El subjetivismo posmoderno está destrozando la posibilidad misma de la política democrática. Nada es objetivo, todo es opinable, todo es cuestión de voluntad subjetiva, la intención es lo que cuenta. Es necesario algo de claridad en este marasmo intelectual que sólo sirve para regocijo de ETA.
Es probable que tengan razón quienes pronostican que el fin de ETA será un fin difuso. Es probable que ese fin no sea como nos gustaría a muchos, un fin claro, con una fecha clara, con una declaración clara: nos disolvemos, se ha acabado ETA, firmado: ETA. Puede suceder algo distinto: fin por inoperancia, fin por agotamiento, un fin sin fecha, un fin sin que nadie pueda decir que realmente ha sucedido.
El fin de ETA, en cualquier caso y por muy difuso que fuera, sería algo bienvenido que aún no se ha producido. ETA estará más o menos débil, tendrá mayor o menor financiación, estará más o menos infiltrada por los cuerpos de seguridad del Estado, pero está muy presente, demasiado presente en la política vasca. Y gracias a la colaboración que todos prestamos a la debilitada ETA ha conseguido que el carácter difuso de su fin se convierta en debilidad de la democracia y del Estado de derecho porque provoca en casi todos nosotros un estado alarmante de confusión.
El fin de ETA puede ser perfectamente difuso, aunque no nos guste. Pero eso no puede ser razón para que provoque la confusión en la que estamos inmersos. Desde que, con conocimiento, iniciativa e impulso de ETA o sin todo ello, Batasuna inicia un estudiado y medido distanciamiento de ETA, el suficiente en su opinión para cumplir con lo exigido por la Ley de Partidos y poder así participar en la vida democrática institucional, da la impresión de que al resto de actores políticos y a los observadores de la política les ha entrado, o nos ha entrado, una especie de niebla mental, vocación de futurólogos, ambición de conseguir el Nobel de la paz, prisa por ser los anunciantes del fin -de ese fin del que se dice que será difuso-, una confusión que, a falta de otros motivos de alegría, debe resultar reconfortante para los miembros de ETA.
Uno, en su ingenuidad, había pensado que para que Batasuna pudiera participar en la democracia se debía producir una de dos cosas: una declaración de ETA anunciando su voluntad firme y comprobable de abandonar la lucha armada, o una declaración de Batasuna anunciando su ruptura eficaz y comprobable con ETA para lo que la condena de la historia de terror de ETA es la mejor y más sencilla prueba.
No ha sucedido ni lo uno ni lo otro. Lo único que ha sucedido es que ETA declara una tregua en la que faltan las palabras incondicional y definitiva; que Batasuna declara su voluntad de que en el futuro no haya violencias que valgan en política, ni la de ETA ni la del Estado de derecho, se supone. Lo único que se ha producido es que Batasuna sigue emperrada en participar en la democracia afirmando que la democracia y el Estado de derecho aún no existen, sino que están a la espera de que ellos lleguen. Lo único que ha sucedido es que se vuelve al tiovivo de las marcas sustitutorias, de las interpretaciones de voluntades subjetivas, de pruebas y contrapruebas, de impugnaciones ante tribunales y de sentencias judiciales, y de acusaciones mutuas entre partidos políticos de actuar por intereses partidistas y electorales -las hemerotecas avergüenzan a cualquiera-.
Es cierto que no hay democracia sin algo de todo esto, de ruido, debate, discusiones, alboroto y críticas entre los partidos políticos. Es la realidad del pluralismo, de la libertad de opinión, de la formación de voluntades mayoritarias. Pero también es cierto que todo esto no termina desintegrando las sociedades democráticas ni los sistemas democráticos porque existen supuestos que no se cuestionan: el respeto de las reglas acordadas, el respeto de los principios que hacen posible la convivencia entre diferentes, la convivencia en pluralidad, la intolerancia con el intolerante, el sometimiento no a la exclusiva voluntad popular, sino al imperio del derecho, el respeto del pluralismo, la comprensión de democracia como gestión del pluralismo.
Lo malo de la situación actual es que la confusión afecta no a lo normal de la vida democrática, sino a los supuestos sin los que la democracia desaparece, se desintegra. El problema no es que haya algún partido político que quiera cambiar la Constitución, que quiera otro sistema político, siempre que sea capaz de explicar cómo piensa respetar la libertad de conciencia, la libertad de opinión, el derecho a la diferencia, la libertad de identidad, porque si no puede hacerlo es que es un partido no democrático.
El problema radica en que se olvida que en la historia ha habido partidos democráticos que han abierto las puertas al totalitarismo -el Partido de Centro a Hitler-, el problema radica en que se olvida que ha habido partidos que han puesto en jaque el sistema democrático al considerar a partidos democráticos como fascistas en lugar de luchar contra los planteamientos totalitarios -el Partido Comunista alemán obedeciendo a Stalin en la república de Weimar-. El problema radica en que el partido que quiere participar en la vida democrática trae el fardo de una historia de justificación de cientos de asesinatos, de una historia de amenazas, amedrentamiento y extorsión, y sólo ofrece la callada como aval de su comportamiento futuro.
El problema radica en que parece que estamos todos encantados en que nos carguen con la acusación de haber vivido en una falsa democracia desde la transición, una democracia que superará su propio déficit estructural si se les admite a ellos, los concubinos del asesinato, sin que tengan que romper con esa historia de forma expresa.
Uno sabe que el subjetivismo posmoderno está destrozando la posibilidad misma de la política democrática. Nada es objetivo, nada se puede objetivar. Todo es opinable, todo es interpretable. Todo es cuestión de voluntad subjetiva. Todo es relativo. La intención es lo que cuenta. Algunos caminan cantando las excelencias de este posmodernismo subjetivista hacia el abismo. Pero algunos no tenemos ninguna voluntad de estrellarnos y creemos que es necesario algo de claridad en este marasmo intelectual que sólo sirve para regocijo de ETA.
Joseba Arregi, EL DIARIO VASCO, 4/5/2011