Fernando Savater-El País
No es nuestra luz lo que les atrae, sino sus sombras las que les empujan
En la lógica clásica era temido el dilema o argumento bicornuto (sí, con dos cuernos) que equivalía a un callejón sin salida. Vamos, que sostuvieras esto o lo otro siempre te pillaba el toro. En política no son raros, todo lo contrario, y el populismo consiste en saltar por encima de ellos como si no existieran. Son populistas quienes no torean ni bien ni mal, sino que niegan que haya toro… El bicornuto más peligroso que hoy tiene Europa (a la que en la mitología raptó un toro) es el dilema que plantea la inmigración. Por un lado, si no rescatamos del mar, la guerra y la miseria a los desdichados semejantes que quieren refugiarse a nuestro lado (en muchos casos, mujeres y niños), cometemos el peor pecado contra la humanidad que compartimos y contra su mejor timbre de excelencia, la hospitalidad; por otro, si auxiliamos a cuantos tratan de forzar nuestras fronteras incluso arriesgando sus vidas, favorecemos el negocio de las mafias que se aprovechan de su desesperada esperanza, además de comprometer por saturación nuestros servicios públicos.
Los populistas lo tienen claro: ¡abramos las fronteras, que pasen todos, al fondo hay sitio, Dios proveerá! Los de la acera opuesta: ¡nada de manga ancha, con el contrato laboral en la boca o a la calle, los que se ahoguen que hubieran aprendido a nadar! Con tanto antitorero suicida, es difícil componer una figura airosa para lidiar al bicornuto. Quienes lo intenten deben empezar por recordar que el primer derecho de los emigrantes es a no tener que abandonar por falta de oportunidades o sobra de amenazas su país de origen. No es nuestra luz lo que les atrae, sino sus sombras las que les empujan. Ahí, en el oscuro origen, debe iniciarse nuestra lidia.