Rubén Amón-El Confidencial
- El presidente comparece de manera extraordinaria, pero elude anunciar medidas, las aplaza al sanedrín autonómico del miércoles y deja a la nación en situación de total incertidumbre e improvisación
No están claras las razones por las que Pedro Sánchez compareció de urgencia a las 11 de la mañana de ayer. La homilía intempestiva sobrentendía el anuncio de medidas concretas como remedio a la ferocidad de la sexta ola, pero el presidente del Gobierno no hizo otra cosa que aplazar las decisiones hasta la cumbre autonómica del miércoles.
¿Qué sentido tiene demorar la aplicación de las medidas cuando el tiempo siempre juega a favor del coronavirus? ¿Cómo es posible convocar de emergencia a la población delante de los televisores para luego trasladar un mensaje flemático, impreciso y hasta contraproducente?
Pedro Sánchez parece haber heredado de Mariano Rajoy el mítico dontancredismo. La manera de actuar consiste en actuar de ninguna manera. Y prolongar las decisiones en la vigilia de las fiestas navideñas, cuando hubiera resultado más eficaz y sensato anticiparlas. No ya por razones sanitarias y prácticas, sino porque las iniciativas que vayan a adoptarse el miércoles —el día de la lotería— sorprenderán a los españoles y a los turistas en una situación de incertidumbre y desconcierto.
El desamparo resulta inexplicable y temerario. De hecho, el presidente del Gobierno dio ayer la impresión de mostrarse remotamente preocupado por la proliferación de contagios, hospitalizaciones e ingresos en las UCI, quizá porque la realidad trata de malograrle aquel discurso imprudente y triunfalista en que vino a concluir hace unos días que España era la envidia del mundo.
Sánchez se aferra a un cínico ‘principio’ del periodismo —»no dejes que la realidad te estropee una buena noticia»— para sustraerse a la obligación de adoptar medidas urgentes. Y no es que sea necesario emular el confinamiento integral ‘decretado’ en los Países Bajos, pero escandaliza que la estrategia contra el rebrote de la pandemia pueda retrasarse tanto tiempo, como si el jefe del Gobierno y los presidentes autonómicos tuvieran algo más importante de qué ocuparse en el comienzo de la semana.
Están amontonándose las peores prácticas y decisiones que sacudieron la gestión española del covid en los periodos cruciales, tanto por la improvisación y la negligencia de Sánchez como por la arbitrariedad y discrepancia con que las diferentes comunidades autónomas han decidido prevenirse de la pandemia. El vacío legal y logístico que han provocado las sentencias del Constitucional se añade a la mansedumbre y pasividad con que el presidente del Gobierno relativiza la gravedad de la pandemia.
No puede perderse un minuto en la campaña de sensibilización del coronavirus. El problema es que la comparecencia hueca e irrelevante de Sánchez redunda en una posición frívola. E inculca la sensación de que tan grave no puede ser la cosa si las autoridades deciden pasar el tiempo y reunirse dentro de unos días, ya si eso el miércoles.
Acaso tendría sentido enfocar el problema desde una perspectiva desdramatizada, pero la reacción del líder socialista ha consistido en la ausencia de una reacción. Más que abordar los conflictos que han precipitado la sexta ola, empezando por el colapso de la atención primaria, Sánchez ha decidido aplazarlos. Y someterlos a un sanedrín autonómico que se convoca demasiado tarde, apenas 48 horas antes de la cena de Nochebuena y con el perjuicio que conlleva trastornar los planes vacacionales, las reuniones familiares y la congoja de los turistas nacionales y extranjeros.
«Hubiera tenido más sentido que Sánchez compareciera ayer con un plan de choque para un rebrote que no contiene la vacunación»
Hubiera sido aún más sarcástico anunciar las medidas navideñas después de la Navidad. Y hubiera tenido más sentido que Sánchez compareciera ayer con un plan de choque inequívoco y sensible para un rebrote que no se contiene con la vacunación y que obliga a adoptar medidas impopulares.
Era inevitable que nos sacudiera en la boca el puñetazo de la primera ola. Menos podía explicarse la ‘sorpresa’ que originaron la segunda y hasta la tercera, pero se antoja inadmisible que la sexta ola se nos haya presentado como una novedad o como un accidente, cuando su peligro y sus síntomas se han descrito y anticipado en los países homologables a España.
La patología de Sánchez consiste en la emulación de Don Tancredo. Pasa el toro, y él permanece impertérrito. No solo emulando la pachorra del marianismo, sino imitando al propio Rajoy en el principio taoísta de la pasividad creativa. No hacer nada para que los hechos se produzcan por sí mismos. Y subestimando al coronavirus como si fuera un timonel ebrio.