Pablo Iglesias hizo coincidir Vistalegre II con el 18º Congreso del PP a fin de que los españoles pudieran comparar dos proyectos de país. Separados por unos cuantos kilómetros, pero en el Madrid del sur, el fin de semana ha dejado, efectivamente, las imágenes de dos Españas representadas por dos partidos, dos modelos distintos de organización interna y dos liderazgos que han salido reforzados, cada uno a su manera.
En la Caja Mágica, un partido veterano, de poder, rocoso, potente, con implantación en todos los territorios, con estructuras consolidadas, interclasista y en manos de políticos experimentados incluso aunque sean jóvenes. En Vistalegre, un partido nuevo, en construcción, asambleario, netamente madrileño, dividido internamente, en manos de dirigentes que aún están lejos de la madurez necesaria para transitar sin tropezones por la política española.
En las vísperas de Vistalegre II, los profesores de Podemos se enzarzaron en un maratón de combate a muerte ejecutado en todo tipo de plataformas mediáticas. La televisión y las redes sociales que les vieron nacer les han visto también pelearse a la luz de los focos con una saña personal que hacía temer una asamblea caníbal. Las expectativas de combate eran tan elevadas que casi puede considerarse un éxito poner el cartel de The End sin haber llegado a las manos.
El PP es el partido de la gente de orden, de la gente que huye de las aventuras, de los que aprecian la estabilidad económica y social de los que defienden una España unida. Podemos es el partido de la gente descontenta con el sistema, de la gente que ha naufragado en la crisis, de los que aún esperan que la chispa revolucionaria del 15-M no acabe disipándose, de la España diversa de las confluencias y el derecho a decidir. A juicio de Rajoy, la gente de Podemos es la que «cree en los cuentos de hadas».
Las extraordinarias circunstancias políticas de los últimos dos años han confluido en la imagen final de ambos congresos. La sonrisa ha cambiado de bando. De tal forma que el veterano líder gallego, que cumplirá los 62 dentro de unos días, se mostraba juvenil y alegre rodeado de los vicesecretarios que han servido para insuflarle juventud, mientras que los jóvenes dirigentes de Podemos han envejecido a velocidad de crucero hasta llegar a esa foto finish de Iglesias y Errejón, cuyo rostro infantil ha mutado de repente.
El PP y Podemos, Mariano Rajoy y Pablo Iglesias –como se ha evidenciado este fin de semana–, están en las antípodas, pero son deudores el uno del otro. Sin las graves secuelas de desigualdad social y malestar en las generaciones más jóvenes provocadas por la crisis, la gestión y la corrupción del Gobierno del PP, Podemos no existiría. Sin la irrupción de Podemos, con fuerza y a bocajarro, el PP no habría podido celebrar su 18º Congreso en un ambiente de elevada autoestima y felicidad de selfie.
Sin Pablo Iglesias, el paseo triunfal de Mariano Rajoy no hubiera sido posible. El acierto histórico del líder del PP –el que le ha permitido sobrevivir– fue apelar a la gente de orden para que frenara en las urnas el viento del sorpasso y la revolución que parecían imparables. Rajoy no es presidente –o no sólo– por la abstención del PSOE. Rajoy es presidente porque una mayoría de españoles moderados con miedo a los experimentos sin gaseosa acudió a su llamamiento y llenó las urnas el 26-J de votos para el PP. Desde su irrupción en escena, los sociólogos del PP no han tenido ojos más que para la evolución de Podemos. Les iba en ello la vida. Cuantos más votos arañara el nuevo partido al PSOE, más posibilidades de victoria para el PP.
Mariano Rajoy y Pablo Iglesias han sido refrendados el fin de semana por sus respectivas formaciones. Rajoy ha sido elegido por los tres mil delegados que representan a los militantes del PP. No sabemos bien cuántos son –800.000, según la versión oficial– porque no se han depurado los censos. Iglesias ha sido elegido con la participación de 150.000 personas que se inscribieron para decidir con su voto el futuro de la formación. Un nivel de participación interna inédito en una formación española que echa agua a los cálculos de quienes creen que Podemos se diluirá a modo de azucarillo coyuntural de la crisis.
El PP ha sobreactuado en unidad y cohesión en este congreso para que la comparación con los dramáticos líos internos de Podemos fuera muy evidente a ojos del público en general. Todos los dirigentes que subieron a la tribuna situaron a la formación morada–el populismo– como el adversario a batir. El PSOE no ha existido en el congreso del PP.
Por primera vez en la historia del partido. Pablo Iglesias también sobreactuó en vísperas de Vistalegre II, poniendo a los inscritos ante una situación límite. O me votáis a mí, o ahí os quedáis con «la corriente de Íñigo y Tania». Los inscritos han respondido al estímulo dándole una mayoría más que holgada. Una victoria que debería administrar con generosidad y sin purgas para no dar la razón a sus críticos. Errejón ha logrado un porcentaje apreciable de votos y sería un error apearle del puesto de portavoz en el Congreso.
Mariano Rajoy dirige el PP con la «épica de la prudencia y la aventura de la serenidad», mientras que Pablo Iglesias manda en Podemos con la épica de la audacia y la aventura de la excitación permanente. Ambos han fijado el terreno de juego, mientras que el PSOE aún no ha colocado ni las porterías.