Juan Ramón Rallo-El Confidencial
Si la gestión previa a la declaración del estado de alarma de este Ejecutivo fue deplorable, su gestión tras el estado de alarma está siendo al menos igual de lamentable
Frenar la curva de contagios —es decir, distribuir el número de personas que se infectan a lo largo del tiempo para evitar el colapso de los sistemas sanitarios— se ha convertido en uno de los principales lemas de esta crisis pero, en realidad, se trata de un lema que puede inducirnos a cometer un grave error de diagnóstico: si las actuales medidas de confinamiento social se limitan a frenar la curva y no a aplastarla, tales medidas fracasarán a menos que las reemplacemos por otras con un impacto mucho menos gravoso sobre la economía.
Permítanme que me explique. Entre el 5% y el 10% de los infectados por Covid-19 requieren de respiración asistida, de modo que si toda la población española terminara contagiándose, tendríamos una necesidad de entre 2,35 y 4,7 millones de respiradores. Como es imposible que dispongamos de tantos respiradores a la vez, lo que estamos buscando es espaciar temporalmente el uso de los mismos: en términos medios, cada paciente necesita utilizar el respirador durante unas dos semanas, de modo que un mismo respirador puede atender a unos 25 pacientes al año. Así pues, para atender a 2,5 millones de pacientes en un año requeriríamos de 100.000 respiradores: una cifra igualmente inalcanzable tanto por restricciones materiales (todo el mundo está demandando masivamente respiradores) como humanas (el uso de respiradores necesita de un personal médico cualificado que tampoco puede instruirse a corto plazo). Siendo optimistas, podríamos terminar disponiendo de entre 10.000 y 20.000 respiradores (actualmente, las camas en la UCI rondan las 4.000), lo que nos llevaría a que tardaríamos entre cinco y 10 años en aplanar totalmente la curva. ¿Podemos permitirnos estar cinco (o 10) años con las actuales medidas de confinamiento social para lograr que el número de infectados que requieran de respirador no supere los 10.000 o los 20.000 al año? Claramente no.
De ahí que, a la hora de la verdad, solo existan dos alternativas: o un confinamiento lo suficientemente duro como para erradicar el virus dentro de nuestro país junto con los ulteriores controles fronterizos para evitar que volvamos a importarlo (lo que parece que ha sucedido en China o Corea del Sur) o una sustitución a medio plazo del actual confinamiento por otras medidas igual de eficaces a la hora de frenar la curva pero que resulten mucho menos gravosas desde un punto de vista económico.
Para lo segundo, deberemos contar con una amplísima disponibilidad de test rápidos y con un sistema de trazabilidad de movimientos de los contagiados para así aislar velozmente a los positivos y a sus contactos de riesgo. En otras palabras, se trataría de importar —al menos hasta que descubramos una vacuna— el modelo asiático que ha funcionado en Taiwán o Singapur: países que no han tenido que paralizar sus economías —ni siquiera han cerrado bares o restaurantes— pero que sí han mantenido a raya el ritmo de expansión del virus (han frenado la curva).
En definitiva, o bien el actual parón de la economía nos sirve no para frenar la curva sino para aplastar la curva en el plazo de unos pocos meses o bien habrá que aprovecharlo para, por un lado, ampliar nuestra capacidad hospitalaria de respiradores y, por otro, aumentar las disponibilidades de mascarillas y de test rápidos entre la población.
De ahí la extrema gravedad de la pésima gestión gubernamental que hemos presenciado durante los últimos días: si de verdad queremos frenar la curva sin destrozar permanentemente la economía, España debería contar lo antes posible con muchos más respiradores, muchas más mascarillas y muchos más test rápidos; cuanto más retrasemos la adquisición de tales materiales, más tiempo deberemos mantener el duro —y pauperizador— confinamiento social actual (o incluso uno mayor). Con sus injustificables dilaciones en la compra de material sanitario o con sus escandalosas meteduras de pata en la adquisición de test defectuosos, nuestros gobernantes están dilapidando el escasísimo y valiosísimo tiempo que nos está brindando la suspensión de la actividad económica. Si la gestión previa a la declaración del estado de alarma de este Ejecutivo fue deplorable —retrasó negligentemente la adopción de medidas de contención reforzada—, su gestión tras el estado de alarma está siendo al menos igual de lamentable: insisten en la necesidad de frenar la curva pero están sentando las bases para que la curva vuelva a desbocarse una vez se vuelva insostenible seguir paralizando la actividad.