Cafrlos Sánchez-El Confidencial
Sainete a media noche. El acuerdo entre el PSOE, Bildu y UP ha durado tres horas. El tiempo en que Sánchez ha entendido que derogar ahora la reforma laboral es un disparate
En 1971, Roberto Rossellini viajó a Chile para entrevistar a Salvador Allende. El director italiano, autor de la memorable ‘Roma, città aperta’, estaba fascinado con el triunfo de Allende, y en un momento de la entrevista, Rossellini le preguntó sobre las causas de su victoria en un entorno tan difícil. Allende, con ese aplomo que trasmitía, y escondido tras sus vigorosas gafas de pasta negra, le respondió sin titubear: “La cosecha de la victoria es la siembra de muchos años”.
Obviamente, se refería a que, en política, como en casi todo, solo se recogen los frutos después de la siembra, no antes. Es decir, hay un trabajo sucio que no se ve, pero que explica, sin embargo, que determinadas estrategias políticas salgan adelante.
No es el caso de Pedro Sánchez, cuyo tacticismo y cortoplacismo resultan ya tan abrasadores que, como le sucede al CIS de Tezanos, rompe una y otra vez las series históricas. No es que esté peleado con las hemerotecas, es que ignora que existen. Sánchez vive al día, en el alambre, como un avezado equilibrista de la política, y eso explica que ayer, inicialmente, y para lograr el apoyo de los diputados de EH Bildu sobre el estado de alarma, se comprometiera a derogar “de manera íntegra” la reforma laboral del Partido Popular.
No a medio plazo, ni siquiera una vez pasados los devastadores efectos económicos de la pandemia, sino “antes de la finalización de las medidas extraordinarias adoptadas por el Gobierno en materia económica y laboral”. Es decir, a la vuelta de la esquina.
Como el texto era un auténtico disparate, la dirección socialista tuvo que rectificar a medianoche, pero el daño estaba hecho. Si hay un asunto sensible en estos momentos, es el del mercado de trabajo, e introducir incertidumbres no solo es jugar con fuego, es mucho más. Algo que ayer le hicieron saber al propio Sánchez desde todos los ámbitos, y no solo empresariales. Los teléfonos quemaban después de conocerse el acuerdo. «¡Dios mío, en qué manos estamos!», como llegó a decir un dirigente empresarial.
Hay pocas dudas de que, si los empresarios, que son quienes contratan, entienden que el Gobierno va a endurecer la legislación en unos momentos especialmente delicados, por ejemplo, haciendo más difíciles los despidos, encareciéndolos o introduciendo nuevas rigideces laborales, la primera reacción será aligerar plantillas, y de ahí que alguien le debió decir a Sánchez que mejor no tocarlo. Que era mejor seguir con el consejo de Allende: hacer política y no dejarse llevar por arrebatos. Es decir, caminar hacia una reforma lo más consensuada posible.
La selva laboral
Probablemente, la propia Calviño o, incluso, la ministra de Trabajo. En el primer caso, porque la vicepresidenta nunca, como dijo a este periódico, ha sido partidaria de hacer una derogación total, sino de los puntos más lesivos, como le gusta decir a Sánchez; mientras que Yolanda Díaz sabe que el texto pactado era un torpedo contra la línea de flotación de cualquier acuerdo con los empresarios. Y ahora Trabajo necesita a la CEOE. Y mucho.
Entre otras cosas, porque después de los ERTE pueden venir los ERE, y para la propia estabilidad del Gobierno —y, por supuesto, para el país— es mejor pactar una desescalada pausada que avanzar hacia la ley de la selva laboral, que es lo que se hubiera producido en caso de que la derogación abrupta, sin una alternativa, hubiese triunfado. Entre otras cosas, porque Bildu, Podemos y el PSOE pueden estar de acuerdo en la derogación, pero más difícil es que puedan pactar un texto alternativo.
El disparate es todavía mayor si se tiene en cuenta que muchas empresas acogidas a los ERTE —cientos de miles— pueden pensar que es mejor devolver el dinero exonerado por la Seguridad Social a cambio de no despedir que mantener plantillas en un mercado hundido. Y la experiencia de otras reformas laborales, asunto en el que España ha batido todos los récords, dice que eso es lo que suele suceder cuando existen incertidumbres sobre la legislación del mercado de trabajo. La primera reacción es congelar las contrataciones a la espera de lo que diga el BOE, lo cual sería una tragedia en las actuales circunstancias de la economía española. Y la segunda, despedir si la alternativa no es mejor.
El sainete, en todo caso, lo que pone de manifiesto es hasta qué punto un asunto como la reforma laboral —el principal problema de España en estos momentos, al margen de la pandemia— se puede convertir en moneda de cambio para una simple prórroga del estado de alarma, lo que dice muy poco en favor de los firmantes, pero, en particular, de los portavoces del PSOE y Unidas Podemos, que son capaces de jugar con millones de empleos por ganar una votación. De Adriana Lastra, es mejor no decir nada.