José M. de Areilza-El Correo
El primer terremoto que provoca el regreso de Donald Trump al poder se produce en el frágil orden internacional. El nuevo presidente actuará con una mentalidad transaccional y basada en la fuerza para gestionar los intereses de Estados Unidos fuera de sus fronteras. El otro shock, a partir de hoy, será doméstico: una combinación de desregulación, medidas para hacer frente a la inmigración ilegal, establecer aranceles, luchar contra la mentalidad ‘woke’ y conceder favores a sus partidarios y financiadores.
Muchas de estas decisiones tendrán lugar a través de órdenes ejecutivas, porque el programa de Trump aspira a ampliar la influencia del poder administrativo federal frente al legislativo. El magnate neoyorquino llega a la Casa Blanca con prisa, deseos de venganza y mejor conocimiento de los resortes políticos. Comparado con el primer mandato, tiene menos colaboradores alrededor que le puedan llevar la contraria, quizá su jefe de gabinete, Sussie Wiles, y muy pocos más. De nuevo están presentes en el puente de mando algunos familiares con una agenda privada muy explícita -véase el negocio de criptomonedas recién puesto en marcha por sus hijos-.
Sin duda, el asesor más poderoso en el comienzo del ciclo es el billonario Elon Musk. En pocos meses se ha convertido en hijo adoptivo de Trump y ejerce como primer ministro de facto. Por un lado, aspira a mantener y aumentar los numerosos contratos que tienen sus empresas con el Gobierno federal. Por otro, hace de cerebro en la sombra del gabinete Trump y lucha en todos los frentes, desde la reforma de la Administración (encomendada a él) a la paz en Ucrania o el apoyo a los ultraderechistas europeos. La relación entre dos narcisistas de este calibre -el presidente y Musk- no tiene visos de durar mucho ni acabar bien.
Pero no es solo este tecnólogo movedizo el que inspira a Trump. Varios importantes empresarios del mundo de la tecnología digital lo jalean y aprovechan la ocasión de hacer avanzar sus intereses y su visión del mundo. Son tecno-optimistas, y practican una versión del anarquismo liberal de raíces darwinistas, en el polo opuesto de la sensibilidad europea hacia el reconocimiento y la protección de los más débiles de la sociedad. El freno a la degradación del medio ambiente se conseguirá solo a través de soluciones tecnológicas impulsadas por el mercado y el ser humano (bueno, unos pocos seleccionados) está llamado a convertirse en un supermán gracias a los hallazgos de la revolución digital.
Los trabajadores y los demás miembros del movimiento MAGA (Make America Great Again) pueden ser los primeros perjudicados de muchas de las iniciativas domésticas de Trump. El magnate no se puede volver a presentar dentro de cuatro años y nota que tiene las manos libres y el viento a favor. Es la euforia del que se siente poderoso, que típicamente lleva a sentirse por encima de las normas y llamado a realizar grandes proyectos. Pero al republicano le importa la popularidad y las encuestas, como buen experto en ratings de programas televisivos, y también los datos macroeconómicos y la bolsa, aunque cuente siempre su propia versión de los datos.
El arranque de su mandato puede ser bien distinto de lo que venga después, porque se fía poco de los demás y prefiere basarse en la astucia y el oportunismo. Los mejores ‘trumpólogos’ saben que esta vez casi todo el poder lo concentrará en una sola persona, desde luego más que en anteriores presidencias, y que tienen que estar preparados para giros sorprendentes de guión y sobresaltos continuos. A los europeos nos toca, como escribió Henry James, trabajar en la oscuridad y hacer lo que podamos.