José María Ruiz Soroa-El Correo
- El Gobierno español entendía que el fin del terrorismo pasaba por la generosidad con las ‘reivindicaciones vascas’. ETA facilitó la cura del daño que producía
Difícil no intervenir en la polémica suscitada por las palabras del consejero de Economía del Gobierno vasco al negar tajantemente que el terrorismo etnonacionalista tuviera influencia negativa alguna en la economía del País Vasco. Algo entiendo del asunto, aunque sólo sea por haber participado de refilón en una de las investigaciones más serias y académicas sobre la materia, la del catedrático de Historia Económica Pablo Díaz Morlán hace pocos años. Que me perdone mi atrevimiento y las libertades interpretativas que me tomo con sus hallazgos.
Es curioso, mi opinión coincide en lo sustancial con la del consejero del Gobierno, aunque difiera profundamente en las razones que conducen al resultado final. En efecto, creo que el terrorismo no tuvo impacto significativo en la evolución histórica del Producto Interior Bruto de la economía vasca, pero creo que ello se debió fundamentalmente a que el mismo terrorismo ayudó a generar un mecanismo de compensación de sus propios efectos negativos; en concreto, el mecanismo del sistema de financiación foral, que, bien aprovechado, aportó una transferencia de recursos equivalente o incluso superior a la que el terrorismo restaba. Y me explico.
Dejemos de lado, porque ese no es un impacto sobre la economía vasca, el coste directo de la actividad de ETA, que se cifra en torno a los 20.000 millones de euros, incluido Lemoiz. Y lo dejamos de lado porque fue soportado a escote por toda España y no especialmente por los contribuyentes vascos. El impacto del que tratamos es otro, el del supuesto menor crecimiento que tuvo la economía vasca entre 1980 y 1998 comparado con el estimado que habría tenido si no hubiera existido el terrorismo. Una diferencia que opera sobre un contrafáctico: ¿qué habría sido si ‘ceteris paribus’ no hubiera existido eso concreto que sí existió? Pues bien, de esta supuesta pérdida de crecimiento causada por la deslocalización de empresas o por la menor inversión de capital (la pérdida de turismo no era significativa entonces) se pueden con certeza afirmar dos cosas. La primera, que tuvo que existir, diga lo que diga el consejero. Es contrario al sentido común suponer un impacto cero de un terrorismo persistente y activo que incidió sobre el tejido empresarial. Pero, segunda: medir con precisión el alcance de ese impacto es científicamente casi imposible, precisamente porque es un contrafactual.
Abadie y Gardeazabal lo intentaron en 1998 con el método de la comparación entre el PIB vasco real y el PIB de una región hipotética lo más similar posible al País Vasco en todo menos en el terrorismo (un País Vasco sintético). Su estimación de la pérdida de crecimiento del País Vasco real fue del 10% del PIB. Otros estudios de metodología similar estimaron una pérdida del PIB del 20%. Pero el método empleado posee limitaciones difíciles de soslayar y muchas dudas sobre su validez. Díaz Morlán y Montaño Sanz, aplicando otro método de cuantificación distinto, el autorregresivo a partir del fin de ETA, obtienen unos porcentajes muy inferiores de menor crecimiento del PIB vasco por el efecto ETA, de entre un 2,9% y un 0,9% del PIB, aunque advierten de que no pueden acumularse esos porcentajes a lo largo del tiempo. Conclusión honesta: el impacto negativo existió, pero parece que fue bastante menor de lo generalmente supuesto. El tejido empresarial vasco aguantó sin menoscabo sustancial el impacto del terrorismo. Una opinión económica que coincide con la apreciación sociológica del vasco como un «terrorismo del bienestar».
Pues bien, esa sorprendente poca importancia, casi nimiedad, del impacto terrorista en la economía vasca se explica tan solo si recordamos las ventajas que procuraba a la economía vasca el sistema peculiar de financiación de Concierto/Cupo, instaurado precisamente a partir de los años 80, y su uso intensivo por la Administración. Una cosa compensó la otra, esa es la idea.
Naturalmente, se objetará que, aunque ello pudiera ser así en términos económicos, no existe relación entre una y otra cosa. El hecho de que el sistema fuera negociado en unos términos extremadamente favorables para el País Vasco no fue fruto directo del terrorismo. Al contrario, ETA siempre pretendió torpedear la autonomía vasca, eso es claro. Y los actores políticos de la época nunca utilizaron en aquellas negociaciones de manera expresa el argumento del terrorismo como baza negociadora, también parece claro por sus afirmaciones y recuerdos. No se ‘compró’ el sistema con el precio de ETA.
Pero sucede que, si se revisa la política y la opinión pública de la época, probablemente era innecesario hacerlo, pues el Gobierno español estaba imbuido de la convicción de que el final del terrorismo pasaba necesariamente por una extrema generosidad con las ‘reivindicaciones vascas’. De forma que el terrorismo, de rebote extraño, consiguió en economía algo paradójico: facilitar la cura del daño que producía. Un ejemplo de aquella tan citada profecía de Hölderlin: «Donde crece el peligro, crece también lo que nos salva». Curioso.