SANTIAGO GONZÁLEZ-EL MUNDO
Sánchez se nos ha revelado como un líder singular. En la rueda de prensa que ofreció en Osaka dio muestras de ello al conminar a Podemos, PP y Ciudadanos a apoyarlo. A «ser conscientes de que no se puede bloquear (a) España (…) Aquellos que bloquean al PSOE no están bloqueando ni mi persona (my person) ni al partido, sino la voluntad mayoritaria expresada por parte del pueblo español». Exactamente lo que él hizo cuando bloqueó la voluntad mayoritaria de una parte del pueblo español mayor que la que le apoya ahora a él (137 escaños contra 123) en la moción de censura. Que él impulsó aunque finalmente no votó.
El objetivo fundacional de Ciudadanos era corregir la anomalía de que ninguno de los 20 apellidos más comunes en Cataluña tenía cabida en los grupos parlamentarios secesionistas. Otro tanto cabe decir del papel de socio necesario que había adquirido para el partido que ganara las elecciones generales. Muchos vimos en Ciudadanos, como antes en UPyD, la oportunidad de contar con una bisagra ilustrada, capaz de dar sentido político nacional al bipartidismo.
No ha habido manera. De todos los errores que se están reprochando a Albert Rivera el que me merece más indulgencia es su negativa tajante a investir a Pedro Sánchez. Tiene la eximente de que el interesado no le ha hecho una sola oferta, aunque tal vez haya un cierto espacio para hacer política contra un líder paralítico: hacerle una oferta que no pueda rechazar sin coste. Rajoy, a quien se consideraba tetrapléjico, ofreció Gobierno de concentración al PSOE y Cs. Rivera debería desconfiar de una estrategia que copia el no es no que hizo famoso el doctor Fraude.
Pero aún desde la posición más comprensiva no se puede entender la unanimidad de la presión contra Rivera para que facilite la investidura de Sánchez, como si fuera responsabilidad directa suya. El buen pueblo español, el Ibex, los empresarios, parecen haber llegado a la conclusión de que la tarea más importante de la democracia es salvar al candidato Sánchez del soldado Pedro Sánchez.
El gran error de Albert Rivera es haber cambiado la vocación de bisagra por la voluntad de mando, sustituir al califa de la oposición como califa de la oposición, empeño en el que parece haber cosechado notorios fracasos. Ahora mismo Pablo Casado está más asentado en la plaza. Es responsabilidad principal de Rivera la pérdida de los derechos de primogenitura que su candidata Inés Arrimadas se había ganado a pulso en las autonómicas de 2017, renunciando a representar a 1.100.000 catalanes que les habían convertido en el primer partido de Cataluña. Otro traspiés notable fue la creencia de que Sánchez iba a convocar elecciones inmediatamente. Y ahora que amenaza con convocarlas a quienes les viene peor es a los partidos emergentes. Cuánta añoranza del bipartidismo, Señor. Y de la doble vuelta, claro.