Juan Ramón Rallo-El Confidencial
- ¿Hasta cuándo serán capaces de mantener los bancos centrales su duro discurso antiinflacionista para conseguir doblegar la desconfianza de los mercados hacia el mismo?
Nuestros banqueros centrales a ambos lados del Atlántico anticipan dolor y sacrificios en su estrategia de lucha contra la inflación. Expresado de otro modo, mientras la inflación se halle alejada de su objetivo a medio plazo del 2%, no tienen ninguna intención de abandonar su senda programada de subidas de tipos de interés. Aun cuando EEUU y la eurozona entren en recesión, aun cuando el número de desempleados empiece a incrementarse, no cambiarán de rumbo. O al menos eso nos dicen ahora, porque eso es lo que necesitan que nos creamos: a saber, que la política monetaria se mantendrá lo suficientemente restrictiva el suficiente tiempo como para reconducir las tensiones inflacionistas actuales.
Sucede, claro, que una cosa es predicar y otra dar trigo. No es que hasta el momento los bancos centrales no hayan dado nada de trigo, pues sobre todo la Reserva Federal sí ha actuado con decisión a lo largo de los últimos seis meses, pero la cuestión no reside en el trigo que ya hayan dado hasta el momento, sino en el que se espere que sigan dando durante los próximos trimestres. A la postre, existen dudas razonables sobre si nuestros emisores monetarios serán capaces de resistir la presión política y social a que bajen tipos cuando de verdad vengan mal dadas.
Y las dudas diría que resultan especialmente razonables y pertinentes en el caso del Banco Central Europeo. Por dos razones.
Primero, porque su consejo de gobierno es el más politizado en toda la historia de esta institución: la presidenta del BCE, Christine Lagarde, fue ministra de Economía con Sarkozy, y su vicepresidente, Luis de Guindos, fue ministro de Economía de Rajoy. No solo se trata, pues, de que provengan de donde provienen y de que, por tanto, mantengan estrechas conexiones con las élites gobernantes de sus respectivos países, sino que acaso quieran regresar triunfantes a la arena política en un futuro emulando al propio Mario Draghi. Y siendo así, no pueden enemistarse demasiado con ‘los suyos’ ni volverse demasiado impopulares ante los ciudadanos.
Segundo, porque la supervivencia del euro sigue pendiendo del hilo de una política monetaria cuasi fiscal. Varios Estados de la eurozona, entre ellos España, no son autosuficientes financieramente, de ahí que su capacidad de refinanciación en los mercados dependa no solo de que el BCE les proporcione (o les garantice) esa financiación, sino de que la misma les alcance en términos lo suficientemente asequibles como para que su enorme cantidad de pasivos no se convierta en una losa excesiva con el paso del tiempo. No está claro, sin embargo, cómo el BCE pretende lograr ambos propósitos a la vez en un contexto de subidas de tipos. La herramienta antifragmentación puede servir para mantener a raya las primas de riesgo, pero si los tipos de interés base suben para todos, también lo harán para aquellos países de la periferia que menor capacidad tienen para resistir esas subidas. Y cuanto más elevados sean sus tipos de interés, mayores serán los riesgos de colapso, por lo que las primas de riesgo estarán asimismo inclinadas a incrementarse, ya sea entre los gobiernos o, si eso consigue frenarlo el BCE, como poco entre sus empresas y familias. Es decir, restricción financiera sobreproporcional en la periferia y, por tanto, mayores dificultades económicas.
Acaso porque probablemente los bancos centrales, especialmente el BCE, son conscientes de que no van a poder subir los tipos de interés en el futuro tanto como podría llegar a ser menester, necesiten cortar ahora de raíz las expectativas inflacionistas para evitar que la inflación se enquiste en un terreno del que no tendrían autonomía suficiente para sacarla. Gestión presente de las expectativas como alternativa a gestión futura de la política monetaria. Pero eso también es algo que los mercados se barruntan y por lo que no terminan de creerse enteramente el tono de halcón de los banqueros centrales. Y si los mercados no se lo creen, entonces los propios esfuerzos presentes de los bancos centrales para luchar contra la inflación se darían de bruces con el comportamiento incrédulo de los agentes económicos, volviendo necesarios el dolor y los sacrificios futuros. ¿Hasta cuándo serán capaces de mantener los bancos centrales su duro discurso antiinflacionista —cuánto dolor y sacrificios están dispuestos a infligir— para conseguir doblegar la desconfianza de los mercados hacia el mismo?