Ana Zarzalejos-El Español

El Dios de Donald Trump le ha salvado la vida para que pueda volver a ocupar la Presidencia de Estados Unidos y salvar a América de las garras del progresismo desaforado.

Al Dios de Donald Trump no le bastaba con Jesucristo y necesitaba un mesías moderno que se entregara por la causa antiwoke. Con Elon Musk como una especie de San Pedro con altas capacidades para liderar esta nueva era más tecnológica, una evangelización 2.0.

El problema es que no hay más que hojear la Biblia para saber que los profetas suelen pasarlo bastante chungo cuando les toca cumplir, contra viento y marea, con la misión encomendada por Dios. Su poquito de incomprensión, su poquito de persecución, su poquito de martirio.

Así que no iba a ser menos Donald Trump, quien en la ceremonia de oración celebrada en la Catedral Nacional de Washington después de su toma de posesión, ha tenido que enfrentarse a las palabras de la obispa episcopal Mariann Edgar Budde.

Budde pidió misericordia hacia los niños LGTB de Estados Unidos y hacia los migrantes y eso a Trump no le ha molado. «No ha sido un sermón muy emocionante, ¿no?», comentó a los medios como de pasada a la salida.

Es lo que tiene querer convertirse en el portavoz exclusivo del plan de Dios en la tierra. Todos pueden jugar a ese juego.

En cambio, Óscar Puente, recién salido del armario como católico para decir que la estampita de Lalachús no le ofendía (jamás para defender la vida del no nacido o para posicionarse en contra de la eutanasia), le ha parecido que en ese sermón «la palabra de Cristo suena con toda su fuerza y autenticidad».

Qué curiosa esta sociedad occidental tan descreída, pero que sigue queriendo reservarse el honor de que Dios juegue en su equipo.

La cuestión es que, en un mensaje colgado en su red Truth Social, Trump ha seguido arremetiendo contra Budde diciendo que ha mezclado a su Iglesia con el mundo de la política de una manera muy poco elegante y que debería ofrecer unas disculpas públicas por su sermón.

Por su parte, el republicano Mike Collins ha dicho en X que la predicadora debía ser añadida a la lista de deportaciones.

¿Pedir perdón por afirmaciones que no nos gusta? ¿Deportar a quien critica el poder establecido? Ay, cuidado, vaya a ser que lleguemos a la presidencia para acabar con lo woke y acabemos siendo nosotros los más woke del mundo.

No le molestaba tanto a Trump esta falta de separación entre la Iglesia y el Estado cuando el evangélico Franklin Graham se dirigió así hacia Donald Trump durante la inauguración presidencial: «Señor presidente, los últimos cuatro años hubo momentos que estoy seguro de que pensó que eran bastante oscuros, pero mire lo que Dios ha hecho. Le alabamos y le damos gloria».

Ahí sí que cerró piadosamente los ojos Trump mientras Graham rezaba por él y su mandato. Y Joe Biden y Kamala Harris también, por cierto.

El sermón de Budde es como una clase de educación para la ciudadanía, todo hay que decirlo. Buenista, sin matices y regañón. Dan ganas de preguntarle por su concepto de la compasión y de la misericordia hacia los niños transexuales a los que se les está destrozando la vida y por los que tanto parece abogar.

Pero, en lo que a libertad de expresión se refiere, está en su perfecto derecho de decir lo que le venga en gana y la persona que más poder ostenta en el país no debe usar ese poder para exigir disculpas o bromear con deportaciones.

Y si lo que de verdad le molesta a Trump es que se embarre lo divino con la ideologización cotidiana, quizá gracias a esto ahora al nuevo presidente de Estados Unidos (y a todos los políticos que ahora les ha dado por pedir el voto al cielo) le dé por recordar uno de los mandamientos básicos de la fe que dice profesar: no tomarás el nombre de Dios en vano.