Las víctimas están deshumanizadas en la perspectiva del mundo de ETA, pero un adolescente tiene resquicios éticos para enfrentarse al dolor humano y sentir empatía ante las víctimas pasadas o futuras. O para frenar el proceso de reclutamiento. La presencia de las víctimas en las aulas es todavía una necesidad.
No nos preguntamos a menudo cómo se convierte un niño de los que escolarizamos en nuestra hermosa tierra vasca en el asesino de sus vecinos.
No se adoctrinan y reclutan por casualidad. Tenemos una organización terrorista activa en nuestra sociedad. Los que reclutan a los adolescentes se valen de un medio ambiente pasivo o incluso tolerante, de buena fe, con el hecho de que todas las ideas -incluso las de ideologías asesinas- tengan su oportunidad. A los ojeadores de ETA les resulta favorable también aprovecharse del amor a indicadores culturales propios, porque como en una versión moderna del cuco, se aprovechan de eso aplicando sobre la enseñanza previa del amor a la tierra y a la cultura la sistemática de propaganda que establecerán como piedra fanática berroqueña en las mentes de los chavales. La fe en la patria vasca entendida de forma fanática justificará en los violentos la insensibilidad sobre el dolor humano de sus víctimas. Los potenciales asesinos se sienten así, víctimas ellos mismos, y libres de responsabilidad sobre el dolor y el horror que provocan. Es un proceso de distorsión cognitiva y pensamiento disfuncional conseguido sobre la propaganda y el sentimentalismo político.
Las víctimas están deshumanizadas para quienes han interiorizado la perspectiva del mundo de ETA, pero un adolescente tiene todavía resquicios éticos para enfrentarse al dolor humano y sentir empatía y descongelar su corazón frente a las víctimas ya producidas o las futuras. O para frenar el proceso de reclutamiento. La presencia de las víctimas en las aulas -sea de forma audiovisual o presencial- es todavía una necesidad a tiempo real para evitar que más chavales destrocen su propio entorno familiar y desgarren para siempre a muchas familias llevándoles la muerte. Y malogren su propio futuro.
¿Podemos permitirnos que el 15% de los escolares entre 12 y 16 años acepten el asesinato de sus vecinos por razones políticas? Entre la primera y la segunda pregunta podríamos escribir actuaciones consensuadas para el medio escolar vasco. Estas preguntas no llegan, claro, al interior de los que miran a las víctimas con incomodidad porque les chafan la visión del paisaje cuando identifican al pasear a los huérfanos, a las viudas, a los escoltados. Es un fastidio que obliga a invocar siquiera una vez el mantra del ‘conflicto político’ -que anestesia cualquier duda- antes de cruzar la calle hacia la otra acera.
Maite Pagazaurtundua, EL DIARIO VASCO, 19/4/2010