Donald Trump anunció ayer lunes a última hora de la noche un acuerdo de alto el fuego «completo y total» entre Irán e Israel tras la aniquilación del programa nuclear iraní.
En un mensaje en la red social Truth Social, el presidente americano felicitó a los países implicados y explicó que Irán iniciaría el alto el fuego en seis horas, y que Israel lo haría seis horas después.
Si ambos países respetan el acuerdo, la llamada Guerra de los doce días se dará por oficialmente acabada.
El acuerdo llega sólo unas horas después de que Irán lanzara una andanada de misiles balísticos contra bases militares de Estados Unidos en Catar e Irak en respuesta a los bombardeos estadounidenses de este fin de semana sobre sus instalaciones nucleares.
La levedad del ataque contra la base de Al Udeid, el principal enclave militar estadounidense en la región y cuartel general del Comando Central de Estados Unidos en el Golfo Pérsico, hizo pensar desde un primer momento en algún tipo de escenificación pactada.
El ataque, con apenas una docena de misiles, no provocó daños ni víctimas. Las defensas antiaéreas lograron, además, interceptar casi todos los proyectiles. El único que no fue interceptado cayó en terreno deshabitado sin provocar daños.
Crisis regional abortada
La guerra entre Irán e Israel, con ataques cruzados desde el pasado 13 de junio, amenazaba con transformarse en una crisis regional abierta tras la entrada en escena de Estados Unidos. El bombardeo estadounidense sobre Fordo, la instalación más fortificada del programa nuclear iraní, fue interpretada en Teherán como una declaración de guerra.
Pero nada más lejos de la realidad.
La debilidad de Irán, que apenas ha podido responder a los ataques de precisión israelíes con salvas de misiles progresivamente menguantes, que ha visto cómo su espacio aéreo era completamente controlado por Israel y cuyo programa nuclear ha sido prácticamente liquidado, ha finalizado con un alto el fuego que, resulta legítimo sospechar, preserva el régimen de los ayatolás a cambio del fin de las hostilidades contra Israel y de su programa nuclear.
Este diario ha sido muy crítico con Donald Trump en el pasado, pero debe reconocer que, en el caso de este conflicto en concreto, su estrategia, que ha mezclado el palo (la destrucción de las principales centrales nucleares iraníes) con la zanahoria (un alto el fuego que le permite al régimen iraní permanecer en el poder) ha dado resultado.
La rápida resolución del conflicto ha sido, sin embargo, sorprendente.
Porque la guerra entre Israel e Irán auguraba una tragedia en Oriente Medio, pero ha finalizado con un ataque pactado y teatralizado de Irán contra intereses estadounidenses cuyo objetivo evidente era el de salvar la cara de los ayatolás frente a sus ciudadanos con una presunta «demostración de fuerza» frente al «Gran Satán americano».
Sea cual sea el acuerdo al que hayan llegado Israel, Estados Unidos e Irán, sólo cabe felicitarse por el fin de unas hostilidades cuyo desenlace era incierto y que podrían haber acabado con facilidad en un conflicto con ramificaciones más allá incluso de la región de Oriente Medio y con graves daños a la economía mundial si Irán hubiera cumplido su promesa de bloquear el estrecho de Hormuz.
El alto el fuego demuestra, sin embargo, que Donald Trump no se mueve por motivos humanitarios, por principios morales claros o por la legalidad internacional, sino por el más elemental interés particular y por un peculiar aislacionismo selectivo para el que sólo se hacen excepciones cuando de ello puede extraer el presidente americano un rédito propagandístico.
El fin de la guerra no soluciona, por ejemplo, la situación de la mujer en Irán o en el resto de Oriente Medio. Tampoco el conflicto en Gaza. La guerra en Ucrania sigue, por su lado, estancada, a pesar de la promesa electoral de Trump de que iba a acabar con el conflicto «en cuestión de horas».
Pero es innegable que Trump ha movido sus piezas con inteligencia en esta ocasión y que el resultado ha sido doblemente satisfactorio tanto para él como para Israel: por el fin del programa nuclear iraní, una amenaza existencial no sólo para Israel sino también para las democracias occidentales,en primer lugar, y por el propio acuerdo de paz en sí, en segundo lugar.
Un acuerdo que Trump llevará a gala durante mucho tiempo y que reforzará su autoridad en el escenario internacional.