JUAN CARLOS VILORIA-ElCorreo
Manuel Valls, exprimer ministro de Francia, exmilitante del Partido Socialista, está en la sala de espera del Ayuntamiento de Barcelona y pudiera llegar al sillón de la alcaldía de la capital catalana por una de esas piruetas que sólo encuentran lógica en la vida política. La socialdemocracia vive sus horas más amargas en Europa y Valls ha decidido que no será él quien apague la luz. El PS ha tenido que vender su legendaria sede de la rue Solferino en París para tapar agujeros. Y se ha mudado de alquiler a las afueras de la capital con las cenizas de su esplendor en la maleta. François Hollande se lame las heridas de un quinquenio para olvidar y hasta el último candidato del partido, Benoît Hamon, ha roto el carnet y se ha inventado un nuevo partido (Géneration-s) para intentar pillar cacho en el desconcertado y desconcertante electorado de izquierdas de nuestro país vecino.
Muchos socialistas hace tiempo se percataron de que su partido era incapaz de reaccionar ante la globalización y la crisis del Estado del bienestar. Ante la falta de fórmulas propias, brujulearon entre soluciones de la derecha liberal o del populismo izquierdista. Muchos, entonces, votaron con los pies y dejaron atrás décadas de fidelidad a las siglas de Léon Blum, Mitterrand, Mauroy, para apostar por algo que ofreciera luz al final del túnel. Para un votante, cambiar de opción en las urnas no supone más que superar la incómoda sensación de traición a las siglas de su vida con unos tragos de Pastís. Pero un profesional de la política que ha militado 30 años en el Partido Socialista francés no lo tiene tan fácil.
A Valls le han llamado de todo menos bonito en la prensa, los foros y las redes sociales cuando se ofreció a Macron. Pero no es alguien que se acobarde fácilmente. Tiene claras las ideas de que el futuro de la democracia pasa por derrotar a los populismos y refundar Europa dejando sin espacio a los egoísmos identitarios que amenazan a sus estados y al proyecto de la Unión. Se ha dado cuenta de que esa tarea se puede abordar como ciudadano europeo desde el Ayuntamiento Évry en Francia o Barcelona, en España.
La nueva política, la que palpita ya en el continente dejando las viejas siglas en la playa de la nostalgia como restos de un naufragio, ofrece oportunidades para los audaces. ¿Dónde está el mayor reto para la democracia y el proyecto europeo? ¿En Cataluña? Sí. Ahí han entrado en colisión las leyes con las emociones; los valores modernos con la nostalgia; la libertad individual con el poder del grupo organizado como una religión laica. Un guerrero de la política no puede elegir mejor lugar en Europa para luchar por sus valores. Da igual de dónde sea. Si es europeo es suficiente. Si además es catalán de cuna… La candidatura de Valls a la alcaldía de BCN, si llega a cuajar, sería un gesto de libertad y europeísmo histórico. Luego el pueblo dirá si ha llegado a tiempo o demasiado pronto.