ABC 15/10/13
EDURNE URIARTE
· El movimiento cívico catalán ha salido a la calle sin complejos, con la bandera nacional bien extendida
Algo nuevo sucedió el sábado en Cataluña, un punto de inflexión social que me recuerda la eclosión del movimiento cívico contra ETA en el País Vasco. Salvando las distancias, por supuesto, las que hay entre un movimiento terrorista y uno independentista, también entonces lo que ocurrió fue la superación del miedo por parte de la sociedad, la ocupación de la calle y el liderazgo social frente al político. Y, como ahora, con la centralidad de España en un ámbito igualmente marcado por el antiespañolismo. El movimiento cívico vasco fue clave para la derrota de ETA, y el del sábado en Barcelona puede serlo también para la vuelta del independentismo y el antiespañolismo a donde estaban, a ese espacio minoritario del 20 por ciento de la sociedad catalana que nunca superaron en las encuestas. Y que ha progresado con la radicalización del nacionalismo moderado, los complejos del socialismo y la incapacidad del resto para un liderazgo alternativo.
Pero hay dos diferencias. La primera, relacionada con el lío conceptual que tuvo el movimiento antietarra para darse un nombre a sí mismo y que acabó con aquella marca confusa del «constitucionalismo», algo así como el centrismo usado por la derecha más acomplejada. Aún recuerdo el nerviosismo de muchos miembros de aquel movimiento por tantas banderas nacionales en las manifestaciones y lo que consideraban excesivo españolismo de algunos participantes. Y es que el miedo a los criminales etarras que dificultaba la reacción social en el País Vasco iba acompañado, no hay que olvidarlo, de otro miedo a la identificación política españolista. Sin factores terroristas de por medio, lo interesante del movimiento cívico catalán es que ha salido a la calle sin complejos, sin ridículas marcas constitucionalistas, con la bandera nacional bien extendida al lado de la catalana.
La otra diferencia es que el liderazgo político de referencia para aquel movimiento cívico antiterrorista era el del PP, muy especialmente el representado por Jaime Mayor Oreja, tanto desde el Gobierno de la nación como desde el País Vasco, con un PSOE dividido entre los defensores de la unidad de España como Nicolás Redondo Terreros y los pronacionalistas que dieron el liderazgo a Zapatero. Y ahora el liderazgo político de referencia es el de Albert Rivera y Ciutadans, con un PP y una Alicia Sánchez Camacho desdibujados, que lo mismo piden singularidad para Cataluña una semana que la otra se suman a la concentración del 12-O. Y con un PSC-PSOE aún más dividido y acomplejado que entonces sobre la españolidad.
Parece que algo se mueve en el PSOE y que algunos nuevos líderes como Emiliano García Page o Susana Díaz están mucho más cerca de la «vieja guardia» de Vázquez, Leguina, Belloch o Corcuera que de Elena Valenciano y del PSC. Y parece que algo debería moverse en el PP catalán, ante la incapacidad mostrada para liderar un movimiento tan naturalmente cercano a sus postulados centrales y tan importante para Cataluña.