MANUEL ARIAS MALDONADO-EL MUNDO

MIENTRAS el independentismo catalán –un tigre de papel alimentado por la pasividad de la democracia española– se desliza alegremente hacia el esperpento vestido con traje regional, los demás nos preparamos para volver a las urnas. Más de uno, claro, preferirá irse de compras: ¿votar otra vez? Nadie podrá reprocharle su hartazgo: estas elecciones, si llegan a celebrarse, carecen de toda justificación.

Otra cosa es que tengan explicación. Y es bien sencilla: el presidente en funciones cree que le convienen. Seguramente, con el manual de la escuela realista en la mano, tenga razón: debilitará a Unidas Podemos echándole encima el muerto de la falta de acuerdo y hará daño a un Rivera atrapado en tierra de nadie. ¡La ocasión es propicia! Pero hay razones que el corazón no entiende: los intereses de parte pueden socavar el sistema si se persiguen de manera grosera. Por ahí podría escapársele el relato a Sánchez. Más difícil es que se le escapen los escaños: su astucia política es innegable.

Es claro que caben otras explicaciones, muchas de ellas propagadas por actores con interés directo en la investidura. Topamos así con una bruma argumental que confunde al más pintado: que si la culpa es de Iglesias (por no aceptar unos ministerios de tercera), de Rivera (por mantener su promesa electoral), o incluso de Casado (por falta de sentido de Estado). Todo eso está muy bien, pero la realidad es que el PSOE no ha hecho una oferta digna de tal nombre a nadie: solo ha desplegado su talento escénico para simular voluntad de acuerdo, sin moverse mientras tanto de su propósito de gobernar en solitario. Todo ello en un contexto multipartidista que empieza a demandar menos narcisismo y más cooperación. Al menos, eso se nos venía diciendo.

Decía Cassirer que Maquiavelo fue el primero en comprender que la religión no era en los nuevos principados un fin en sí mismo, sino un simple instrumento en manos de los dirigentes políticos. Tiene uno la impresión de que una disyunción parecida empieza a producirse en nuestros días, solo que en lugar de la religión son los valores democráticos los que se convierten en una herramienta partidista. O sea: en un elemento de la estrategia comunicativa que la práctica prefiere ignorar. Así las cosas, el público se divide entre quienes pican el cebo y quienes no pueden dejar de ver la caña. ¡Vino viejo en odres nuevos! Y este año, doble cosecha.