MANUEL MARÍN, ABC – 19/04/15
· «Como hace 25 años, sigue reproduciéndose esa agria sensación de que en España no cabe un corrupto más»
En su proceso de demolición institucional, España no aprende las lecciones del pasado. Por mucha moraleja que contuvieran y por mucho daño que infligieran. Como hace 25 años, sigue reproduciéndose esa agria sensación de que en España no cabe un corrupto más. De que si aparece uno en La Coruña con corbata y tirantes en la postura del egipcio, otro cae al agua en Alicante por los empujones.
La sensación de podredumbre no es nueva. Creímos que el lodazal que fue la agonía del felipismo no se repetiría. Y que el Estado, para su propia supervivencia, sabría rearmarse contra las filesas, los roldanes y perotes, los marianos rubio y los saqueos marbellíes, el robo a manos llenas de fondos reservados y los trapicheos de ingeniería bancaria en los argentia trusts y los KIO de turno; los amaños en la Cruz Roja, en el BOE, en el Cesid, en la Expo; los «convoluttos» del AVE y los cafelitos del «Waterguerra», el expolio de Banca Catalana… Creímos vacunarnos, por vergüenza de contribuyente asqueado, contra la imagen de Javier de la Rosa apurando un bocadillo arrinconado en la prisión, o contra la escena de Roldán, en calzoncillos y un Patek Philippe en la muñeca, extasiado en juergas con el glamour de un pic-nic romántico en Tomelloso.
¿Qué necesidad tenía Rodrigo Rato? Una trayectoria impecable como recuperador del caos económico del felipismo, rico de familia, con la credibilidad que imponía su mensaje regenerador, con la pátina de tótem inflexible contra la corrupción, con la categoría de jefe de Estado, de banquero de prestigio… Vimos a Roldán al borde de las lágrimas en el golpe de su sentencia. Hoy, contemplamos a Rato como el nuevo juguete para alimentar la pena de telediario en la estampa innecesaria de la crueldad cuando el sistema no mira apellidos y estrangula su crudeza contra un coche policial. Mordiéndose el labio superior en un gesto indescriptible como elegía de un drama no verbal: el de quien sabe que la luz se ha apagado para su autodestrucción, con la conciencia a oscuras y en gélida soledad. Para su fin.
Hoy el rencor acumulado en la calle exige hogueras. Que en el futuro se pruebe si hay delito o no ha dejado de ser relevante. Es la atmósfera viciada lo que pesa sobre el crédito del sistema. Rato fue un icono, pero hoy los amigos de toda la vida, incrédulos, lo abominan. El dinero ilícito no solo ensucia el bolsillo. Manda. Borra las lecciones que nos regalan los errores de la democracia con el tippex de la soberbia y la ambición innecesaria. Un cuñado del Rey, Jordi Pujol, Bárcenas, Gürtel y Matas; los ERE con su trama de aseguradoras, bufetes, chóferes, vacas asadas y abuelas con DNI de testaferro; Granados empleando a discapacitados para destruir pruebas, tarjetas black para lencería, facturas falsas en los sindicatos, paraísos fiscales… ¿Los regeneradores? El portavoz de Ciudadanos en el Parlamento catalán renunció al escaño investigado por un fraude fiscal. Monedero, alter ego de Podemos, fue cazado con más de 200.000 euros sin declarar. Y anda por ahí, abandonado, purgando penas con sus billetes morados a buen recaudo.
Ya no es la erótica del poder. No es el gozo destructivo e imitador de un guión de «House of Cards» con la ambición, el odio y el triunfo como metas. Es la ansiedad de la mangancia. Si algo diferencia al ladrón de cuello blanco y corbata de seda y al clásico robaperas es que aquel mete la mano convencido de su impunidad, y lo maquilla con el tole-tole de la vocación, el amor servicio público y la estabilidad institucional. Lo siento por esos 99 de cada 100 que son honrados. El 1 que no lo es mancha demasiado. Lección no aprendida, suspendida toda la clase.
MANUEL MARÍN, ABC – 19/04/15