JON JUARISTI -ABC – 04/12/16
· El nuevo modelo de boina vasca: un trasunto indumentario de la «nación foral».
San Sebastián de las Reinas (Isabel, María Cristina y Victoria Eugenia) se está dando el postre de su año de capitalidad europea de la cultura con una grandiosa exposición de la obra del fotógrafo Ricardo Martín (1882-1936), nacido en Villanueva de la Serena y residente desde niño en la dulce Donostia, corte de verano, donde abrió un estudio y comercio, Photo Carte, que dio de comer a los suyos mientras él se dedicaba a la fotografía de altura y a los reportajes de guerra en plan freelance, como los que realizó en el Rif para ABC, entre 1921 y 1922.
También esas fotos de Marruecos aparecen en la muestra de Kubokutxa en el Kursaal de Zurriola, entre una sobreabundancia de motivos donostiarras y guipuzcoanos. A lo que iba desde el título: hay, es cierto, alguna variedad en los tocados masculinos de los fotografiados por Martín entre 1915 y 1932, fecha última del repertorio. Variedad sobre las testas del paisanaje varonil: fúnebres bombines, bonetes clericales y tejas a lo don Juan de Zaragüeta, incluso jipijapas en las carreras de Lasarte, pero predominan las boinas. La boina interclasista para todas las edades. Según la cámara de Martín, da la impresión de que a los niños, en San Sebastián, les atornillaban una boina tras el bautizo y ya no se la quitaban en la vida, ni para bañarse en la Concha.
Hoy no se ven boinas en las calles ni en los campos de Vasconia. Nunca habrán visto ustedes con boina al lendakari Urkullu, y eso que es chistulari. Al portavoz del PNV en el Congreso, Aitor Esteban, que presume de haber sobrevivido a mis clases en su edad escolar, sólo le he visto con la boina puesta una vez, pero era en una peli de gudaris con más trampas que una ídem china. La boina mejor llevada de la historia del cine fue la de Manolo Morán en Amaya (1952), de Luis Marquina, donde hacía de insurgente vasco contra los visigodos, vistiendo pieles y calzando abarcas.
Daba un tipo muy racial. A propósito de esto, cabe recordar que Manuel de Irujo, nacionalista vasco y ministro de Justicia de la II República, decía que el historiador Gabriel Jackson, virginiano y judío, adquiría rasgos faciales vascos en cuanto se ponía la boina. Y es que la raza vasca depende de la boina, y no del ADN. Vas a Tetuán, por ejemplo; empiezas a repartir boinas y la dejas como Bilbao en tiempos de Sabino Arana. O como San Sebastián en los de Ricardo Martín, llena de vascos.
Yo siempre llevo conmigo una boina azul de Elósegui, aunque es verdad que no me la pongo a menudo, para no pasarme de exótico en Alcobendas. Pero, tras visitar la exposición de Ricardo Martín, compré en la Parte Vieja, en Ponsol, la sombrerería más antigua de España (1838), un ejemplar del nuevo estilo de la venerable firma tolosana (fundada en 1858): el modelo llamado Pirineos, híbrido de boina y de gorra clásica, que se sirve en dos versiones, con txorten (rabito) o capada.
La gorra era prenda centralista, de tipógrafos a lo Pablo Iglesias o milicianos nacionales de la literatura, como don Benito Pérez Galdós, especies ambas que abominaban de la boina en un siglo de metonimias antagónicas, de boinas contra morriones, que decía Unamuno (boinista a muerte, como Baroja y Prieto). Hubo boinas rojas en el ejército liberal, pero eran como los exploradores indios de Custer. La txapelgorri ha sido siempre un icono carlista. La nueva txapelgorra de Elósegui es lo más conseguido hasta ahora en materia de ambigüedad política. Vista desde un lado es boina montaraz, de Chiquito de Arrigorri; desde el otro, gorra suburbana de honrado cajista, ¡dita sea la! Un trampantojo muy español. Como la sotana del Dómine Cabra. Como la nación foral de Urkullu y de Aitor Esteban.
JON JUARISTI -ABC – 04/12/16