IGNACIO CAMACHO-ABC
- La agenda exterior es una cuestión demasiado seria para usarla como salida de emergencia ante dificultades domésticas
En cualquiera de esas numerosas escuelas o institutos de posgrado que imparten másteres o cursos de liderazgo y de gobierno se enseña entre sus primeras lecciones que la agenda internacional debe quedar al margen de los enfrentamientos sobre asuntos domésticos. Por desgracia son muchos los dirigentes, sobre todo populistas, que desoyen este consejo pero muy pocos alcanzan el grado de arbitrariedad con que Sánchez usa la política exterior como instrumento electoral o vía de escape de conflictos internos. Ha convertido la diplomacia en una caprichosa herramienta de campaña que lo mismo le sirve para agitar choques ideológicos que para guarecerse ante ciertas acusaciones delicadas o para abrir polémicas artificiales con las que disimular su debilidad parlamentaria. Y es preciso reconocer la soltura, la falta de reparos y la eficacia con que sitúa a su servicio personal las instituciones encargadas de defender en el extranjero los intereses generales de España.
La crisis con Argentina es una muestra perfecta de ese guión táctico, escenificado a medias con un Milei desaforado, encantado de embestir a cualquier trapo, y con Vox como colaborador necesario. Tanto el presidente argentino como el español son dos personajes cínicamente pragmáticos, carentes de escrúpulos para atacarse por puro cálculo y luego volver sobre sus pasos cuando lo crean conveniente con el mayor desparpajo. Sin embargo, con Israel conviene andarse con cuidado, sobre todo cuando hay por medio una guerra donde el Estado hebreo considera que está en riesgo su supervivencia. Esa gente no juega. Está acostumbrada al rechazo desde hace décadas, pero toma nota de las reacciones ajenas y actúa en consecuencia. La cuestión palestina es para los judíos una cosa demasiado seria para que un gobernante en apuros la utilice como ocasional salida de emergencia o como cortina de humo bajo la que esconder sus propios problemas.
Sánchez anunció ayer el reconocimiento de un Estado palestino –¿con qué territorio, con qué gobierno, con o sin democracia?– pero aún se espera que dé explicaciones sobre la aceptación de la soberanía marroquí en el Sáhara. O sobre la visita ilegal de la vicepresidenta de Venezuela a Barajas. O sobre la injerencia rusa, investigada por el CNI y la justicia, en la insurrección catalana. Claro que ninguno de esos episodios coincidió con un escándalo sobre la actividad profesional de su esposa, una ciudadana particular como cualquier otra a la que pretende rodear de una dignidad institucional que ni siquiera reconoce a la Corona. Tampoco aclaró nada al respecto, pese a que era la teórica finalidad de la convocatoria. Sólo el fango, los bulos y demás quincalla argumental del laboratorio de frases de la Moncloa. A cambio, logró que Hamás aplauda su decisión geopolítica y Estados Unidos se pronuncie en contra. Eso sí que es un logro de dimensiones históricas.