Tiene razón David Mejía cuando escribe, en The Objective, que “de Ciudadanos ya no se puede decir que sea un partido primordialmente antinacionalista ni regenerador: Ciudadanos es, ante todo, antisanchista”. Obsesión que le conduce, a mi juicio, a un callejón sin salida. Porque, al ser el sanchismo algo vacío, sin contenido político, el antisanchismo está condenado a serlo también.
Pedro Sánchez no es socialista, es maquiavélico: el poder es lo que le interesa, lo único que le interesa. Está dispuesto a hacerlo todo por conseguirlo, por mantenerlo, por incrementarlo. Con una falta de escrúpulos en cierto modo admirable. Es un cínico, un antisentimental. En este sentido, es lo contrario de Zapatero. Con respecto a este, lleno de contenido político, el antizapaterismo sí estaba lleno también de contenido político.
La famosa frase de Roosevelt sobre el dictador Somoza (“tal vez sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”) podría habérsele aplicado a Sánchez. Pero Rivera ha impedido que sea “nuestro”. A ver de quién es ahora.
No se me escapa (¡porque nada se me escapa!) que lo anterior implica dar por imposible a Sánchez; ni se plantea la hipótesis de su conciencia. Pero así está la cosa. Esa es la cruda realidad. La realidad con la que tendrían que hacer política los que supuestamente sí tienen conciencia. Esos que, de momento, lo único que hacen es luchar a su vez por su podercillo. Con un maquiavelismo no menos maquiavélico que el de Sánchez, pero sí más torpe.
La situación es desastrosa. Y lo va a seguir siendo. La desmembración del constitucionalismo es una catástrofe sin paliativos. Tampoco se me escapa que la empezó Sánchez, con sus infames alianzas en la moción de censura. Pero que los otros (PP y Cs) hayan decidido seguir por ese camino en vez de corregirlo, confirma que no hay solución. Cuando lleguen al poder, si llegan, va a ser para nada. Para nada de lo importante.