Félix Madero-Vozpópuli
No hay dirigente que tenga el empuje suficiente para tirar de este carro destartalado que es la Unión Europa
Para empezar, seamos justos. Si no hay estadistas del nivel de Churchill en 1941 es porque no se encuentran entre nosotros. No pidamos a la política lo que en ningún lugar se encuentra. La decrepitud de la clase dirigente en estos tiempos es escandalosa, pero quizá esa decadencia sea social, o sea que, si somos justos, hemos de aceptar que nos afecta de forma general. Tenemos cierta facilidad para echar las culpas de todos nuestros males a los que se ganan la vida con la política, que son gentes de nuestro entorno, que comparten con nosotros capacidades y frustraciones. Nos parecerá increíble, pero se parecen a nosotros más de lo que creemos. Conviene que no confundamos los malos de la democracia con los males de la democracia, porque ese desorden en las ideas nos lleva a una zona peligrosa en la que terminamos por asumir que los daños a nuestra democracia son culpa de aquellos hacen política. Gran error. Por ese camino sólo vamos a los extremos, a los ismos que tanto daño han hecho a Europa. Y no creo que tenga que escribir ahora lo que uno piensa de Sánchez y el universo que le rodea.
La situación es tan vertiginosa -lo era antes de la segunda epifanía de Trump y sus multimillonarios muchachos del tecnonegocio- que vivimos inmersos en un proceso de desmocratización que parece irreversible. ¿Qué hacer en estos momentos en el que se resienten los valores, los derechos y los principios con los que Europa ha salido adelante los últimos ochenta años? Los titulares dan miedo: El mundo avanza hacia un nuevo orden imperial. Los intelectuales callan, o asumen su papel de vicarios de la situación. Cómo no estar de acuerdo con Daniel Innerarity cuando asegura que una parte importante de la población está en manos de eso que conocemos como youtuber. El filósofo bilbaíno lo explica así de sencillo: «Iker Jiménez tiene hoy más influencia que un catedrático de astrofísica». Da un poco de pena, y de vergüenza, pero en esas estamos hoy. Nadie marca el camino.
Estados Unidos no quería saber nada de la contienda, pero Churchill consiguió convencer al presidente Roosevelt, y ambos firmaron la Carta del Atlántico a bordo de un buque de guerra
Ana Palacio, voluntariosa ministra de Exteriores en tiempos de Aznar, nos acaba de descubrir en su último artículo que andamos justos de líderes. El diagnóstico de la exministra es de Perogrullo, pero no por simple deja de ser verdad: En la conferencia de Seguridad celebrada en Múnich el pasado fin de semana, Ana Palacio ha echado de menos el liderazgo de un estadista: «Falta un Churchill», afirma. Y hasta ahora los hechos no le han quitado la razón. En su admonición, uno no sabe qué es más importante, la evidencia de una ausencia como esa o la simple evocación de un personaje premonitorio en momentos de tanta gravedad. La ex ministra recuerda el año 1941, cuando Gran Bretaña resistía sola frente a la Alemania nazi y la Unión Soviética había sido invadida. Estados Unidos no quería saber nada de la contienda, pero Churchill consiguió convencer al presidente Roosevelt, y ambos firmaron la Carta del Atlántico a bordo de un buque de guerra. El británico lo vio claro entonces, no se trataba sólo de ganar la guerra, sino de diseñar un nuevo orden internacional. Quizá esto que les traigo no sea exactamente lo que nos pasa, y sin embargo, como señala Palacio, Europa está atrapada en un desfiladero crítico, y para nuestra desgracia sin un Winston Churchill que pueda dirigir el devenir de estos días en que el ser de Europa se resiente.
Quienes socavan la democracia sólo desean que tengamos miedo. Y eso es lo únicos que en estos tiempos los europeos no podemos permitirnos. Ante semejante situación, nuestras cosas con Sánchez parecen menores
El presidente francés Emmanuel Macron ha dado un paso al frente. Ha sido el primero en proclamar urgente una posición común y una estrategia europea en el proceso de paz de Ucrania. Por lo que sabemos de ahí no salido una señal clara para Trump, lo que sigue provocando un fuerte desgarro, un shock, entre los países europeos. Ante este Trump que desprecia a Europa y sus democracias, cualquier cosa menos la división entre las naciones europeas. No estamos en 1941, cierto, pero Europa tiene la obligación decidir sobre aquello que sucede en su territorio, ¿o es necesario abrir los libros de Historia para recordar quiénes, en 1945, dibujaron el mundo en la conferencia de Yalta?. Hay de ese momento una icónica fotografía en blanco y negro en la que aparecen sentados y sonrientes Churchill, Roosevelt y Stalin. Qué grandes paradojas nos reserva el pasado que se repite. ¿Tragedia o farsa?
Ojalá que pronto algún líder europeo, en nombre de esta tambaleante Unión Europea, se lo pueda explicar a Trump y a Putin, estos dos buenos amigos que tanto miedo empiezan a dar juntos. Cierto, quienes socavan la democracia sólo desean que tengamos miedo. Y eso es lo únicos que en estos tiempos los europeos no podemos permitirnos. Ante semejante situación, nuestras cosas con Sánchez parecen menores.
Sánchez, rehén de un prófugo
¿Dónde hay un Churchill ahora mismo? En ningún sitio. No hay dirigente en Europa que tenga la tranquilidad suficiente para tirar de este carro destartalado que es la Unión Europa. Macrón no tiene mayoría, y la extrema derecha está cada día más cerca de llegar al gobierno. En Alemania, Olaf Scholz vive su peor momento y la extrema derecha de AfD crece sin parar. Algunos (¿) miran a España, pero Sánchez es rehén de un prófugo y socio en el Gobierno de un partido disparatado dirigido por una señora dispuesta a lo que sea con tal de reafirma su fe comunista. ¿Falta algo? Abascal, el amigo de Trump, subiendo en las encuestas sin que él mismo sepa la razón. Qué curioso, el más patriota de nuestros políticos es incapaz de defender a su país ante la embestida arancelaria de Trump. Si, lector, da vergüenza preguntarse dónde está el Churchill de estos tiempos. Mucha.