Onaindia quiso ser el ‘guía comanche’ capaz de ayudar a entender el País Vasco. En este momento político, en el que los partidos se encuentran profundamente divididos sobre la situación de la Constitución y las políticas antiterroristas, el mejor homenaje a Onaindia es recorrer de nuevo lo que escribió sobre estas cuestiones.
Acaban de cumplirse dos años de la muerte del que fue secretario general de Euskadiko Ezkerra y presidente del Partido Socialista de Euskadi, Mario Onaindia. El aniversario ha pasado con el único recuerdo de sus compañeros de partido y amigos que han celebrado en Zarautz unas jornadas de homenaje hacia el desaparecido político socialista. Está por venir todavía el tiempo en el que en el País Vasco sea natural honrar a figuras de su talla por encima de la banderías políticas a las que pertenezca cada uno.
Durante muchos años, Mario Onaindia fue un personaje relevante de la política vasca, no tanto por su peso parlamentario o de partido como por sus aportaciones intelectuales, por sus análisis y hasta por su capacidad de provocación dialéctica basada en el uso inteligente de la ironía y la ruptura de los tabúes sociales del nacionalismo.
Se inició joven en la actividad política como miembro de la primera ETA, cuando los integrantes de este grupo se enfrentaban a condenas de muerte; fue capaz de canalizar el abandono de las armas de un sector de ETA y terminó combatiendo a esta organización y colocado por ello en el punto de mira de los terroristas. No menos intensa fue su actividad intelectual, que se tradujo en numeros libros publicados, guiones de cine, artículos, conferencias, etcétera. Onaindia quiso ser el guía comanche capaz de ayudar a entender los problemas del País Vasco y a buscarles soluciones actuando de puente entre dos mundos, el nacionalista y el no nacionalista.
En sus últimos años, vividos bajo la sombra de la amenaza etarra, Mario Onaindia reflexionó sobre la lucha política y social contra el terrorismo y sobre los instrumentos legales que nos amparan ante la violencia. Algunas de las ideas elaboradas en esos años merecen ser releídas de nuevo, como sus referencias a la importancia de la virtud cívica, consistente en la capacidad de sacrificarse por el bien general. Sostenía que para una democracia sin virtud, «basada en la antropología de la bondad infinita y del diálogo, las víctimas del terrorismo son algo molesto» porque contrastan con los ciudadanos que se dedican a cultivar «su honor», entendido por Mario como la búsqueda del máximo beneficio.
Frente a la patria territorial por la que en Euskadi se mata o se discrimina, Onaindia se inspiró en los ilustrados para redefinir el concepto de patria que deja de ser el lugar donde uno ha nacido y se convierte en el «sitio donde uno goza de la libertad» o «donde uno quiere gozar de la libertad». La democracia no era sólo un procedimiento de elegir el Gobierno, «sino sobre todo una forma de convivencia basado en unos valores. El principal de todos la isonomía: la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley».
La defensa de la patria-territorio de libertad y de la democracia-igualdad la encontraba el fallecido político vasco en la Constitución y el Estatuto, que se convertían en «el escudo que tenemos contra el terrorismo». «No podemos arrojarlos, como hizo Arquíloco, sino utilizarlos para defendernos -escribió-. Y a la vez defender a quienes nos defienden y han defendido nuestros derechos ciudadanos, que no son otros que las propias víctimas. Las víctimas, sobre todo las fuerzas de orden público y los militares, han sido personas que han defendido nuestros derechos interponiendo sus cuerpos entre las bombas asesinas y nosotros y nuestros derechos».
En el momento político actual, en el que los partidos se encuentran profundamente divididos sobre la situación de la Constitución y las políticas antiterroristas, el mejor homenaje a Onaindia es recorrer de nuevo lo que escribió sobre estas cuestiones.
Florencio Domínguez, LA VANGUARDIA, 7/10/2005