Juan Carlos Girauta-ABC
- Nadie puede exigirle el acta a un diputado por votar lo que se le antoje. El acta es suya, no del partido
Ser político da problemas, es un hecho. Te las tienes con propios y extraños. A veces te roban las siglas que has contribuido a levantar. La discrepancia siempre está mal vista, pero los linchamientos gordos se los lleva el diputado que se salta la disciplina. A la onerosa multa le sucede una desconfianza que puede resultar fatal para la carrera del desdichado. Hay excepciones a la rigidez: cuando se votan asuntos de conciencia. No es que entonces el grupo celebre la indisciplina, pero nadie concluye que uno no es de fiar por atenerse a su fe, por ejemplo. He escrito ‘nadie’ muy deprisa. Habría que ver qué sucedería si Podemos se encontrara ahí. Pero no hay peligro.
Al grano. Ha llegado la hora de negar la mayor: la disciplina parlamentaria no solo es contraria al espíritu de la Constitución, sino que nació para ahogar, neutralizar, anihilar un artículo crucial y definitorio del modelo de democracia por el que optamos en 1978. En concreto, el 67.2: «Los miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato imperativo». Mira qué clarito.
Ni los españoles, a los que el diputado representa, ni los que le votaron, ni la militancia de su partido político, ni su Ejecutiva, ni su grupo parlamentario, ni el presidente o portavoz de este, ni nadie en el mundo puede imponer a un diputado en Cortes o a un senador el sentido de su voto. ‘Read my lips’. En consecuencia, nadie puede exigirle el acta a un diputado por votar lo que se le antoje. El acta es suya, no del partido. Basta con reflexionar unos segundos para entender que este tipo de representación no está al tuntún en la Constitución. Por el contrario, dice mucho, muchísimo, sobre el cogollo de nuestra democracia.
Por eso no deben estar hablando de ella, sino del exótico régimen de algún país remoto, los cien analistas, danzarines, comentaristas, tertulianos y grafómanos reticulares que denuncian traiciones, sopesan castigos, aconsejan escarmientos y reclaman dimisiones. Todo bajo la bastarda invocación de la ‘disciplina parlamentaria’ y merced al conveniente olvido o a la lamentable ignorancia de las reglas de juego.
Yo prometo no retransmitir partidos de fútbol porque tengo grandes dificultades para ver los fueras de juego. Sin embargo, la tropa adherida al argumento de la disciplina parlamentaria está retransmitiendo finales en directo sin conocer siquiera la existencia de la regla del fuera de juego. Como mucho, recuerdan de pasada cómo ‘la Justicia ha establecido’ que el acta es del diputado. Pero no lo ha establecido la Justicia: es el corazón de nuestro sistema de representación.
Si no le gusta a nadie, reformemos la Constitución. Luego demos a cada portavoz acceso a las aplicaciones de voto telemático de todo su grupo, y que voten de una sola vez. Pero entonces, ¿para qué necesitamos Parlamento? Ay, es que sin un Parlamento de verdad no hay democracia. ‘Quod erat demonstrandum’.