Del Blog de Santiago González
El veto al Rey en Barcelona, al prohibir el Gobierno su asistencia a la entrega de despachos ha traído cola. Ha servido en primer lugar para mostrar la nula transparencia del sanchismo respecto a sus decisiones. “Ha estado muy bien tomada esa decisión, tomada por quien correspondía tomarla”, dijo la viceprimera, sin decir las razones que la aconsejaban ni a quien correspondía tomarla. En términos idénticos se expresó el ministro Juan Carlos Campo que tampoco aclaró el porqué ni el quién. El presidente del CGPJ lamentó el veto al Rey con una razón apabullante: el art. 117.1 de la Constitución. El Rey se ha visto obligado a renunciar al papelón que le tenía asignado el Gobierno: humillado y silente. Ha mosqueado a los nuevos jueces, la cuarta parte de los cuales prefirieron estar ausentes. ¿Cómo que no está el Rey? Pues no vamos. Que nos lo envíen por SEUR. También ha producido un alboroto notable entre lo más tonto que se arracima en La Moncloa, pongamos que hablo de Alberto Garzón.
Algo así debió hacer el Rey en las finales de Copa en que se le pitaba a él y al himno de España: recoger la copa y marcharse a casa, dejando a un propio el encargo de que al término del partido se enviase a la Zarzuela un acta notarial con el resultado del partido para remitirle la copa al equipo ganador por un servicio de mensajería. También excusó su asistencia el presidente del Constitucional, Juan José González Rivas, aunque se sintió obligado a pretextar razones de agenda. Pero hombre, don Juanjo, si hay que plantarse se planta uno, pero explicando la razón. No se enciende una vela para esconderla bajo un celemín, (Mateo 5, 13-16). Es de común conocimiento que al final del acto de Barcelona uno de los asistentes gritó: “¡Viva el Rey!” y fue respondido con un caluroso “¡Viva!”. “Se han pasado tres montañas”, dijo el hombre de Baltasar Garzón en el Gobierno.
O sea, que pitar al jefe del Estado es un ejercicio legítimo de libertad de expresión, pero gritar ‘¡viva el Rey!’ es una falta de respeto al protocolo intolerable. Pablo Iglesias justificó a mediados de abril su apoyo a las caceroladas contra el Rey por la libertad de expresión. También lo justificó Pedro Sánchez en una respuesta a Santiago Abascal en la sesión de control al Gobierno del 22 de abril.
En el Gobierno y allegados solo hay tres tipos con algo parecido a un pensamiento estratégico: Aigor Iglesias, Arnaldo Otegi y Oriol Junqueras. Los tres saben que para llevar a cabo su propósito de desmantelar el Estado de derecho necesitan de la ambición y la falta de principios de lo que Julio Cerón llamaría ‘el par director’, Pedro e Iván. No tienen una alternativa comparable y creen que el hombre de la Moncloa es un memo pregonado.
Hablaba Felipe González de la republiqueta de Iglesias. Y de Sánchez, debió añadir, mientras Moncloa disfraza de impotencia su cinismo: “Esto nos hace más débiles ante Podemos. A ver cómo defendemos ahora al Rey”. ¿Quién quiere defenderlo? Sánchez debería completar la majadería de Zapatero: “La Nación es discutida y discutible. Y el Rey, lo mismo”.