Editorial, LA VANGUARDIA, 30/11/11
UN importante miembro del PSOE resumía el pasado sábado, al salir de la reunión del comité federal, el estado de los dirigentes socialistas después del tremendo revés electoral: «El partido está hecho polvo». No es para menos. Han sufrido una verdadera debacle. Sacando fuerzas de flaqueza, la citada reunión del comité federal, después de un suave esbozo de autocrítica y de reafirmarse en la validez de su programa, preparó el terreno para la imprescindible renovación del partido dando facilidades a los hipotéticos candidatos a la secretaría general (reducción de los avales necesarios).
Intenta el PSOE, por otro lado, retener la Junta de Andalucía, único reducto de poder que le queda. La identificación entre el poder andaluz y el socialismo español es tan alta que puede considerarse, sin temor a exagerar, un componente característico de estos 30 años de democracia. Sin embargo, extrapolando los resultados andaluces de las últimas elecciones, tal objetivo parece ahora mismo imposible. Sin duda pondrá el PSOE todo su empeño en que José Antonio Griñán consiga repetir la presidencia. Y es que, privado del oasis del poder andaluz, el desierto que debería atravesar sería un verdadero drama (de poco le serviría el provisional poder de Patxi López, pues, debido al complicado contexto vasco, la lehendakaritza no puede considerarse ni oasis ni cuartel de invierno).
Confía seguramente el PSOE en las durísimas medidas de choque que deberá aplicar el gobierno de Rajoy para poder organizar una campaña de defensa numantina de las políticas de protección social que tradicionalmente ha desarrollado en Andalucía. No es extraño, en este sentido, que el candidato popular a la Junta de Andalucía, Javier Arenas, haya afirmado que las medidas de austeridad desarrolladas por el Govern de Artur Mas son impensables en Andalucía. Las elecciones andaluzas serán algo así como la prueba del algodón de la sincera voluntad con que los dos partidos españoles se enfrentan a la gravísima situación de la economía española.
Dejando a un lado esta última batalla electoral pendiente, el PSOE deberá decidir, mientras se aproxima al congreso de febrero, si se deja arrastrar por la tentación de lanzarse a la calle o si opta por un camino estratégico de responsabilidad, apoyando a distancia crítica la política de austeridad a que está obligado Mariano Rajoy (y que el propio Zapatero ha implantado en el último año). En este marco hay que situar la selección del futuro líder. Las primeras escaramuzas dan la impresión de que se impone la extravagancia y el casticismo. Las pintorescas declaraciones de Alfonso Guerra y José Bono sobre la idoneidad de un candidato catalán han dado protagonismo a Carme Chacón pese al castigo que ha sufrido en las urnas. Ese varapalo pone más entredicho sus posibilidades de liderazgo en el partido que el debate sobre su pertenencia al PSC. Si el papel del PSOE en la restauración de la democracia ha sido capital, en otros momentos de la historia se cubrió de triste gloria (Largo Caballero y la dictadura de Primo de Rivera, o Indalecio Prieto en la revuelta antidemocrática de 1934). Es de esperar que, en este momento crítico, el PSOE reencuentre la mejor veta de su tradición: la que va de Pablo Iglesias a Javier Solana. Y se aleje de la tentación de agitar con demagogia y casticismo viejos fantasmas españoles que debería haber contribuido a cerrar bajo siete llaves.
Editorial, LA VANGUARDIA, 30/11/11