Es un avance? Señala cierta vocación de sepulturero, preocupado por que se cuide el cementerio, pero sin afrontar el paso fundamental, la condena de ese asesinato y, de paso, de todos los que cometió ETA. Una condena de este tipo, sin paliativos, contribuiría a que las huestes de la izquierda abertzale abandonaran su fascinación por la violencia y dejaran de pensar que las actuales poses y declaraciones son un paripé para enredar al Gobierno y demás ‘hooligans’ y poder actuar políticamente sin renunciar a ETA, a sus pompas y valores.
Por lo que se ve, ponen nervioso a Otegi tantas exigencias y su reacción, que seguramente quiere denotar un repentino perfil de hombre con recursos intelectuales, resulta pintoresca. Asegura que el (Diccionario) María Moliner incluye varios sinónimos de condena y ellos emplean otros, por lo que viene a decir lo mismo. No es buen argumento. Si lo mismo le da un sinónimo que otro, no se entiende que no utilice el término ‘condena’ para referirse a las atrocidades de ETA. Lo que dice de los sinónimos es una tontería, pues viene a suponer que los sinónimos tienen exactamente el mismo significado e iguales matices, lo que haría innecesaria buena parte de nuestro vocabulario. Ya que está con el María Moliner, con aire de lector versado, le vendría bien consultar la acepción de condena según la cual significa: «Tachar a una persona o una acción de moralmente mala, indebida o injusta y mostrarse opuesto a ella». Hay condenas necesarias, aunque no sean judiciales.
Como no está entrenado de demócrata, lleva mal las críticas. No responde a ellas, salvo con salidas por la tangente como la descrita, una puerilidad, sino que se queja de que le critiquen. A lo mejor añora los tiempos en que hablaba HB y un silencio espeso caía sobre el país, sin nadie que rechistara. O lo de pasar por demócrata le ha llegado muy de mayor, y es difícil reconvertirse tras décadas de caudillito de la tribu.
Asombra cómo los responsables de exigirles condenas del terror les van abriendo camino
Lo de afirmarse perseguido por el mundo, con gentes que les abominan, lo tiene bien asentado en sus concepciones. Así celebra el mayor éxito de su política, la foto de Aizpurua con Sánchez: «Nos sitúa en una nueva fase política», «aunque unos y otros no quieran». Lo que parece llenarle de orgullo es esta alusión a esos «unos y otros» que no quieren, que así se lo tendrán que tragar. Servidor está entre los concernidos, aunque, sin más precisiones, no sabe si va con ‘los unos’ o con ‘los otros’.
De todas formas, hay que reconocer que, pese a sus obvias limitaciones, Otegi y la izquierda abertzale han conseguido éxitos inimaginables anteayer. Asombra cómo los responsables de exigirles condenas del terror les van abriendo camino. Parecen Moisés y los judíos cruzando el mar Rojo a pie enjuto, mientras se les abrían las aguas. Dentro de algún tiempo, no muy lejano, se desvanecerán de la memoria los avatares de esta investidura, cuaje o sea fallida; tendremos solo un vago recuerdo de esta coyuntura confusa. Sin embargo, quedará indeleble la foto en que un presidente de Gobierno recibe a antiguos apoyos del terror. Las fotos históricas superan su coyuntura y se convierten en símbolo de una época, de una actitud, de una victoria, de una traición o de una tragedia.