Tal como fue planteado y desarrollado el proceso de negociación con ETA –como en el caso del Abrazo de Vergara para los carlistas–, no se buscaba su fin, sino su perduración, pues una negociación así produce que el adversario tenga que seguir existiendo, por debilitado que estuviera. El que quiera el fin de ETA que se aleje del encuentro.
Como otros políticos vascos, desde obras en defensa de la monarquía absoluta, como Larramendi o Novia Salcedo, precursores que fueron en mayor o menor medida del carlismo, luego liberales, posteriormente nacionalistas, y en algún caso socialistas, Jesús Eguiguren, presidente del PSE, no ha dejado de profundizar desde hace más de una década en la vía foral, “el arreglo vasco” lo denomina, como marco de solución para la convivencia política en Euskadi. En su obra editada en 2003 “Los últimos españoles sin patria y sin libertad”, que inspiró el proceso de negociación del 2006 con ETA, aparece el citado concepto, que da título a su segunda obra sobre el tema, “El arreglo vasco” (1).
Como suele ser habitual en la literatura política defensora de los fueros, asumida y transmitida para la posteridad su lógica y hasta estilo por autores nacionalistas, casi todas sus materializaciones se han presentado como solución al problema vasco, constituyendo casi siempre todo un corpus fundamentado en la historia capaz de resolver el presente, los problemas políticos, incluso el terrorismo en el caso que comentamos. No es nuevo descubrir otro aspecto: casi siempre que nos introducimos en este tipo de literatura nos encontramos ante una no despreciable tarea de trascendencia histórica. Muy propio de la grandilocuencia que damos a todo los vascos. Y ante tal trascendencia, y el hecho que nos traiga la anhelada paz esta nueva versión, grandilocuencia y señuelo de la anhelada paz, se suele desarmar la capacidad de crítica.
A Eguiguren cabe agradecerle, al menos, la preocupación por el problema vasco, la preocupación ante la tensión todavía no resuelta, por obra del nacionalismo en sus dos versiones, la moderada y la terrorista, de inclusión del País Vasco en España. Una España formulada como nación en la Constitución de 1978, y de la que el nacionalismo moderado se ha ido alejando a la vez que el terrorista iba perdiendo fuerza. Cabe agradecer al líder socialista su ya amplia literatura sobre esta problemática, siendo, por demás, miembro de un partido bastante ágrafo y poco dado a la teorización, comprometiéndose por escrito, mediante una claridad y sinceridad digna de elogio, aunque se disienta, pues no sólo propone una solución al problema del terrorismo doméstico, sino que también apunta el futuro que él desea sobre la superación del Estatuto, bajo los viejos ropajes forales, y el papel de le PSE en la política vasca y española.
El punto de partida de su propuesta para la solución del terrorismo es el mismo que utilizan los nacionalistas moderados, la imposibilidad de acabar con ETA mediante procedimientos policiales desde el Estado de derecho. En su obra posterior, “El arreglo vasco” en su página 242 se aprecia de donde surge el discurso a favor de la negociación con ETA. Planteando tres desenlaces posibles ante el fenómeno terrorista, “fin sin ningún tipo de transacción, final con acuerdo limitado a la reinserción a cambio de la disolución, o final como consecuencia de algún tipo de negociación”, opta por el tercero.
En los dos primeros desenlaces aprecia la inexistencia de problemas, “salvo la dificultad de su consecución”, declaración que los invalida con cierta precipitación, optando finalmente por la negociación con ETA de una manera decidida y con todas sus consecuencias. Para tan decidida opción tiene que olvidar que la única solución que se ha efectuado en la historia de ETA ha sido precisamente sin ningún tipo de negociación política por medio, la reinserción de los miembros de ETApm y la liquidación de su organización. Operación parcial si se quiere, pero que tuvo en la no negociación política una importante razón para su éxito.
Sin embargo aquel procedimiento, que no deparara alguna ventaja política y ninguna legitimidad para la violencia nacionalista, no es asumido por el nacionalismo en general, pues no sólo supondría el rechazo de alcanzar alguna otra meta importante en su larga marcha hacia la independencia en el momento de disolución de ETA, sino, que, además, dejarían sin sentido, sin legitimidad alguna, todos los asesinatos que ETA ha cometido, a la vez que muchas de las reivindicaciones que han surgido de la mano de la violencia quedarían contaminadas por este fracaso. El nacionalismo moderado cometió el error tras los sucesos de Ermua de comprometer todo el nacionalismo vasco en la salida negociada con ETA, pues un fin traumático y sin gloria de ésta lo consideró un fin traumático de todo el nacionalismo. De ahí la razón del pacto de Estella entre el PNV y ETA en 1998 tras las movilizaciones de Ermua. Se puede apreciar que el punto de partida, la imbatibilidad policial de ETA, coincidente con la opinión de todo el nacionalismo vasco, asumida por Eguiguren, tiene consecuencias determinantes en el resto de la propuesta, la condiciona.
El tercer supuesto, pues, en coincidencia con el nacionalismo vasco en general, le merece mayor interés, puesto que si bien “tiene el inconveniente de su coste político, posee la ventaja de que permitiría incorporar al sistema todo un sector político y social”. Quizás el coste no le parezca tanto, pues tras muchos intentos negociadores fracasados, un deseado soterrado proceso de reforma política, quizá constituyente, la superación del estatuto, y con todo ello la reformulación de la izquierda vasca, se convierta en una gran operación que utiliza la pacificación casi como excusa. Y este proceso de reforma política no sólo pudiera materializarse de una forma objetiva, territorialidad vasca mediante la incorporación de Navarra a Euskadi, reconocimiento del derecho de autodeterminación con las fases de su ejercicio acordados, aminoración de penas o salida de los presos por terrorismo, etc., sino también subjetiva, que se acabara entendiendo que determinadas modificaciones constitucionales se habían realizado por la negociación ante ETA. En los dos aspectos se hubiera legitimado el ejercicio de la violencia para socavar el estado de derecho, algo que los de izquierdas no aceptamos de la rebelión del ejército de franco.
Esta actitud de acercamiento con el radicalismo abertzale tuvo un antecedente de cierta similitud cuando en 1993 Mario Onaindia planteara en la ejecutiva del PSE una sorprendente política de aproximación hacia el abertzalismo radical con el fin de una colaboración política, con un futuro posible de aproximación orgánica, bajo la argumentación de la semejanza social de socialistas y gentes del mundo de ETA-HB. Esta iniciativa abrió una puerta de singular riesgo, y supuso una contradicción con su planteamiento de años atrás sobre la influencia determinante de la ideología y la política en la fractura de un mismo grupo social. Aquel planteamiento duraría poco, eran tiempos de coalición socialista con el PNV en el Gobierno Ardanza, pero su consejero de cultura, Joseba Arregi, tuvo que soportar la ocurrencia de Onaindia, pues éste amenazó con solicitar ayudas al ministerio de Cultura para AEK, red de academias para la euskaldunización de adultos dirigidas en su mayoría por el radicalismo abertzale, y para la prensa en euskara, es decir, para “Egunkaria”, si el Gobierno vasco no las aportaba. Aquel arrebato “comunitarista” le duró poco a su promotor, parte por críticas de amigos, parte porque no existiera ningún acercamiento de la izquierda abertzale, más bien todo lo contrario, pero Arregi, por mandato de Ardanza, con su disconformidad, aportó los recursos antes de que lo hiciera el ministerio de Cultura.
Aquella idea del acercamiento al nacionalismo más radical –que costó mucho dinero para su negativo resultado, pues la llamada izquierda abertzale lo adoptó como un triunfo en su desafío a la democracia-, que curiosamente estuvo también inscrita en una nueva teorización foral como solución para el presente, fue muy pronto abandonada por Mario Onaindia, fracasando así su enésimo y último movimiento para conseguir una gran izquierda vasca atrayendo a él al mundo de ETA. Los acontecimientos políticos, junto al descubrimiento de la ilustración y el republicanismo, le animaron a este inquieto político a abandonar el nacionalismo, y con ello el intento de una gran izquierda vasca con elementos nacionalistas en su seno. Las teorizaciones de carácter foral las archivó, descubriendo, por el contrario, con enorme fervor -como todo lo que hacía- y con la emotividad que tuvieron los días de “revolución democrática de Ermua” tras el asesinato de Miguel Angel Blanco, el republicanismo español. Aquellas tesis de acercamiento al abertzalismo radical y su oportuna, u oportunista, teoría foral parece que quedaron especialmente guardadas en determinados ambientes del socialismo guipuzcoano a la espera del cambio generacional en el PSOE y que se dieran unas nuevas circunstancias políticas como el pacto del Tinell, el Gobierno tripartito catalán, la perceptible influencia del pensamiento del PSC entre algunos lideres socialistas de Guipuzcoa, además del éxito electoral de Zapatero en marzo de 2004.
El epílogo de Eguiguren no sólo es una apuesta por el foralismo, es una incorporación al punto de vista de las tesis foralistas del nacionalismo vasco, la concepción dicotómica Euskadi-Estado español, asumiendo la concepción historicista y etnocéntrica de la política de éste, e incluso se prolonga más allá deslizándose en los planteamientos reivindicados por ETA-Batasuna con la posibilidad de apertura hacia un plebiscito de autodeterminación. No en vano, alejándonos de toda sorpresa ante este hecho, nada menos que Herrero de Miñón, padre que fuera de la Constitución, en el seno de una concepción romántica de la foralidad vasca, foralidad que considera previa a la Constitución de 1978, redactó un informe para el Gobierno Ibarretxe en el que apreciaba la legalidad de la autodeterminación, o el soberanismo, desde una concepción romántica y tradicional, residiendo el razonamiento, precisamente, en que los fueros son previos a la Constitución. Así pues, la vía foral ha sido utilizada en estos últimos años como vía para superar no sólo el Estatuto de Guernica sino también la Constitución, y de paso, tanto en el caso del Plan Ibarretxe como en el “arreglo” de Eguiguren propiciar la paz con ETA. Demostrándonos la enorme orfandad de racionalismo en la política española, tanto en la derecha como en la izquierda.
Cara a los interlocutores que realmente preocupan al líder socialista, el nacionalismo vasco disidente del constitucionalismo y muy especialmente ETA, su propuesta goza de la gran virtualidad de enmarcarse en el seno del historicismo nacionalista, de su milenarismo, de su irredentismo, de su etnocentrismo, es decir, desembarcando en él propicia una solución en un espacio atrayente, como no podía ser menos por ser el suyo, para el nacionalismo vasco en general y para el mundo de ETA en particular. Especialmente el mundo de ETA-Batasuna, que padeciendo desde hace años una importante crisis en su seno producida no sólo por la represión sino por el paulatino declinar de todo el nacionalismo, encuentra en la propuesta de Eguiguren una buena y posible vía de salida y de reforzamiento.
Aunque el autor reconozca una mayor dificultad de aplicar formulas del siglo XIX como el Abrazo de Vergara en la actualidad, pues reconoce que durante los conflictos carlistas ninguno de los contendientes ponían en entredicho su pertenencia nacional española, no se arredra por ello, espera superarlo planteando que el acercamiento se logre apartando cuestiones que denomina principios o fines, confiando que se dé la coincidencia en el marco de convivencia y sus reglas de funcionamiento, sin considerar que éstas sean precisamente la parte fundamental de los principios de la política desde que se renovara el republicanismo a finales del siglo XVII. Esta capacidad de disección es muy propia, también, del nacionalismo, muy capacitado en discernir entre medios y fines.
No hay dificultad que amilane al voluntarismo para realizar una gesta de trascendencia histórica como es alcanzar la paz, y si de paso además de atraer a la convivencia pacífica a ese colectivo violento se le atrae a una alianza con el propio partido para configurar una izquierda potente sin alternativa en el País Vasco, mejor que mejor (2).
Un marco atractivo para ETA
No es de extrañar que desde el seno de ETA y de Batasuna se contemplara con interés el epílogo del libro de Eguiguren“Los últimos españoles sin patria y sin libertad”, pues no sólo significaba un cambio sustancial respecto a las tesis sostenidas por el PSOE respecto al problema de la violencia de ETA, promotor del pacto antiterrorista con el PP dos años antes, sino que podía superar las tesis del PNV en el pasado pacto de Estella y sus subsiguiente proceso de negociación con este partido tras la tregua hecha pública en 1998 por la organización terrorista.
En la primera cita que Eguiguren tuviera con el representante de ETA Josu Ternera en Ginebra el 21 de junio de 2005 éste se presentó con el citado libro bajo el brazo. Según Rodríguez Aizpeolea, “Así fue el Diálogo con ETA”, El País, 10/6/2007, “si el Gobierno estaba dispuesto a suscribir lo que decía el prólogo (sic) de su libro, le dijo Ternera, podría llegarse a un final de la violencia”. También el mismo periodista manifiesta en su trabajo sobre aquel proceso de paz la buena impresión que causara el epílogo de la obra de Eguiguren en Arnaldo Otegi, lo que posiblemente influyera en la propuesta de Anoeta de noviembre de 2004, pues se producen significativas coincidencias. No en vano los contactos se iniciaron en el año 2002.
Este interés lo confirmaría Otegi en una entrevista que ofreció a la revista “Aldaketa 16” y en otra al diario Gara expresando estar más cerca del planteamiento de Eguiguren que del Lehendakari en el Plan Ibarretxe. Un año más tarde a esta publicación, en noviembre de 2004, la “Propuesta de Anoeta” anunciada por el líder radical incluye los “marcos transitorios” en terminología calcada de Eguiguren.
Dejando a un lado las fórmulas retóricas y la lógica que el autor utiliza para justificar su publicación, parece que toda ella se fundamenta desde el inicio y en su fundamento en el mito del pacto con el pasado. Entiéndase, volvemos a los tiempos anteriores a constituciones, a los tiempos de las “felices provincias”, se asume la enorme carga nostálgica del conservador espíritu nacionalista. Cuestión nada baladí en el imaginario abertzale, y sorprendente en un socialista este “arreglo” de los problemas mirando al pasado, sumándose a la concepción tradicionalista del nacionalismo vasco que considera la revolución liberal negativa – que en la actualidad, en esta postmodernidad, conecta con la crítica que plantea al “principismo constitucionalista”, el corsé político-jurídico (muy utilizado, ante la sentencia del Tribunal Constitucional, por los defensores del nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña) por encima de las voluntades plebiscitadas, en ocasiones mal llamada voluntad democrática-. Para entendernos, aún a riesgo de caer en la caricatura: déjennos a nosotros resolver como siempre nuestros problemas, sin constituciones ni leyes, mediante un arreglo. Un costumbrismo localista fatuo y peligroso. Marco ideológico, y coloquial, perfecto para un buen encuentro y una buena cena entre vascos.
“Lo que aquí sostenemos es una vía propia –dice el epilogo-, la vía vasca, la del arreglo y no la de la solución, la del pacto y la concertación y no la de la confrontación y la unilateralidad, en definitiva, la de la negociación y el consenso”. Esta comunión con el nacionalismo, con su lógica de resolver el presente desde el pasado, quizás por su fundamento melancólico de retornar a él, propio de todos los nacionalismos tardíos, constituye la mejor de las cartas de presentación para el acercamiento a ETA, su mundo, y al nacionalismo en general. La propuesta, además, insiste no sólo en su naturaleza vasca, sino también en que es tradicional: “En concreto, este documento trata de sintetizar y acoger en una única propuesta la vía vasca tradicional”. Evidentemente, elije un buen terreno para el acuerdo con el nacionalismo extremo, la concepción romántica por excelencia de todo nacionalismo.
Eguiguren manifiesta en toda su reciente etapa política una gran seducción por el Abrazo de Vergara que inspira toda su obra, el gran “arreglo”, pues supuso el final de la primera guerra carlista, 18833-1939, mediante un final negociado. Pero obvia, quizás por molestas y contradictorias con las excelencias del procedimiento dialogado, dos elementos fundamentales para que se llegara a aquel acuerdo: el cansancio de las tropas del pretendiente Carlos, tras siete años de combates que empezaban a convertirse en sucesivas derrotas, y la depuración por parte de Maroto, general en jefe carlista, de todo el generalato adverso a la negociación, mediante los expeditivos fusilamientos del Puy, en Estella. No se plantea en ningún momento, por otro lado, la posibilidad de que aquel acuerdo, procedente del bando liberal, en el momento en que se daba la desmoralización y división interna del carlismo entre “pragmáticos” y “apostólicos”, le venía casi impuesta y sin plano de igualdad, abandonando los seguidores de Maroto las razones principales de aquel largo y sangriento conflicto como fueron la sucesión de Carlos Isidro de Borbón y el rechazo a las reformas liberales. Es decir, no contempla la hipótesis de que el propio arreglo vasco, si así se le considera, fuera más un arreglo impuesto por el bando liberal, por el Gobierno español, que una negociación abierta.
Es habitual cuando se usa el pasado extrapolándolo al presente que éste nos llegue viciado por nuestra visión actual. La idealización está presente cuando apela a “la vía vasca tradicional” como la del “arreglo”, sin ser consciente que ella es precisamente la del conflicto permanente, pues en el mejor de los casos aquel arreglo, sin duda por timidez liberal, guardó en el zurrón de la historia el problema para que volviera a estallar periódicamente, no superando nunca el pasado, como lo demuestran varias guerras civiles en el siglo XIX por semejantes motivos que la primera, y la de 1936 que sintetiza en sí todas las reacciones pendientes. Se podrían haber elegido otros ejemplos de consecuencias más pacificadoras, ya que es conocedor del calificativo de traición que desde el día siguiente tuvo aquel abrazo en amplios sectores del carlismo, y que no impidió, probablemente lo contrario, todas las guerras que lo siguieron. Sin embargo, esta seducción por el pasado, si no inspirado por el fundamento reaccionario del nacionalismo vasco de volver a él (Sabino Arana), encuentra un acomodo fácil en la ideología dominante de Euskadi y su particular versión del retorno.
Traer a cuento soluciones como las del aquel Abrazo, que hizo pervivir la problemática carlista hasta la transición democrática tras la muerte de Franco, se aproxima a la actitud del nacionalismo de no enterrar definitivamente el proyecto político de ETA, algo que preocupa singularmente a todo nacionalista sea de la formación partidista que fuere. Pues si algo garantizó el “arreglo” es que el carlismo perviviese como una rémora en el proceso liberal, constituyendo siempre una amenaza, esgrimida no sólo por políticos españoles sino, según épocas, tanto por el Reino Unido o Francia, y se enfrentase a éste cuando adoptara formas más radicales, frente a la Gloriosa y Amadeo de Saboya, la I República e incluso la Segunda.
Pero las concesiones de la propuesta del citado epílogo van mucho más allá de lo que llegó en el aspecto político el Abrazo de Vergara (3), que tiene en su limitación la virtud que exasperó inmediatamente a carlistas y foralistas pues se garantizaba el carácter liberal e unitario de la Monarquía de Isabel II. Por el contrario, la propuesta que sirve para la negociación del 2006 acepta la posibilidad de la reforma del marco jurídico-político actual con tal de superar la violencia, dejando muy difusas las referencias al marco vigente que podrá ser superado mediante plebiscito. Mientras aquél, el Abrazo de Vergara y la ley que surgió de él en 1840, en su “arreglo”, reafirma su naturaleza liberal.
La propuesta de Eguiguren asume la igualdad entre los interlocutores en una negociación, aunque estos hayan ejercido la violencia terrorista como principal expresión de sus reivindicaciones, mientras que en el abrazo de Vergara era el Ejército Nacional (fórmula muy querida por Espartero) el que daba cabida y cobijo a los carlistas en forma de ultimátum, lo tomaban o seguían en la lucha. En el epílogo citado podemos ver concesiones que dignifican y engrandecen el papel del adversario: “El objetivo es abrir una dinámica tendente a superar la situación de tragedia y sufrimiento que padece la sociedad vasca. La forma de superar este estado de cosas es el consenso de las distintas tradiciones políticas que integran el pluralismo vasco, mediante acuerdos que sólo pueden lograrse en ausencia de cualquier tipo de coacción o violencia, en plena igualdad de condiciones y salvaguardando en todo caso los derechos y libertades de todos”.
Es decir, acepta a ETA como parte de la tradición política del pluralismo vasco, la legitima nada menos en un marco histórico, que si no se pierde en la lucha contra los romanos, como a veces lo mencionan procesados de ETA en los juicios, si al menos en unas guerras del siglo XIX que nada tuvieron que ver con el terrorismo de ETA (4). En este sentido la propuesta de Eguiguren apoya el esfuerzo que ETA siempre ha sostenido de inscribir su lucha en la historia que contra todo tipo de invasor, real o imaginario, han realizado los vascos, obviando todos los esfuerzos bélicos que junto a Castilla realizara, desde la Reconquista, América y su aportación a favor de Felipe de Borbón frente al Archiduque Carlos. Demasiadas cuestiones oportunamente olvidadas, otra concesión para que la vieran con interés.
En el aspecto de los límites que el Gobierno debiera mantener en la negociación con el mundo abertzale radical habría que caracterizarlos de débiles, y aunque es cierto las referencias a los marcos español y europeo, las oportunidades que se le abrían a ETA eran realmente tan excesivas que finalmente, como ocurriera, fueron impracticables al enmarcar finalmente el presidente del Gobierno el mes de julio del 2.006 las reformas en el seno de la legalidad vigente. Sin embargo el texto decía lo siguiente:
“Para el cumplimiento del acuerdo, o acuerdos dialogados a los que se haya llegado, siguiendo los requisitos y condiciones establecidos, se deberán adoptar las medidas jurídicas o políticas correspondientes. Previamente, cuando la aplicación de estos acuerdos afecte a la legislación o competencias del Estado, se procederá al pacto y a la concertación entre las instituciones afectadas para adecuar o introducir las modificaciones necesarias que hagan compatibles la legislación general y los nuevos acuerdos. A continuación, si la trascendencia del acuerdo, o acuerdos, lo hace necesario, se procederá a su ratificación mediante referéndum, que si afecta a cuestiones esenciales del sistema político, deberá tener un resultado positivo en cada uno de los ámbitos territoriales a que afecte”.
Y se añade: “…el derecho a decidir nuestro futuro, libre y democráticamente, deberá ejercerse, por tanto, con el acuerdo y consentimiento de todos los componentes de nuestra sociedad, respetando los métodos democráticos, las reglas de juego y los derechos y libertades del ciudadano”. Da pié a que ETA entendiera, entre otras razones por la débil y poca referencia al marco legal existente, que éste se pudiera modificar durante la negociación, que se abriera el melón gracias a la misma (cuestión que muchos entendimos se estaba dando) para mayor gloria, acabase bien o mal el proceso, de la banda terrorista. Luego, a tenor del texto previamente citado, parece que da a entender que hasta la fecha no se ha ejercido el derecho a decidir el futuro, por lo tanto, hasta que no ha llegado esta propuesta, y con ella el acercamiento de ETA, no hemos sido auténticamente democráticos, no ha existido auténtica democracia.
Probablemente tal derroche de apertura utópica e inmensas posibilidades políticas para la organización terrorista más que facilitar el abandono de las armas le reafirmó en su necesidad. Y junto al miedo que supone el abandono de una práctica que le ha permitido acaudillar de una manera absoluta a sus mesnadas serviles de Batasuna, el del la violencia, que diseñaba sin distorsión de traición y coherencia un futuro de nacionalismo totalitario, y vista la disposición generosa de los interlocutores del Gobierno, ello le animó a ETA a rechazar el proceso. Y como en las ocasiones anteriores los ofrecimientos voluntariosos e ingenuos le animaron a proseguir con una lucha por la que tanto ofrecimiento recibía.
La salida del presidente el mes de julio matizando que cualquier logro era posible en el seno de la legalidad vigente aceleró la tendencia en el seno de ETA a sabotear el proceso. En agosto mismo existieron intentos de atentados graves impedidos por la buena suerte y la inexperiencia de sus actores. Y aunque el Gobierno hiciera todo lo posible para mantenerlo vivo acudiendo con Batasuna al Parlamento Europeo en octubre a ratificar la negociación justo al día siguiente en ETA robara trescientas cincuenta pistolas y tonelada y pico de explosivos, ofreciendo una imagen absurda, en diciembre ya fue inevitable. ETA hizo saltar por los aires un disparatado proceso de negociación que bajo el señuelo de la paz y enmarcado en la tradición y en lo vasco le ofrecía un futuro político que legitimaba toda la violencia que durante toda le democracia había ejercido. Fracasó, y es que el Gobierno no sabía que estaba negociando con una banda terrorista y no con el síntoma del conflicto vasco que se pierde ya en tiempo de los romanos pasando por los carlistas con los que nada tuvieron que ver. Ni con unos ni con otros.
«El Gobierno llegó al borde del precipicio en el proceso con ETA»
La frase, de Jesús Eguiguren, en una entrevista publicada en El País el domingo seis de marzo del 2008, realizada por el periodista que más afanosamente siguió el proceso de paz, Luis Rodríguez Aizpeolea, viene a confirmar los riesgos que se asumieron en el proceso de negociación.
La frase entera, “no soy consciente de haber cometido errores de calado. El Gobierno llegó al borde del precipicio para intentar salvar el proceso a riesgo de su propio desgaste. El Gobierno quiso convencerse de haber hecho todo lo que se podía para acabar con el terrorismo. Por eso siguió hasta despejar todas las incertidumbres. E incluso después del final”, si bien no escabulle el gran riesgo que se asumió, por el contrario se enuncia con una sinceridad sorprendente y temeraria, procede a justificar, si no en la ingenuidad, si en el voluntarismo, una decisión que en marcos políticos de democracia asentada sería muy difícil de exponer, por cuanto esta evidente buena voluntad, y el no desdeñable fin de acabar con la violencia, no pueden poner en riesgo el elemento básico de la estabilidad política: el Estado.
Para alguien que ha conocido ETA desde dentro, aunque de eso haga ya muchos años, pero que posteriormente tuviera que mantener una dialéctica de enfrentamiento con ella para que su proyecto político, HB, no engullera la escisión que supuso de ese mundo Euskadiko Ezkerra, y en todo momento ha mantenido una preocupada mirada a ese colectivo violento, la buena voluntad e ingenuidad de los promotores de aquel proceso de negociación le produce mayor escalofrío de miedo que el que le pueda producir la misma amenaza de ETA. No sé si la gente es consciente de lo que significa poner al estado al borde del abismo, es poner todas nuestras vidas en riesgo. Entraña una temeridad descarnada, la misma que puso en entredicho al Estado yugoslavo para acabar en un conflicto, este si de verdad, con las mayores tragedias inimaginables que creíamos enterradas en Europa tras la II Guerra Mundial. Creo que hay una inconsciencia criminógena en los que actúan así, por mucha misión histórica, que luego no lo es, que crean realizar. Es más, es la falsa creencia de realizar una misión histórica, confundiendo un clan de delincuentes organizados con una corriente política del pluralismo vasco, lo que nos conduciría indefectiblemente al fracaso. Pero afortunadamente el conflicto vasco no es tal conflicto, de haberlo sido las consecuencias de llevar al Estado al borde del abismo hubieran sido terribles.
Se está confirmando que en la actualidad la cultura política de un político acaba considerando de su propiedad el entramado jurídico-institucional, pues al Estado no se le permite ser potente, ni material ni simbólicamente. Por el contrario, el partido, el instrumento, es sagrado, el resto es prescindible. Y sin embargo no es eso. En la política el núcleo a resguardar y a respetar es la convivencia democrática, y eso lo garantizan las leyes y el estado. Tanta osadía poniendo cosas sagradas al borde del abismo perturba.
Un argumento que pudiera aparentar prestigio, el utilizar en la negociación procedimientos de resolución de conflictos “con participación de organizaciones especializadas”, como alardea la entrevista, muchas de las cuales han estado en conflictos reales y serios, desde Sudáfrica a Centroeuropa, lo que se esgrime como garantía de seriedad y buen hacer ante ETA, se puede convertir exactamente en lo contrario. No se pone en duda que tal presencia no de prestigio propagandístico a la iniciativa, pero este tipo de iniciativas lo que menos necesitan es propaganda. Estas presencias magnifican el conflicto y. por lo tanto a ETA, que además puede sugerirle la necesidad no sólo de hacerlo mayor, sino mantenerlo para ganarlo. Ante esta conclusión, no deseada, pero que debiera haber sido prevista, el proceso pacificador fracasa.
No son una garantía para el buen fin de un problema de violencia política tan particular, limitado y doméstico la presencia de altos mediadores salvo que se desee exaltar el problema aún más –pues ya se ha hecho comparándolo con el conflicto carlista del siglo XIX-, y de paso exaltar a los inteligentes y voluntariosos políticos que van a solucionar tan histórico y gran problema, pero a qué precio. El excesivo dimensionamiento en la solución de un problema de violencia limitado, como lo es el vasco, puede dar como resultado el engrandecimiento del problema. Como ejemplo sirva observar que el tratamiento con quimioterapia de una verruga nos la puede convertir en un cáncer mortal.
Grandes soluciones a una situación de violencia terrorista muy limitada, grandes medios reclamados para tan histórica misión, desmedida presencia de medios de comunicación, mantiene, como es el caso, al Estado en su errónea política ante ETA, política errónea que se iniciara en la dictadura. Desde la dictadura se inicia la errónea política frente a ETA, pues ya entonces se aplicaba una política informativa dirigida a darle una inmerecida importancia, cuando el resto de la oposición no disfrutaba de ningún resquicio informativo, o como el caso propagandístico y gran error también, el hito que la lanzó a la escena internacional, el proceso de Burgos, marcó un proceder que otorgaba una inmerecida importancia a ETA, lo que le ha servido para su pervivencia. En general, la exagerada dimensión que el fenómeno ETA ha disfrutado por parte del Estado español, durante la dictadura y después, ha favorecido su perpetuidad hasta la fecha. Y el proceso de paz del 2.006 sólo significaba el hito más exagerado, y por ello con todas las garantías de fracaso, de este funcionamiento erróneo.
En este sentido, cuando a lo largo de la entrevista se observa la conciencia de que el proceso pudiera fracasar, en vez de una retirada a tiempo se apela al llamamiento del PNV, otro interlocutor en principio no excesivamente escrupuloso respecto a la legalidad en el que la negociación se estaba dando e interesado en el que el final de ETA no sea intrascendente: “porque el proceso estaba empantanado. Teníamos dos alternativas: esperar, con la casi seguridad de que se rompía, o hacer algo para que arrancara. Entonces decidimos iniciar conversaciones políticas con Batasuna e incorporar al PNV”. Lo que quizás no fuera previsto es que el propio PNV viera con preocupación las ofertas que se hacían a los radicales de su comunidad, lo que supondría dejarles muy menguados en el juego político en un futuro, si tanto se le ofrecía a ETA.
Así como no hubo ningún inconveniente en llamar al PNV para que se incorporase a las negociaciones con Batasuna en otro lugar de la entrevista se manifiesta sobre el PP: “padecimos sus críticas injustas, pero tenían poca información”. Lo que nos lleva a definir el marco previsto de la negociación como esperpéntico, pues no se obvia atraer a él organizaciones y mediadores internacionales, atraer al PNV, mantener un acuerdo parlamentario con los grupos políticos minoritarios, pero se limita la información al partido más importante y necesario, que como no podía ser de otra manera anima y participa en las masivas movilizaciones contra la negociación promovida por la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Desde la resolución parlamentaria poco trabajada del 17 de mayo de 2004 se le estaba animando al PP y a todo el espectro conservador a que se opusiera al proceso de negociación. Y con esta oposición, como en otras operaciones políticas que se han intentado hacer a la brava en los últimos años, el fracaso estaba garantizado. Otro error: se podía entender que se estaba jugando con la posibilidad de inscribir el proceso negociador con ETA, del que se podía esperar un desenlace feliz, en una estrategia de aislamiento y deterioro del partido de la derecha. Es decir, junto al proceso de paz podría existir una operación política contra el PP.
Sin embargo, la clave del fracaso está en la propia ETA y en la enajenación voluntarista de los negociadores gubernamentales. Desde el final de la dictadura ETA ha tenido no sólo en las negociaciones formuladas, sino en su muy reprimido debate interno, vértigo a abandonar la violencia, que la constituyó en el centro y origen de su discurso político, superando su consideración de mero instrumento. Así cuando Eguiguren declara “hoy, mi conclusión es que al poco de decretar la tregua, a ETA le entró el vértigo de decir adiós a las armas y pensó que el proceso ya no le valía, que era una rendición con un coste muy bajo para el Gobierno”, era una situación que tenía que haber previsto. Primero, porque la violencia es el núcleo esencial de la organización, y causa por la que se negocia, su único y potente valor que le ha hecho pervivir, en su opinión, contra una falsa democracia opresora y extranjera. Y, porque, el hecho de entrar a negociar cuestiones políticas de tal envergadura, si bien aparentemente trasladada a una mesa de partidos en la que estaría Batasuna, que para entonces ya estaba judicialmente encausada por ser parte de ETA, se le incitaba a pedir más en ésta o en la siguiente ocasión, porque para su mentalidad no es cuestión de aceptar a la primera cuando tienes al enemigo de rodillas. Única manera en la que ven al Gobierno cuando éste ofrece algo, por lo que, como se descubriera con posterioridad, es más fácil negociar con ETA sin nada que ofrecer que ofreciendo (5). Y una negociación sin nada que ofrecer no es negociación, es un lo toma o lo dejas, conclusión a un proceso abierto en la organización terrorista de desmoralización y declaraciones de abandono de la lucha. Ocurrió lo contrario.
Así declara que “ETA cambió la decisión que había tomado de dejar las armas antes de que se produjera la primera reunión del proceso. Con todas las críticas que ha generado el proceso, Gobierno y ETA no desarrollaron la hoja de ruta….puede decirse que el proceso no empezó…”. Con lo cual, se conoce muy pronto el empatanamiento del proceso, no se da la importancia que merece a la movilización social que víctimas del terrorismo y derecha llevan a cabo, y se le da toda a intentar que el proceso negociador no fracase con una insistencia que llegó a mantenerla con posterioridad al atentado de la Barajas a pesar del resultado de dos muertos. Ello sin mencionar las presiones del mundo de la banda terrorista, que mostrando quién tenía la iniciativa del proceso forzó una entrevista pública de Otegui y Echevarría con Patxi López y Rodolfo Ares, el robo de armas en Francia justo el día anterior en el que el partido socialista llevaba a la cámara europea el apoyo al proceso de negociación con ETA, y desde el ministerio del Interior se declaraban verificaciones con ausencia de violencia mientra la kale borroka era un hecho y la extorsión a los empresarios se ejercía como siempre. Era tal el empeño gubernamental en que el proceso de paz no descarrilase que los de ETA podían entenderlo como si efectivamente tuvieran de rodillas al mismísimo Gobierno, lo que un mal jugador de mus hubiera detectado hacía tiempo.
Para Eguiguren, «Gobierno, sociedad y partidos han quedado escarmentados», y la imposibilidad de llevar adelante un proceso así es evidente, lo que no supone que años después –en la actualidad- vuelva a plantearse la histórica tarea a poco que Batasuna realice cualquier tipo de declaración que se contempla con demasiada facilidad como positiva. Porque la autocrítica no llega a poner en cuestión todo el proceso pues a pesar de su fracaso se consideran la existencia de consecuencias positivas.
Una de ellas es que ETA no salió reforzada tras el proceso de negociación en razón a que estuvo parada, puesto que se oxida todo su engranaje para volverlo a poner en marcha. Aseveración muy discutible, pues para muchos observadores el acoso a la que fue sometida en la última etapa del Gobierno de Aznar con el apoyo del PSOE, promotor del pacto antiterrorista con el PP, la tenía muy debilitada, y si la Guardia Civil y la policía en general no bajó la guardia, cuestión discutible también, el comportamiento gubernamental no podía por menos que influirles. Sin embargo, ETA, a pesar de la exigencia de inexistencia de violencia en la resolución parlamentaria como condición previa a cualquier negociación, durante tal proceso no dejó de llevar acciones terroristas, es decir, mantenía el engranaje engrasado, siendo la más llamativa acción violenta el robo de armas y explosivos en Francia.
Pero el reforzamiento fundamental de ETA estuvo en su prestigio, pues fueron muchas fechas acaparando información, siendo tratada con mayor frecuencia y espacio en los medios de comunicación que los miembros del Gobierno, lo que motivó la queja en este sentido de Rodríguez Ibarra. Fue tratada Batasuna por algún portavoz del gobierno con calificaciones como de “gente de paz”, a la vez que se producía un duro enfrentamiento con la mayoría de las víctimas del terrorismo, saltando escandalosamente por los aires el imprescindible consenso político con la oposición para osar asumir tan excepcional proceso de paz. Es tal el encumbramiento mediático del que disfrutó que una de las condiciones más necesarias para el buen resultado de una iniciativa tan excepcional como ésta, la discreción, fue la primera que se vino bajo. Quizás lo que se buscó, como se buscó en Sudáfrica, fuera la deslegitimación del Estado antidemocrático, de ahí la publicidad. Se buscó su publicidad más extensa, utilizándose un elemento fundamental para la reacción que finalmente se provocó en ETA, que lo hiciera saltar con un atentado mortal. Pues este tipo de organizaciones no soportan tamaño protagonismo sin que lo ejerza de la única manera que saben.
Si el proceso de pacificación que llevó a la destrucción del Estado racista de Sudáfrica gozó, una vez encarrilado, de gran publicidad, fue para demostrar al mundo que, efectivamente, tal sistema asumía su derrota y se iniciaba un proceso de convivencia política que partía de la condena moral de aquel régimen asumiendo su iniquidad. De ahí la razón de la publicidad en aquel caso. Hacer algo semejante en España era algo más que poner al estado al borde del abismo, era colocar a un mismo nivel la democracia española con el apartheid -apartheid del que acusaba al Gobierno español en todo lugar los representantes de Batasuna- y si el sistema racista sudafricano tenía que ser condenado el español no podía serlo salvo que se partiera por parte de los negociadores de que la democracia española era condenable y legítima la lucha armada de ETA, convertidos sus representantes desde hacía días, nada menos, que en “gentes de paz”.
Finalmente, otra consecuencia positiva declarada que observan los promotores del proceso de negociación es que este ejercicio de responsabilidad para alcanzar el final de la violencia fuera recompensado claramente en las siguientes elecciones. En este caso tienen razón sus defensores. Que se intentara acabar con ese pesado problema que padece el ciudadano vasco que es la violencia terrorista, refugiado éste en la más recóndita privacidad, abandonado el rechazo al terror a que lo ejerzan unos pocos que, en muchos casos, finalmente, tienen que acabar escoltados, pregonada por respetables personalidades civiles y eclesiásticas el aberrante dogma de que toda idea tiene cabida en democracia, incluidas las que promueven el asesinato, y planteado por autoridades autonómicas, que lo son también del Estado, que la independencia y la segregación de los no-nacionalistas es muy razonable y resolvería de paso la violencia, este esfuerzo voluntarioso, que acercaba el proceder socialista al del nacionalismo, fue recompensado por la sociedad vasca, modelada por treinta años de nacionalismo, que vio en este gesto el ingreso en sus planeamientos en un momento que Ibarretxe iba demasiado lejos en su radical plan soberanista; un paso delante de los socialistas por el que atravesaban las líneas y se comportaban ante ETA mejor incluso que los del PNV. Ello sin excluir el efecto causado por el asesinato, en la víspera electoral, del exconcejal socialista Isaías Carrasco.
Efectivamente, habrá que admitirlo, supuso un apoyo electoral para el PSE. Lo que no se sabe es si este apoyo surgía de un posicionamiento cívico del electorado, o del íntimo convencimiento del sálvese quién pueda admitiendo que los negociadores eran capaces de solucionarlo todo, pues no respetaban nada, incluido el Estado de derecho. La cuestión, para un ciudadano bastante harto, era resolver como fuese la amenaza violenta, que además, ahora, era nada menos que histórica. Pero eso no debe hacerlo representantes públicos encargados de velar y hacer cumplir las leyes, y, a pesar de todo, nada resolvió.
Yo fui de los que alegraron que no se resolviera mediante aquella propuesta, pues a poco que había contemplado cómo se iba planteando y resolviendo iba descubriendo, como en el caso del Abrazo de Vergara para los carlistas, que no se estaba buscando el fin de ETA sino su perduración, pues una negociación de este tipo, se diga lo que diga, lo que al final consigue es que el adversario, por debilitado que esté, tenga que seguir existiendo. El que quiera el fin de ETA que se aleje del encuentro. Pero éste, desafortunadamente, estaba desde el origen de la negociación planteado cuando se rechazaba con demasiada facilidad la imbatibilidad de ETA por el Estado de derecho. Quizás lo que en el fondo se quiso hacer fue integrarla en un nuevo marco político que ella también diseñaba.
————————————–
NOTAS:
(1) “El Arreglo Vasco. Fueros, Constitución y Política en los siglos XIX y XX”, Hiriak Liburuak, San Sebastián, 2008, donde prosigue en la insistencia de la solución del problema vasco mediante la vía foral e inspirándose para la negociación con ETA en el Abrazo de Vergara.
(2) “Pero es posible que tras esos errores existiera uno más de fondo: la hipótesis guipuzcoana (de inspiración catalana) de que había una fórmula para, a la vez, acabar con el terrorismo y con la hegemonía del PNV. La idea era que, una vez retirada ETA, y con su brazo político legalizado, sería posible una alianza de izquierda entre Batasuna y los socialistas para desplazar al nacionalismo conservador. ¿No había sido posible en Cataluña con Esquerra?” (Patxo Unzueta, EL PAÍS, 24/5/2007)
(3) Pues la Ley de 25 DE OCTUBRE DE 1839 en su artículo 1º dice: “Se confirman los Fueros de las provincias Vascongadas y de Navarra, sin perjuicio de la unidad constitucional de la monarquía”. (Bastante menos que en la actual Constitución). Y la limitación de lo acordado previamente en el Abrazo de Vergara el 29 de agosto del mismo resulta aún más limitado: Artículo 1º — Espartero recomendaría al gobierno proponer a las Cortes la concesión o modificación de los fueros.
(4) Que se lo pregunten al General Zaratiegui, mano derecha de Zunalcarregui, que tras aceptar el Abrazo de Vergara fue el segundo director general que tuviera la recién constituida Guardia Civil.
(5) “ETA no ha aprendido a desvincular sus objetivos de la violencia porque lo que quiere es demostrar la eficacia de las bombas para alcanzarlos. Por eso, paradójicamente, no favorecen la viabilidad del proceso de desmilitarización los intentos de lubricarlos con mesas de negociación política, ya participe en ellas ETA o su brazo político. La aplicación del principio ‘primero la paz y luego la política’ debería traducirse, tras Barajas, en el compromiso de aplazar la eventual reforma del Estatuto a después de la disolución de ETA. Y la oferta de vuelta a casa de 700 presos y quizás 300 clandestinos como efecto derivado de la disolución puede tener más eco real en su mundo que los galimatías sobre conflictos autodeterminantes de los comunicados”. (Patxo Unzueta, EL PAÍS, 18/1/2007)
Eduardo Uriarte Romero, septiembre de 2010