Yago Preciado-El Español
  • Errejón, compañero de viaje o tonto útil del feminismo más crédulo y vengativo, creía que abogando por el diablo populista se salvaría de los infiernos de la cancelación.

«Señorita, he aquí el catálogo / de las bellas que amó mi patrón; / un catálogo que he hecho yo; / observadlo, leedlo conmigo».

Así empieza el pasaje más famoso y divertido de la ópera Don Giovanni, ante el cual ningún público, le pese a quien le pese, ha refrenado sus risas. La llamada aria del catálogo se ha analizado desde mil enfoques. Nunca mejor dicho, pues el dato que más ha sorprendido es la magnitud insólita de mujeres burladas por más países:

«En Italia, seiscientas cuarenta; / en Alemania, doscientas treinta y una; / cien en Francia; en Turquía noventa y una; / pero en España son ya mil tres».

Kierkegaard se pasmó ante números tan precisos, sin redondeos al alza ni a la baja, ni quebrados ni decimales. A Borges también le fascinaba el título inflacionario de Las mil y una noches, que sugería la revolución matemática de que, para sobrevivir un día más, Sherezade le estuviese agregando continuamente una unidad discreta al infinito: n + 1.

Decir mil noches, como decir mil mujeres, es no decir nada o haberlo dicho ya todo. No hace falta escuchar al turras de Sabina para intuir que diecinueve días dan para un volumen exagerado de noches y mujeres.

Las sumas con muchos ceros son, por lo común, fanfarronerías incontables. No da igual ocho que ochenta, pero ¿qué decir de quinientas, mil, un millón o, por qué no, chorrocientas? Son aproximaciones, hipérboles. Supone reconocer que la cifra exacta es incalculable. Inventariar —una a una— 1.003 mujeres o 1.001 noches conlleva, en cambio, un detallismo contable altamente mezquino.

No en balde, el catálogo lo elabora un siervo de Don Juan. Un siervo revanchista y envidioso, como es notorio. Para ese siervo mayormente incel, enumerar las conquistas de su amo es un modo de participar, una forma vicaria y letrada de conquistarlas también él.

El amo las posee de cuerpo presente; el siervo, en efigie y pluma mediante. Uno las conoce bíblicamente; el otro, científicamente. Uno la carne y el otro la fórmula. Don Juan ya perdió la cuenta, no así su siervo, que la lleva puntillosamente, sin llevarse ni comerse ni una; pero ni una, oye.

Pero no os preocupéis, que tarde o temprano le echará la lista a la cara. Todos hemos sido alguna vez ese listillo servil, esa listilla que todo lo sabe y además se lo cree. Todos hemos soñado que alguna madrugada les pasaremos lista, les pondremos falta, les quitaremos 0,5 a la nota final de nuestros amos.

Para Don Juan, ni la cantidad ni la calidad importan. Le gustan tanto las jóvenes como las viejas, las guapas igual que las feas. Y si las prefiere españolas es porque le pillan más a mano. Ocho que ochenta chochos, ¿qué más le da a él? No es edadista ni racista ni capacista, solo sexi y sexista, lo cual ya es mucho ismo que pedir.

He aquí el aliade perfecto para la igualdad entre mujeres, condición de posibilidad para igualarse en bloque con los hombres. Pero él no piensa en las mujeres en plural abstracto, sino en la mujer singular, concreta y tangible: la que tiene delante, a la cual se quiere ligar.

Don Juan es un monógamo sucesivo, sin conciencia del ayer ni del mañana. Al vivir en un presente continuo de desplantes y seducciones, Don Juan no engaña a nadie; a sí mismo, como mucho, si cree que los excesos cuantitativos suplen su superficialidad cualitativa en materia amorosa. Don Juan te promete amor eterno, matrimonio hasta la muerte, fidelidad indivisa, y cumple con su palabra en la eternidad inmortal del instante eyaculatorio.

«Al final será cierto que lo personal es político, en el sentido de que todo dios conoce tu ser salvo tú mismo»

Al igual que Fausto, Don Juan también pretende salvarse y evadirse merced al contacto constante con el Eterno Femenino, pero a la postre se pierde por las féminas finitas que su siervo le ha catalogado sistemáticamente. El amo es un empirista, un casuista del amor, al que el sistematismo de la servidumbre ha de cantar las cuarenta; las seiscientas cuarenta italianas, por lo pronto.

Los escándalos sexuales del penúltimo Don Juan de la política española nos refrescan esta contraposición epistemológica entre la casuística de los amos y la sistematicidad de los siervos, que tanto gustan de cuantificar y (des)calificar.

Todos sabíamos que Íñigo Errejón era un depredador sexual. ¿Todos? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles errejonistas resiste, todavía y como siempre, al saber invasor. Por sistema, el pueblo sospecha que los políticos son unos aprovechaos; por experiencia, no hay ciudad española sin su damnificada por Don Juan Errejón. Pero ni él ni su sóviet íntimo se enteraron de la misa la media.

El propio Errejón creía llevar una simple vida neoliberal y electoral, emancipado sin hipoteca ni alquiler de los cuidados, cabalgando a pelo y en cuero las contradicciones entre persona y personaje, con una subjetividad razonablemente tóxica, subsistente y eficaz.

Pero resulta que se masturbaba con tu cuerpo, te forzaba al sexting y luego te hacía ghosting y te daba plantón vía gaslightingNo, si el problema con Errejón es que sabía más de ingles que de inglés.

Puesto a creer a mis hermanas y hermanos en la fe feminista, me creo que los allegados político-personales de Errejón no estuviesen sobre aviso de sus sombras y sus noches. Que todos conozcan tu vida menos tú y los tuyos: es la lógica lacaniana del chismorreo. Sobre un famoso o un donnadie, no me cabe la menor duda de que en el corazón de cada cotilleo simbólico y de cada fantasía imaginaria hay vacíos de ignorancia muy pero que muy reales.

Al final será cierto que lo personal es político, no en el sentido normativo de que deberíamos conducirnos en privado conforme a los valores que predicamos en público, sino en el rumorológico de que todo dios sabe tu ser salvo tú mismo.

«Don Juan Errejón se saltó a la torera ambos consejos délficos: ‘Conócete a ti mismo’ y ‘Nada sin mesura'»

Todos habíamos oído lo de Errejón, pero ¿qué habíamos oído exactamente? Poco más que campanas al vuelo de la maledicencia. Pensar mal y acertar, sobre un político o un panadero, no tiene ni mérito ni misterio. Lo malo, por definición, es lo oculto; por eso, claro está, se oculta. Verdadero saber sería intuir que alguien, político o panadero, es un bienhechor de tapadillo.

Nadie husmea en busca de bellísimas acciones perpetradas a escondidas, hasta el punto de hacernos sospechar si existen siquiera. Filántropos enmascarados, yo solo los he visto en la biografía de Rainer Maria Rilke, becado en su gandulería lírica por viudas millonarias, a quienes el poeta hubiese conocido —en todos los sentidos, si ellas hubiesen querido— con mucho gusto.

«Acaban de sesgar a la cabeza mejor dotada de la política española», se lamentaban inicialmente los conmilitones intelectuales de Errejón, sin aclarar a la cabeza de qué extremidad se referían. Como Edipo ante la Esfinge, Errejón sabía muchas cosas, el núcleo irradiador de su intelecto formulaba y descifraba los acertijos más intrincados, pero lo ignoraba todo sobre sí mismo.

Don Juan Errejón se saltó a la torera ambos consejos délficos —»Conócete a ti mismo» y «Nada sin mesura»— y ahora otro oráculo, instituido en ese antro de Trofonio o cueva shakespeareana de las brujas que es Instagram, nos ofrece el espectáculo grotesco de nuevas pitonisas en convulsión.

«Errejón se incluyó a sí mismo en la lista cisheteropatriarcal y fornicó con su descendencia: las Antígonas antagonistas del yosítecreohermana»

Inspiradas por el dios del anonimato, las profetas del punitivismo echan espuma digital por la boca, farfullan por igual contra la violación, el incesto, la pedofilia, el maltrato y aquella noche de los ochenta en que te hizo caso un rockstar. Lo que con quince años era causa de orgullo, con cincuenta lo es de humillación. De aquellas grupis, estas chivatas.

Lo llaman madurar y no lo es. Un año y pico lleva este #SeAcabó, sin acabarse nunca del todo. Un año acusando a hombres sin nombre, en plan cuenta o cuento de la vieja, pero con santos y señas reconocibles vía Google. Ya se ve que no a todes les tienen tantas ganas expiatorias como a Don Juan Errejón.

Ahora se anuncia la publicación de una antología de acaboses, para que participen del aquelarre acabosista quienes no tengan internet, se defiende la sibila suprema ante los haters, pero sí veinte euros libres para gastar en una librería, que no por Amazon. Los beneficios se donarán a un think tank no mixto en el que las amazonas de la delación se reúnen periódicamente para echar pestes de los chicos malos.

El libro, que en pocos meses recabará polvo en la sección BDSM de tu biblioteca municipal más cercana, exhibirá sin duda un catálogo de perversiones tan chocante como el donjuanesco. No se ha anticipado aún cuántos soplos contendrá, pero ojalá 1.001 o 1.003. Si a Kierkegaard y a Borges les asombraba que se contasen en números impares las aventuras de Don Juan y Sherezade, que en el fondo tratan sobre el rompecabezas de saberse emparejar, esta semana hemos descubierto que hasta el líder simpar está sometido a durísimas revisiones por pares ciegos. Por suerte, va a terapia.

Como Edipo ante la peste, Errejón se condenó enigmáticamente a su propia ceguera. Mató sin querer a los founding fathers podemitas, incluyéndose a sí mismo en la lista cisheteropatriarcal y, peor aún que con su madre, fornicó con su descendencia: las Antígonas antagonistas del yosítecreohermana.

Errejón, compañero de viaje o tonto útil del feminismo más crédulo y vengativo, cuyo ojo por ojo asustaría al mismísimo Hammurabi, creía que abogando por el diablo populista se salvaría de los infiernos de la cancelación. Allí abajo cayó el Orfeo de la nueva izquierda, y allí tañerá aún la cítara de sus significantes flotantes y vacíos, ahora que tantas Eurídices se desdicen y le dan la espalda.

Debe ser duro pasarte tanto tiempo tocando la flauta y, al volver la vista atrás, descubrir que ni las ratas te estaban siguiendo.

*** Yago Preciado es escritor.