Dilemas morales

 

El asunto de los GAL emborrona mucho el discurso del PSOE. ¿Por qué desenterrarlo, entonces? Puede que en estas horas casi finales de ETA, a González le haya dado un pronto vanidoso y exhibicionista -«yo pude hacerlo»-, o que haya querido compartir un peso moral que le reconcome, pero que debe seguir llevando él en solitario.

«¿Cree que el presidente del Gobierno autorizaba estas acciones que eran terrorismo de Estado?», preguntó Sáenz de Buruaga al ex secretario de Estado para la Seguridad, Rafael Vera.

Respuesta del entrevistado: «El presidente del Gobierno estaba en estas cuestiones relacionadas con la gobernabilidad del país».

Cuestiones relacionadas con la gobernabilidad del país. El crimen como una de las bellas artes. Mientras, Felipe repetía en Cartagena de Indias que el conflicto moral de volar a la dirección de ETA dura «hasta hoy; es decir, que prevalece». Él optó por la virtud, negándose a dar la orden, pero todavía no sabe si hizo bien.

No es creíble. Las dudas tuvieron que disipársele el 29 de marzo de 1992, cuando el entonces coronel Galindo llamó a su director general, Luis Roldán, que aún no había posado en gayumbos de topos rojos para Interviú, y le dijo: «¡Bingo!» La cúpula de ETA, volatilizable dos años antes, había sido detenida en una operación irreprochable. Era el temible colectivo Artapalo, integrado por Pakito Mujika Garmendia, José Luis Álvarez Santacristina, ‘Txelis’, y J. M. Arregi Erostarbe, ‘Fiti’. Desde que a FG le presentaron la duda moral en bandeja, esa cúpula había sufrido la baja de José J. Zabaleta, ‘Waldo’, detenido el 23 de septiembre de 1990, y la incorporación de Mujika Garmendia.

Cualquiera en su lugar habría pensado: «Menos mal que rechacé la idea». La naturaleza humana disipa las dudas morales cuando alcanzamos lo útil al mismo tiempo que lo agradable.

Por otra parte, un atentado no habría tenido probablemente efectos definitivos y sí daños colaterales importantes. Como hemos visto hasta ahora, el cargo de número uno de ETA se transmite por endoso, como el del pirata Roberts en la película La Princesa Prometida.

Se pueden comprender los dilemas morales, como el que debió plantearse el presidente en 1983, cuando faltaban 48 horas para el asesinato anunciado del capitán Martín Barrios y alguien ordenó a un inspector y tres geos secuestrar al etarra Larretxea Goñi para impedir la consumación del crimen. Fracasaron.

No quisiera estar en sus zapatos, pensé entonces. Si la oferta se hubiese producido a comienzos de 1989, el mismo que se planteaba matar a los terroristas, negociaba con ellos en Argel, aunque allí no se planteó ninguna cuestión política.

Un gobernante democrático no debería tener estas incertidumbres morales, pero si las tiene -no todo el mundo es Guzmán el Bueno-, no debe compartirlas con la peña. Son las servidumbres del poder.

¿Se pueden hacer trampas? No se debe, pero si las haces y te pillan, no puedes pedir que siga la partida como si tal cosa. Te comes el marrón como un caballero, dimites y aceptas disciplinadamente comparecer ante la Justicia.

El GAL era asunto amortizado y no es probable que pase factura electoral al PSOE, aunque emborrona mucho su discurso. El día que nos ajusten las cuentas los mercados, nadie se va a distraer con este asunto. ¿Por qué desenterrarlo, entonces? Cabe la posibilidad de que FG se quedara emocionalmente ante la cárcel de Guadalajara, ya vacía, como apunta Arcadi Espada; que en estas horas casi finales de ETA, le haya dado un pronto vanidoso y exhibicionista -«yo pude hacerlo (si no hubiese tenido escrúpulos morales)»-, o que haya querido compartir un peso moral que lo reconcome desde entonces, pero que debe seguir llevando él en solitario. El poder, la soledad, el frío y el último teléfono.

Santiago González, EL MUNDO, 10/11/2010