Olatz Barriuso-El Correo

  • La amnistía nunca ha sido un bálsamo para unir a los españoles sino un apaño para mantener el poder que ahora, de perdidos al río, se usa para separarlos

Vivimos tiempos extraños. Caóticos. Se aprobaba ayer en el Congreso de los Diputados una ley tan divisiva como oportunista, la de amnistía, y seguramente una de las de mayor carga política y controversia constitucional de la democracia. Sin embargo, al ministro Óscar Puente, los periodistas (algunos, muy pocos; casi todos estaban haciendo su trabajo) le preguntaron a su llegada al hemiciclo por el concierto de Taylor Swift. Gracias a eso nos enteramos de que su canción favorita de la artista es ‘I knew you were trouble’ (algo así como ‘Sabía que ibas a darme problemas’). Podría servir de título a la historia de atracción-repulsión entre Sánchez y Puigdemont que ha acabado por alumbrar la norma aprobada ayer con la frivolidad y el estruendo habituales en una Cámara baja que hace honor a su nombre.

La alta, donde el PP suma mayoría absoluta, rechazó y dilató el plácet de las Cortes al borrado de los delitos del ‘procés’. Y, así, la ley de amnistía ha llegado al final de su turbulenta tramitación parlamentaria -queda ahora el proceloso camino judicial- en plena campaña de las elecciones europeas. Lo novedoso esta vez es que nadie intentó barrerla debajo de la alfombra, avergonzado. Por mucho que Pedro Sánchez se ausentara del debate y encomendara la tarea al diputado Artemi Rallo, quedó claro que, lejos de esconderse, el Gobierno ha decidido jactarse sin complejos de que, gracias a la ley, España es hoy «más próspera» y está «más unida» que en 2017.

A Puente le preguntaron por Swift y la Cámara despachó el tema con la frivolidad habitual

Esto lo tuiteó Sánchez sin pestañear, con una loa al «perdón» como motor de la vida por encima del «rencor», mientras en el Congreso los diputados se llamaban, lo más suave, «filonazi» y «traidor» y los independentistas, supuestamente devueltos al redil de la convivencia, clamaban victoria y referéndum y prometían seguir haciendo la puñeta al Gobierno. No importa, por lo tanto, que la realidad se dé groseramente de bruces con el relato gubernamental sí así se consigue reducir el debate jurídico y ético sobre la amnistía a un puñado de brillantina política a la altura de los atuendos de los ‘swifties’. Si el ‘trágala’ es demasiado amargo, si la hemeroteca devuelve un reflejo cruel de la incoherencia del Gobierno, la única salida es la huida hacia delante, hacia otro capítulo de nuestro particular ‘House of Cards’ que haga olvidar las tropelías cometidas en entregas anteriores.

Tampoco importa pasar de puntillas sobre la verdad -al tiempo que se acusa a la oposición de poner en marcha la máquina del fango- para sostener que Europa «ha bendecido» la ley y Cataluña la «ha agradecido». Conviene recordar que el PSC ya fue primera fuerza catalana en las elecciones del 23-J, antes de que se contemplara la amnistía. Y que la Comisión de Venecia, pese a no discutir la constitucionalidad de la ley ni su respeto a la separación de poderes, sí reclamó «mayorías cualificadas» y transversales para aprobarla -más allá del 177 contra 172 de ayer, metáfora de un país fracturado- y cuestionó su tramitación por la vía de urgencia. Las prisas obedecían, claro, a la necesidad de satisfacer sin dilación el pago al insaciable Puigdemont.

La amnistía, nunca ha sido, por lo tanto, un bálsamo legal para unir al país, sino un apaño coyuntural para mantener el poder que ahora, de perdidos al río, se usa para dividirlo. El protagonismo que Vox tuvo en el debate de ayer, a la gresca con un Sumar en riesgo de ser fagocitado por Sánchez, da la medida de la pinza que se hace a cualquiera -incluidos socialistas como Lambán- que ose formular una opinión con vocación de moderación y ecuanimidad. Alentar la división puede funcionar a corto plazo -está por ver si a Sánchez le salva la papeleta el 9-J-, pero hay aroma a fin de legislatura en los pasillos del Congreso justo un año después de que Sánchez convocara las anteriores generales. Y eso debería hacer reflexionar sobre el efecto en el país de la política Netflix.