- En su adversa circunstancia, Sánchez azuza el antisemitismo –como Melenchón con la Francia Insumisa– con una causa gazatí que le importa un rábano a quien sólo se quiere a sí mismo y, si acaso, a su mujer al atesorar la caja negra de un pasado en el que el proxenetismo de su suegro financió su vida y su carrera
En la tragedia de Hamlet, William Shakespeare lega una frase que, como otras suyas, trasciende al tiempo. «Algo huele mal en el Estado de Dinamarca» le escucha el príncipe a su centinela Marcelo poco antes de que la aparición espectral de su padre le revele que su tío Claudio lo asesinó para usurparle el trono. Aquella aseveración ha quedado para los anales a la hora de referir como la corrupción y el mal gobierno asolan una nación. Por eso, cuando Dinamarca goza de uno de los regímenes más decentes del orbe, a su primera ministra, la socialista Mette Frederiksen, no le han dolido prendas para crucificar a Pedro Sánchez por alentar las algaradas que propiciaron la cancelación de la etapa final de la Vuelta a España para desviar la atención de sus corrupciones de familia, de partido y de Gobierno. «Una carrera ciclista –escribió Frederiksen– ha sido arruinada las últimas semanas por manifestantes y el deporte ha sido hecho prisionero (…) La democracia nos da derecho a expresar nuestras opiniones. Pero el Parlamento de la calle no tiene nada que ver con la democracia. Destruye el deporte y la democracia».
No en vano, con la excusa del conflicto entre Israel y Hamás, «Noverdad» Sánchez emprende su particular intifada contra la legalidad democrática con un gobierno socialcomunista ya abiertamente antisistema que, a la vez que hace de la política un espectáculo con los «La, la, la» de la participación o no de TeleSanchez en el próximo Festival de Eurovisión, supedita las Fuerzas de Seguridad a quienes quebrantan impunemente el orden público. Si en El hombre que fue jueves, de Chesterton, los sediciosos eran los policías encargados de combatirlos, aquí el mendaz ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, recobra ‘el comando Rubalcaba’ que a él se la jugó como juez con el chivatazo a ETA del bar Faisán para dar cobertura a un reconstituido ‘comando Madrid’ bilduetarra que ha llevado su tradicional reVuelta contra la ronda por española a la capital del Reino, donde le ha dado la bienvenida el delegado del Gobierno, Francisco Martin, que llamó patriotas a los criminales de ETA. Incapaz de preservar la celebración de una prueba internacional, como era su cometido, aplaudió hasta con las orejas a los camorristas y se desentendió de los 22 policías heridos.
Claro que la supresión ha sido un ensayo para transformar Madrid en campo de futuras batallas como escenario del «proceso español» como Barcelona lo fue del «procés» con Sánchez animando a los boicoteadores con pareja prosopopeya a la del president Torra, al que tildaba de ‘Le Pen catalán’, con su «Apreteu, apreteu» («Presionad, presionar») a los CDR. De esta guisa, Sánchez se mimetiza con sus socios Frankenstein para desbordar el marco legal. Como explicó Georges Sorel, el teórico del sindicalismo revolucionario, en sus Reflexiones sobre la violencia, hay que generar una convulsión para que, por medio de imágenes, palabras y mensajes, la masa se movilice «antes de todo análisis racional».
En su adversa circunstancia, Sánchez azuza el antisemitismo –como Melenchón con la Francia Insumisa– con una causa gazatí que le importa un rábano a quien sólo se quiere a sí mismo y, si acaso, a su mujer al atesorar la caja negra de un pasado en el que el proxenetismo de su suegro financió su vida y su carrera. Para evitar ser defenestrado, luego de comprar su Presidencia al prófugo Puigdemont, así como de transfigurar La Moncloa en centro de negocios de su «consuerte» y escondrijo de su hermano con domicilio fiscal en Portugal para burlar al Fisco, cualquier subterfugio vale para un profeso de la ética de la mentira. De ahí que, como le reprocha su colega socialdemócrata, encomie a los gamberros poniendo en tela de juicio la capacidad de España para albergar grandes eventos.
Al no conocerse caso igual, Sánchez opinará que «la democracia está sobrevalorada», como se jacta el protagonista de House of Cards, el insaciable Frank Underwood, cuando se halla a las puertas del Despacho Oval «sin un solo voto emitido a mi nombre». Así, quien ayer fantaseó con comandar la OTAN hasta que Biden le puso la proa y hoy le hace la guerra a Israel sigue los avatares de Zapatero para poner rumbo a Pekín desentendido de Ucrania, cuya deportación de niños por parte de Rusia no mueve a la conmiseración de una izquierda cuyas barricadas sirven de refugio a un Sáncheztein conforme al «hay que tensionar» de Zapatero a Iñaki Gabilondo.
Para ello, un partido-secta, cuya soldada paga el Estado, se militariza a las órdenes de un caudillo al que rinde culto a la personalidad en términos castristas: «Te seguiremos hasta la victoria» (sólo le faltó añadir «comandante Pedro»), proclamó el lunes su portavoz, Patxi López, en la Interparlamentaria de arranque de curso. Se pertrecha para su ofensiva de primavera con elecciones en Castilla y León, y Andalucía. En las vísperas, efectuará una remodelación gubernamental aprovechando la salida de la vicepresidenta Montero, de vuelta a casa para contender con Moreno Bonilla, y que puede ser reemplazada por José Manuel Campa, exsecretario de Estado de Economía con Zapatero, quien deja la presidencia de la Autoridad Bancaria Europea en enero por «motivos personales y familiares».
Dependiendo de ambos envites, Sánchez volverá a prefigurar unas elecciones plebiscitarias contra el dúo Trump-Netanyahu ninguneando a Feijóo y a Abascal como símbolos del caos y con él como «yo» liberador. Para lo cual, como significaba Joseph Goebbels, el ministro de propaganda nazi y gran adalid del antisemitismo, desatará «un infierno informativo empujando, agitando y golpeando con los titulares de sus activistas en la televisión pública a fin de que todo el mundo sepa las atrocidades israelitas y apague sus corrupciones y atropellos. «¡El führer dirige y nosotros acatamos!», dictaba Goebbels y reincidirá José Pablo López, comisario sanchista en RTVE. De ahí que no haya que juzgar el libro del buen amor que vende Sánchez por las tapas de Gaza, al igual que hace Hamás, sino por el material bélico que encierra para encubrir una corrupción que ya se huele desde la antaño Dinamarca de Hamlet.