Ignacio Camacho-ABC
Moncloa ha impuesto a Gabilondo el mal trago de echarse enbrazos de Iglesias para salvar a Sánchez del naufragio
La única incógnita que queda en las elecciones de Madrid es la de los topes sociológicos. Es decir, si la derecha ha alcanzado ya su techo de movilización, a partir del cual podría bajar un poco, y si la izquierda tiene todavía algún recorrido en los doce días para los que Gabilondo lanzó a Iglesias una patética llamada de socorro. La frase clave la llevaba escrita; no será Sánchez, como torpemente se empeña en aclarar, pero la dependencia estratégica de Moncloa lo está convirtiendo en GabiRedondo. El CIS de Tezanos inventa alambicadas horquillas de escaños para provocar a la desesperada un efecto de arrastre que empuje sus expectativas. El ‘brujo’ Michavila, por sus aciertos lo conoceréis, está convencido de que el PP quedará muy cerca de la mayoría. Atentos a la última semana, a posibles sorpresas de aprendices de ilusionista dispuestos a jugar su baza final apostando por la anomalía.
El debate del martes se saldó sin vuelcos. Ayuso salió viva, con apenas algún rasguño de poca importancia. Incómoda en ese tipo de confrontaciones, porque improvisa mal y se siente insegura, sólo tenía que evitar meteduras de pata. Lo logró a base de desentenderse de los demás y soltar sus mensajes mirando a la cámara. Vox y Ciudadanos se disputaron el papel de futuro socio a dentelladas; aquellos partidos emergentes que iban a comerse al PP asumen de antemano una clara posición secundaria. Iglesias se empequeñece fuera de la escena nacional, o quizá vuelve a sus dimensiones reales: de asaltar el cielo ha pasado a conformarse con el farol rojo de una coalición regional improbable en la que el partido de Errejón, la izquierda ecodigital, acomodada y posmoderna, se le ha puesto muy por delante. El tripartito antiAyuso le ha dejado el papel de agitador del voto proletario, el liderazgo de bukaneros vallecanos, manteros, okupas y ‘antifas’ de barrio, gente a la que la imagen burguesa de Mónica García y la placidez metafísica de Gabilondo provocan escaso entusiasmo. Pero en la tele escondió su guerracivilismo nostálgico e impostó un sosiego de atrezzo entre un fárrago de datos. Para el aspirante socialista debió de resultar un mal trago tener que implorarle un cable con el que salvar a su jefe del naufragio. Ayer le obligaron a echarse en sus brazos con otra humillante vuelta de tuerca: «Pablo, querido Pablo».
Monasterio y Bal rivalizaron por las migas. Poco queda del orgullo con que Vox y Cs porfiaban por la primogenitura de una derecha dividida. Ahora ambos se ofrecen a la presidenta para que les deje cultivar una parcelita a cambio de apuntalar su hegemonía. Eso es lo que Sánchez ha conseguido al plantear la campaña madrileña como un desafío personalista: unir al bloque adversario y poner la estabilidad de su mandato en manos de un elenco de segunda fila. Es él, y no su candidato interpuesto, el que tiene doce días para encontrar una salida.