La inhabilitación de Joaquim Torra a causa de una desobediencia nimia, la orfandad de las tibias protestas que la resolución del Supremo ha generado en Cataluña, y la compasiva despedida institucional que en su calidad de invitado le brindó el Parlament trazan la estampa de un unilateralismo amortizado sin remisión. Un presidente autonómico al que ni él mismo se tomaba en serio abandona la escena sin siquiera gozar de la honorabilidad del sacrificado. El independentismo -el gobernante y el otro- se ha mostrado como si en realidad se hubiese quitado una carga de encima. Pero a medida que se acercaba el día de la inhabilitación los cuatro grupos políticos en que se divide el secesionismo fueron percatándose de que no saben a ciencia cierta cómo afrontar el día de la verdad. El de la convocatoria de unas elecciones que Roger Torrent fijó ayer el 14 de febrero como muestra del desbarajuste en el que flotan los socios de la Generalitat. Porque, de entrada, el presidente del Parlament da por descontado que sus consultas para explorar la posibilidad de un candidato que aspire a relevar a Torra son tiempo perdido. Amortizado el unilateralismo secesionista incluso como farol, el vértigo que suponía salirse de la España constitucional da paso a otro no menos angustiante para el independentismo: volverse de facto autonomista.
Es en ese punto donde las dificultades del independentismo para virar sin que conste que lo hace se sitúan a la par de las carencias que presentan las otras fuerzas catalanas -Ciudadanos, En Comú, PSC y PP- a la hora de ofrecer alguna alternativa creíble de gobierno, sea frentista o trasversal. Sencillamente porque su respectiva maniobrabilidad depende de los secesionistas. Es una equivocación suponer que la amortización del unilateralismo representa la amortización de la comunidad independentista. Una equivocación creer que, mostrada la incapacidad o la negativa de Junts, ERC, PDeCAT y CUP para sumar votos en la designación de un nuevo presidente de la Generalitat en sustitución de Torra, no volverán a encontrarse tras los comicios de febrero. Todo lo contrario, gana peso la hipótesis inversa. Que, una vez desechado el unilateralismo, el independentismo catalán no tiene más remedio que soportarse a sí mismo. No tiene más remedio que responder al decaimiento de la independencia en los sondeos de opinión con el mantenimiento de la mayoría parlamentaria que le conceden esos mismos sondeos. Autonomistas a la fuerza, pero en el poder como independentistas. Aunque para verlo más claro es aconsejable no dar por vencedor a ERC; ni confiar en que se trata de un grupo más sólido y estable que el guirigay posconvergente.